El aborto como crueldad y violencia (V)

La ranita en la cubeta de agua está a punto de cocinarse, de morir. La temperatura ha ido subiendo sin que ella apenas se dé cuenta. Nadaba feliz en el agua fría, su elemento, pero alguien que la odiaba quería su muerte y fue subiendo poco a poco la temperatura hasta que lo logró. Otra manera de contar la muerte de la ranita es a través de un fenómeno sociológico llamado Ventana de Overton. Overton dice que para que un cambio social, digamos, de lo impensable y repugnante a lo aceptable y aún festejable pueda darse, se necesitan varios factores que, poco apoco, vayan haciendo que la sociedad les quite lo desagradable, los acepte, los normalice (ahí tienen un papel central los medios de comunicación), hasta que los convierta en ley positiva y los festeje.

Es el caso del aborto, y su extremo, el aborto hasta el nacimiento; también del mal llamado matrimonio homosexual (con el consabido “derecho a adoptar niños”); de la eutanasia (llamada eufemísticamente “muerte digna”); del suicidio asistido, de la hormonización, y después mutilación de órganos sanos de niños (se les llama transexuales, aunque es una gran mentira, porque hombres o mujeres biológicas nunca podrán realmente cambiar de sexo); la repugnante relación sexual con animales (ya es ley en España, ”siempre y cuando no se cause un daño al animal”);y, en el extremo de la repugnancia moral, la pedofilia.

Irene Montero, ministra de Igualdad en España, declaró hace muy poco que: “los niños pueden tener relaciones sexuales con quien quieran, siempre que haya consentimiento”. Esta declaración podría ser suficiente en cualquier gobierno, para destituir de inmediato a quien tal aberración dijera, pero en España sólo causó escándalo en una parte de la sociedad, pero de ahí no pasó. Overton tenía razón y la ranita murió o está moribunda.

A toda esta serie de inmundicias morales se les califica hoy de “derechos”. A este respecto, es muy recomendable la lectura de libro de un filósofo francés, Grégor Puppinck, traducido al español con el título de “Mi Deseo es la Ley”, de su título original en francés: Les Droits de l´Homme Dénaturé, Les Éditions du Cerf, Paris. Los Derechos del hombre Desnaturalizado, es decir, deshumanizado.

Es, por lo mismo, imperioso, no confundir los derechos humanos fundamentales que son por su propia naturaleza universales, con los “derechos legales”. Digamos, por ejemplo, como lo sostiene Grégor Puppinck-(Op. Cit., p. 32)queen la constitución del Tribunal de Nüremberg (que juzgó a los nazis por crímenes contra la humanidad), “¿Cómo podían juzgar y condenar unos jueces que no eran alemanes a alemanes por unos hechos cometidos en Alemania en conformidad con el derecho alemán? La concepción positivista del derecho no lo permitía. El Tribunal, para poder juzgar, se remitió a unas normas anteriores y superiores al derecho positivo alemán, es decir, a unos principios generales procedentes de la ley moral. En último extremo, la autoridad de estos principios generales procede de la obligación moral que tiene cada persona, en cuanto ser humano, para actuar de acuerdo con el bien que su conciencia percibe. El Tribunal estimó que los acusados deberían haberse negado a obedecer unas órdenes gravemente injustas, aunque fueran legales” (las negritas y cursivas son mías). Hanna Arendt, testigo de los Procesos de Nüremberg, narra que estos le hicieron concebir su famoso concepto de “la banalidad del mal”.

Ni qué decir de los experimentos que algunos científicos nazis hicieron con los niños por nacer o con la población esclavizada en Auschwitz, como los del famoso Dr. Josef Mengele, conocido como el ángel de la muerte. ¿Qué tiene que ver esto con el aborto? Tiene que ver, y mucho, pero de todo lo que hay que decir, por lo limitado del espacio, sólo señalaremos que lo que entonces se repudió (en los Juicios de Nüremberg), como crímenes contra la humanidad, hoy se acepta como un avance netamente progresista. Se trata de la legislación para hacer del aborto de los bebés que se detecta que pueden nacer con malformaciones, un derecho humano. Es la eliminación de seres humanos, mal llamada eugenesia, que algunos científicos consideran que son portadores de genes defectuosos, o que no cumplen con lo que ciertos médicos, gobiernos, y legisladores (neonazis) consideran que son los parámetros para tener una vida normal (ver Jerôme le Jeune, Manual de Bioética para Jóvenes). Los nazis lo hacían para preservar la “pureza de la raza aria”.

Estas prácticas legales, en la mayoría de los países occidentales, han sido cada vez más objeto de caprichos de las minorías poderosas (LGTBIT+++) -que dominan en las mayorías parlamentarias-, y no producto del debate parlamentario académico, social y político bien informado. La mayoría de las veces, quienes pueden o deben sostener el debate en defensa de la legitimidad, por cálculos políticos de supuestos votos (como en España el PP o la CDU en Alemania y de alguna manera algunos legisladores y militantes del PAN en México), dicha legitimidad se ve vulnerada por unas mayorías parlamentarias que solamente obedecen consignas y que han ejercido influencia. en una buena parte de los países del mundo occidental.

Hoy por hoy, los paladines del asesinato de bebés en el vientre de su madre son: en EE UU Joe Biden, y en Francia Emmanuel Macron. El primero, enojado y desesperado por su derrota ante la Suprema Corte (Caso Dobbs o Roe & Wade), ha propuesto hacer del aborto un derecho consagrado en la Constitución de los EE UU, y luego presionar para hacerlo un “derecho universal”, declarado por la ONU. Emmanuel Macron, por su parte, está en estos días procesando una iniciativa para convertir el aborto en un “derecho constitucional” y luego, hacer lo mismo en la Unión Europea, presionando al Consejo de Europa para declarar el aborto como un “derecho en todo el territorio”.

La rendición de los otrora brillantes parlamentarios defensores del derecho natural y del positivo como expresión de él, frente a las ideologías de género, destructoras del tejido social (empezando por el aborto, que incide en la mujer y en la familia), también se produce porque existe hoy una oposición parlamentaria cada día más débil y obsecuente con lo políticamente correcto (con algunas honrosas excepciones), en la que han sido minadas sus reservas filosóficas, intelectuales y morales, que la hacían distinta y distinguible de las demás agrupaciones políticas, sobre todo de las de izquierda. Esta oposición vergonzante se distingue, cuando mucho, por su programa económico y político-liberal, y no siempre. La ideologización ha provocado la subcultura de la cancelación (woke, por su expresión en inglés), a la cual le tienen pavor las “buenas conciencias” de los opositores parlamentarios y políticos, cada vez menos humanistas.

Es pues necesario que los verdaderos derechos humanos recobren su universalidad, para garantizar una mejor protección contra la arbitrariedad de los gobiernos y de sus parlamentos. Se trata de recobrar el verdadero humanismo, el humanismo trascendente, es decir, en clave cristiana. Se trata de la restauración del derecho natural como fuente de legitimidad de las leyes positivas, en aras del bien común de la sociedad.

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