Plan “D”: ¿Coup d’État?

Ya en anteriores colaboraciones he manifestado mi temor de que López Obrador y sus secuaces finalicen su presidencia cambiando el rumbo de México a través de cancelar toda opción democrática con un golpe de estado. Fuera de unos cuantos politólogos y comentaristas en los medios, que parecen manifestar preocupaciones similares a las mías, no he notado que la posibilidad de tal desenlace preocupe a muchos expertos, lo cual no deja de ser alentador, y de permitirme dormir en relativa tranquilidad. “Ellos saben mejor que yo” -me digo a mí mismo, tratando de mantener viva la esperanza de que México sobrevivirá a este sexenio de horrores.

Pero no es eso lo que la realidad me muestra tercamente. Lo que ven mis ojos es un hombre locamente determinado a destruir todo lo que se asemeje al México que la gran mayoría de ciudadanos luchamos por edificar. López Obrador tiene una fijación obsesiva por convertir a México en el modelo más acabado de lo que han construido personajes como Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Miguel Díaz-Canel y sus pares. Y esa fijación ha quedado evidenciada en los sucesivos intentos -los planes B y C- por destruir toda institución relacionada con la garantía del ejercicio de la democracia. Y así va a seguir. Ninguna manifestación popular, ni ninguna decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación va a lograr apagar el fuego que lo consume hasta la irracionalidad. Sobre todo, porque se siente seguro, porque ya ha logrado sumar a su locura hasta a aquellos que tienen en sus manos la maquinaria de la violencia necesaria para frenar cualquier oposición: la milicia y los narcos. La ciudadanía está rodeada.

Ya propuso López Obrador dos proyectos de ley antidemocracia que le han resultado desfavorables. Está por implantar un tercero, un plan C, que le ayude a descomponer el INE desde adentro. La lucha es intensa en este momento entre él y la oposición ciudadana; si lo logra, ya la democracia mexicana habrá pasado a ser un recuerdo amable, fugaz, de la historia nacional. Si eventualmente la intervención de algún hado bondadoso hace que también el plan C fracase, sobre todo teniendo en cuenta que ya al Presidente no le quedaría gran margen de maniobra antes de que la ley electoral actual permanezca vigente durante los procedimientos electorales del año entrante, ¿quién puede predecir que su ambición no lo llevará a determinar que lo único que puede hacer que siga la transformación sea un “coup d’État”? ¿El plan D? La historia mexicana -sobre todo aquella que parece preferir el Peje- está llena de ejemplos de golpes de estado. ¿Quién puede negar que López Obrador no se sentirá motivado a seguir su ejemplo? Recientemente eligió a Francisco Villa, villano entre los villanos, como modelo a admirar por la ciudadanía para el presente año. ¿No será este un presagio de lo que nos espera?

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