Después de que Morena ganara las elecciones presidenciales, dejó a otros partidos políticos en crisis y otros más los hizo crecer.
El triunfo de López Obrador y de Morena el pasado 1 de julio significó la derrota o fracaso de la partidocracia en México, pues PRI, PAN y PRD quedaron en estado meramente testimonial, PT y PV conservaron el registro por sus alianzas y desaparecieron PES y Panal.
Más le hubiera valido desaparecer al tricolor, pues por sufrir tan rotundo descalabro se debate entre la vida y la muerte; muchos miembros suyos hablan de desaparecerlo o cambiarle nombre; y falta ver si al irse Peña Nieto no desata una pugna descarnada, entre sus grupos, por la carroña.
Al PAN también le fue como en feria: Ricardo Anaya, en su ambición por ser presidente, creyó en el canto de las sirenas del PRD y MC, que le prometieron votar por él a cambio de candidaturas a diputados y senadores, para al final no cumplirle y precipitarlo a su peor derrota.
El PRD se está desintegrando, parece no alcanzar ni refundación ni cambio de nombre, porque sigue la sangría de miembros hacia Morena. Su último presidente, Manuel Granados tiró el arpa, las tribus reformaron los estatutos y decretaron eliminar las tribus; pero al final decidieron una dirección colegiada, integrada por los capitostes de las propias tribus.
La sombra de Obrador lo persigue, los Chuchos (un tiempo su tribu mayor) lo utilizó para sacarle a Peña Nieto dinero a raudales por apoyar el Pacto por México, que presumen fue idea suya.
Así las cosas, México se quedó sin un partido que haga contrapeso a la aplanadora Morena, se oponga a los bandazos del presidente electo y le brinde colaboración en las propuestas positivas para el país.
Morena, entre tanto, enseña que más que partido es una mescolanza de políticos venidos de otros partidos, unificados por el liderazgo de Amlo y por sus propias ambiciones; pero llegará el tiempo en que se polaricen en grupos o grupúsculos, según sus diferentes intereses.
Por lo pronto, está la expectativa de la protesta del nuevo presidente constitucional ante jefes de Estado y de gobierno o sus representantes, incluso el rey de España y el dictador venezolano Nicolás Maduro, el primero en aceptar la invitación, pero Marcelo Ebrard, futuro canciller, tuvo buen cuidado de ocultar para que no se desataran con mucha anticipación las protestas por su presencia, que bien pueden aflorar el 1 de diciembre.
Los presidentes, el constitucional Peña Nieto y el electo López Obrador se reunieron a ultimar detalles de la ceremonia, en ambiente cordial, como el que establecieron desde el 3 de julio, cuando el primero recibió al segundo en Palacio Nacional.
Esa cordialidad pueden alterarla las amenazas de investigación que puede desatar Amlo, ya en Palacio Nacional, contra Peña y antecesores hasta Salinas de Gortari, según reveló a su amiga Carmen Aristegui, ante los cuestionamientos que desató su oferta de perdonar a los corruptos anteriores a que él asuma el poder.
En fin, el 1 de diciembre empezarán a despejarse ésa y otras incógnitas: ¿Seguirá la sangría de capitales nacionales y el rechazo a regresar de los extranjeros? ¿Las calificadoras del crédito internacional de México continuarán siéndonos negativas? ¿No se devaluará fuertemente el peso ni se quebrantará la macroeconomía?
Que Dios nos agarre confesados.
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