El 17 de marzo es la fiesta de San Patricio, aquel sublime personaje que en el siglo IV predicó el Evangelio en la Isla de la Esmeralda, nombre con el cual también se conoce a la siempre verde tierra de Irlanda.
Gracias a San Patricio el pueblo irlandés pasó a formar parte del mundo cristiano.
Esa es la razón por la cual el 17 de marzo es la fiesta nacional de Irlanda; una fiesta comparable a la de Santiago Apóstol en España o a la de la Virgen de Guadalupe en México.
Cada 17 de marzo se celebra un apoteótico desfile por la Quinta Avenida de Nueva York venerando al evangelizador de Irlanda. El hecho de que la suntuosa catedral de Nueva York esté dedicada a San Patricio se debe al gran peso que los católicos de origen irlandés tienen dentro de la sociedad del vecino país.
Ahora bien, si deseamos comprender lo que a continuación expondremos preciso será dar algunos antecedentes.
Algo del dominio público es que Irlanda es una nación muy importante dentro del mundo católico.
Una nación que, por mantenerse dentro del catolicismo, ha sido hostilizada de mil maneras hasta el extremo de que hubo épocas en las cuales los católicos estuvieron a punto de ser exterminados.
Una de las muchas persecuciones que los anglo protestantes emprendieron contra los católicos irlandeses –sumados a una plaga que provocó una terrible hambruna- fue causa de que más de ochocientos mil irlandeses abandonasen su país. Era el año 1846.
La mayoría de ellos cruzaron el Atlántico para establecerse en los Estados Unidos en donde los protestantes de dicho país los recibieron con el mismo desprecio y hostilidad con que hoy en día reciben a los latinos que cruzan ilegalmente la frontera.
No obstante, esta masiva inmigración fue algo providencial puesto que, sin proponérselo, aquellos desesperados inmigrantes acabaron convirtiéndose en misioneros católicos.
Cuando en 1847 México y los Estados Unidos entran en conflicto, los inmigrantes irlandeses son enrolados con engaños en el ejército yanqui.
Hace muchos años, la película “Héroes sin patria” presentaba la escena en la cual a los irlandeses que acababan de desembarcar les ofrecían la ciudadanía estadounidense, éstos aceptaban jubilosos y, pocos metros adelante, unos funcionarios les indicaban que, por ser ya ciudadanos norteamericanos, estaban obligados a enrolarse en el ejército.
Una vez alistados, eran enviados al sur o sea a luchar contra los mexicanos.
Dejemos que sea la historiadora Patricia Cox, experta en el tema, quien nos de mayores explicaciones:
“Aquellos hombres que en su inmensa mayoría habían salido de su patria huyendo de la injusticia, y que buscaban en los Estados Unidos el “paraíso prometido” habían sido villanamente engañados al arrastrarlos a la guerra. La Verde Erin, así como México, eran pueblos débiles y víctimas del sajón…La situación de México, hasta en sus problemas internos, era tan parecida a la de Irlanda que podía comparársela perfectamente”
Aquellos hambrientos irlandeses que desesperados habían huido de su patria fueron engañados porque se les enroló en el ejército bajo el pretexto de combatir a los indios bárbaros del norte.
Y resultó que no iban a combatir a ningunos indios bárbaros, sino que iban a luchar contra México, un pueblo católico que, al igual que Irlanda, sufría también la agresión de los sajones.
Esa fue la razón por la cual los irlandeses del “Batallón de San Patricio” se identificaron tan plenamente con los mexicanos que acabaron abandonando el ejército norteamericano para irse a luchar bajo la bandera de México.
Al final los Estados Unidos ganaron la guerra robándole a México la mitad de su territorio.
Los gringos no olvidaron la conducta de los católicos del “Batallón de San Patricio”, les marcaron el rostro con la letra D (Desertor) y acabaron fusilándolos en el pueblo de San Ángel.
Hoy en día historiadores de todas las tendencias (incluidos los de la Historia Oficial) reconocen el heroísmo de aquel puñado de valientes que prefirieron luchar al lado de México porque sabían que al hacerlo estaban combatiendo al mismo enemigo que, en la lejana Isla Esmeralda, oprimía a sus familiares que allá se habían quedado.
Una gesta que Patricia Cox cuenta con amenidad en su libro “Batallón de San Patricio” y que quien esto escribe menciona en un libro, “Irlanda pueblo mártir” que publicamos en 1979 con motivo de la visita de San Juan Pablo II a Irlanda.
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