México en la Isla de la Fantasía

Los discursos de Andrés Manuel López Obrador en su toma de poder resulta familiar a aquella serie televisiva La Isla de la Fantasía.


México: La Isla de la Fantasía


Después de escuchar los dos discursos del presidente Andrés Manuel López Obrador, en el Congreso y en el Zócalo, me llegó a la mente una imagen del lugar donde nos encontramos a partir del primero de diciembre: la Isla de la Fantasía. Sí, aquel lugar de la serie televisiva del mismo nombre y en donde el anfitrión también era un mexicano: Ricardo Montalbán. Era un lugar imaginario, resultante de una fantasía y lleno de anhelos cuyo desarrollo atravesaba por momentos difíciles, a veces casi trágicos.

Los dos largos discursos también me recordaron los de Fidel Castro, aunque, al menos por ahora, en un escenario diferente y otro contexto. El primero fue ante los representantes de los ciudadanos, diputados y senadores, quienes tienen en su dedo para votar, la capacidad para definir leyes y hasta reformas constitucionales para dar sustento legal a la llamada “Cuarta Transformación” que esperamos que, a diferencia de las anteriores, ni sea sangrienta ni al servicio de intereses extranjeros”.

Va a resulta difícil desmenuzar tantas afirmaciones, no pocas equivocadas, y las numerosas propuestas. Lo cierto es que, por desgracia, desde mi opinión, el punto de partida en el tema económico es equivocado. Ni el desarrollo estabilizador fue tan bueno como lo presentó, ni el neoliberalismo es culpable de todo lo que hemos vivido en los últimos años.

El desarrollo estabilizador, operado en un contexto político autoritario al que no deseamos volver, tuvo como sustento el proteccionismo, a fin de apoyar el desarrollo industrial y subsidiar la producción agrícola. Se basaba en la “economía mixta” donde convivía la propiedad gubernamental, la propiedad mixta de estado y particulares, la propiedad social (particularmente en el campo y las cooperativas), las concesiones públicas y la propiedad privada. A pesar de sus errores, que los tuvo, logró el llamado “milagro mexicano”, con estabilidad económica, salvo algunos sobresaltos devaluatorios de poca proporción, desarrollo industrial (con equipamiento obsoleto, productos de mala calidad y caros y mucho contrabando) y permeabilidad social gracias a que la obtención de un título universitario permitió tener mejores empleos.

Sin embargo, el modelo se agotó como consecuencia de las transformaciones en el mundo, particularmente gracias a la tecnología, la emigración del campo a las ciudades (y la corrupción en el sector debido a los “apoyos” financieros que resultaron inviables e irrecuperables en muchos casos), la insuficiente generación de buenos empleos y la incapacidad del sistema educativo de una mejor formación del alumnado.

En los setentas y supuestamente para superar las deficiencias detectadas en el modelo, Luis Echeverría lo cambió por el llamado “Desarrollo Compartido”. Se trató de un modelo populista que trató de revitalizar la economía mediante inversión pública creciente, emisión de moneda, endeudamiento público, alianza con obreros y campesinos y confrontación con el sector empresarial. El producto final del sexenio fue la primera de las que se denominarían “crisis recurrentes” con devaluación del 59%, desconfianza social y una crisis política que provocó que el candidato del PRI (José López Portillo) fuera el único en la boleta electoral. Los pobres a quienes se quiso apoyar fueron, a fin de cuentas, los más afectados por la política de Echeverría, más allá de lo que pudo ser el crecimiento del PIB.

Para calmar los ánimos, José López Portillos inició su gobierno con un mensaje conciliador y de unidad, bajo el lema de la “Solución Somos Todos”. Sin embargo, el desarrollo “compartido” siguió adelante. Influido por la moda de la social democracia y atrapado en el Nacionalismo Revolucionario, se dejó embarcar en la idea de que gracias al petróleo era posible gastar más de lo que se tenía, dejó escapar la oportunidad de ingresar al GATT antes de la crisis, y mantuvo el proteccionismo a favor de los “empresarios nacionalistas”, afines al PRI y apoyadores de la política populista. La caída de los precios internacionales del petróleo, el alto déficit, el endeudamiento público y privado, el fracaso del Plan Global de Desarrollo y la fuga de dólares por la mala política económica y pésima comunicación, llevaron a otra crisis financiera y social, que el presidente quiso disfrazar culpando a los banqueros y expropiando la banca. El sector empresarial y las organizaciones sociales independientes respondieron con las reuniones de México en la Libertad.

La corrupción ha sido endémica en el Sistema Político Mexicano desde la Revolución Mexicana. Entre los saqueos de Pancho Villa y las tropas de Venustiano Carranza (que dio pie a que naciera el verbo “carrancear” como sinónimo de robar) y los de Echeverría y López Portillo, éstos subieron el nivel y la sociedad fue más perceptiva del problema, por ello Miguel de la Madrid ofreció en su campaña política una “Renovación Moral” que volvió a sucumbir entre la ineficiencia de la administración, que llevó a inflaciones sin precedente de 4 mil por ciento y devaluación de 3 mil por ciento, y una parálisis económica que mereció que se dijera del sexenio que era “perdido”. Ahogado en el caos económico y en el peor momento para la economía interna, finalmente México ingresó al GATT intentando detener los precios internos con los de productos importados. Fue necesario un programa de choque enmarcado en un Pacto Económico con los empresarios y los obreros como se logró contener la inflación. Adicionalmente se produjo una crisis política a lo largo del sexenio que fue permitiendo el avance de la oposición, la ruptura de la unidad del PRI, una crisis electoral que impidió dar legitimidad al triunfo de Carlos Salinas de Gortari. Para “salvar” la economía y como consecuencia de los condicionamiento internacionales para otorgar nuevos créditos, se inició el cambio hacia una economía de mercado y se vendieron las empresas que eran un lastre para el Gobierno.

Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo avanzaron en la implantación de una economía de mercado, pero no resolvieron de fondo el problema, pues el lastre de la deuda externa de los sexenios anteriores u el desequilibrio económico provocó que a inicios del sexenio del segundo se produjera una nueva crisis económica, cuando se pensaba haber superado las crisis recurrentes. Nuevos programas sociales bajo la cobertura de la “Solidaridad” de Carlos Salinas intentaron superar la pobreza que ha sido parte de los “frutos” de la Revolución Mexicana. Sin embargo, bajo el mismo esquema se logró reanudar la economía privatizando los bancos y dando acceso a la iniciativa privada a la construcción de carreteras bajo un esquema que, al final, provocó la quiebra de los bancos que la habían financiado, lo que abrió la puerta a la banca extranjera para quedarse con muchos de ellos.

La magnitud de la deuda externa terminó por absorber gran parte del Presupuesto de Egresos, de tal suerte que el programable resultó limitado para los gobiernos panistas, quienes lograron detener la inflación, pero no pudieron revertir la pobreza ni acelerar el desarrollo del país, a pesar de que como consecuencia del Tratado de Libre Comercio llegó mucha inversión extranjera que modificó la estructura económica del país, pero sin conseguir una mejora sustancial de los salarios ni la atención al problema del desempleo. Si a ello se agrega el incremento del tráfico de drogas y la lucha de los carteles del narcotráfico que provenían del gobierno de Lázaro Cárdenas, quien firmó un acuerdo con EU para abastecer de droga a los militares norteamericanos en guerra. La alternancia no logró desmantelar al viejo sistema y, finalmente, retornó el PRI al poder bajo la oferta de que ellos “si sabían gobernar”. El resultado final fue más de lo mismo, pero con mayor corrupción.

Los caminos se cerraron para muchos ciudadanos desencantados de la democracia y, finalmente, volvieron la vista a quien calificado antes como “un peligro para México”, ahora tiene en sus manos al país y ofrece volver a una economía muy parecida al “desarrollo compartido”, pero con más programas y promesas que las de Echeverría y López Portillo, pero sin la riqueza petrolera, con un Banco de México autónomo que seguramente no echará a andar la máquina para imprimir dinero sin control, y se ha prometido no endeudar más al país. Son promesa y promesas para atender “primero a los pobres”. Muchas buenas intenciones. Pero el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.

Hemos llegado a la Isla de la Fantasía, sin duda tendremos pesadillas durante el trayecto. Ojalá el final de la aventura no sea dramático.

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