AMLO y sus tiempos; la oposición a la espera

En política, los tiempos juegan un papel fundamental en las decisiones. En el ámbito electoral es lo mismo. Decir algo es importante, pero saber cuándo decirlo puede tener la misma relevancia. Lo que es impactante en un momento puede ser intrascendente en el otro.

Me parece que López Obrador ha mostrado, de manera reiterada, su conocimiento del tema electoral y el manejo de los tiempos. Creo que lo sobrevaloran quienes lo ven como un titán político –está lejos de ser eso–, pero sí es un maestro en el ámbito electoral, en el estudio de las zonas electorales, en mantenerse firme en las estrategias –aunque a veces fallen– y en saber qué pega a una candidatura y qué la impulsa, qué persona tiene talento para la gente y qué premia y qué castiga la plaza pública. No son pocas cosas en una sola persona, mucho menos cuando esa persona, en otras áreas del quehacer político, muestra severo aturdimiento.

El presidente está en su pasatiempo favorito, además de insultar a sus adversarios: el juego electoral. Es claro que el entretenimiento de las corcholatas está dejando como saldo a Claudia en primer lugar; a Marcelo, en un cercano y enojado segundo, y ya muy relegado a Adán Augusto, que entró a hacer ruido político, pero que levantó la mano por si se ofrece, ya que en política siempre hay imponderables.

Claudia ha optado por su versión multifacética que nadie entiende, pero en la que se le ve muy contenta haciendo el ridículo. Es notorio el abuso que hace del puesto de gobernante de la CDMX, eso al margen de que lo condene la oposición, o de que sus compañeros de partido lo resientan (o, lo que es lo mismo, los marcelistas están que echan lumbre por la actitud grotescamente priista de la señora Sheinbaum). Doña Claudia se siente protegida por Dios padre –que para ella vive en Palacio Nacional y se llama Andrés Manuel– y cree que no le va a pasar nada. Por eso graba sus videos con casco de motociclista sintiéndose motomami, y al día siguiente anuncia que ya es abuelita y luego invita a un tirito colectivo de box. Es un problema que te dé por llamar la atención de todos cuando tienes sesenta años, pero ella hace lo que le dicen, o eso puede uno suponer.

Marcelo siempre ha tenido problemas para poder expresarse bien en ese ejército de militantes ultra, cretinos de campeonato y gente nacida para el ejercicio del lacayismo. Con todo y lo que tenga de criticable la estancia de Ebrard en la cuatroté, siempre ha jugado con lealtad al entonces líder y al ahora Presidente. Marcelo es político profesional. Formado en las filas de Salinas de Gortari, es un hombre práctico, instruido y al que le gusta la política mucho más que las militancias (el caso de Sheinbaum es al revés). Pero Marcelo, precisamente por eso, muestra lo que López Obrador puede considerar desviaciones ideológicas y que le impiden ser “el favorito”.

Ebrard ha comenzado a moverse “fuera de la caja” y ya está exigiendo encuestas, y está colocando a su personal en la campaña. Espera la confrontación porque es algo que a él le conviene y en lo que la recién abuela no parece muy bien dotada. Marcelo está exigiendo una elección clara y formal.

Por lo pronto, López Obrador ya se dio cuenta de que es mejor ajustar los tiempos y decidir antes a quien enarbolará las banderas de su movimiento. Esto es: mientras más rápido mejor y menos desgaste para todos ellos. No hay que olvidar que al partido del presidente todas las encuestas le dan, hasta el momento, un triunfo holgado.

Pero lo sorprendente no es que López Obrador adelante sus tiempos y su juego, sino que la oposición siga en la inopia sin anunciar nada, sin decir nada, viendo cómo Morena decide y ellos no. Se juntaron para defender a un alcalde, muy bien. Veamos cuánto dura la foto, pero, mientras tanto, no apoyan a nadie ni sugieren nada que no sea esperar. Increíble que la prisa la trae el que va ganando. Así las cosas.

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