Marko Cortés llega al liderato panista empujado por la marea anayista, con una serie de compromisos negativos para el partido, más los que contrajo con los gobernadores para que lo apoyaran.
En términos generales, la llegada de Marko Cortés a la presidencia nacional del PAN puede considerarse una IV transformación del partido (para usar lenguaje pejista), que ojalá no implique una contaminación feroz o la extinción.
Las transformaciones anteriores podrían ser la llamada invasión de los bárbaros del norte, el triunfo de Ernesto Ruffo como primer gobernador que se le reconoció a Acción Nacional y el acceso de Vicente Fox a la Presidencia, aunque resultara fallido.
Hoy, mientras Marko pregona su triunfo por todos lados como auténtico y democrático, una fuerte corriente interna lo contradice y califica de cupular, fruto del respaldo irrestricto de la jerarquía nacional y de la mayoría de los gobernadores azules; lo que indica que el PAN está muy dividido y puede llegar a más, si no se contiene ese flujo.
No se trata de apoyar irrestrictamente al candidato derrotado Manuel Gómez Morín Martínez del Río; sino de observar lo real, por los compromisos que Marko adquirió para lograr el soporte de la nomenclatura y el de Moreno Valle, a cambio de nombrarlo líder de la fracción senatorial.
Porque el exgobernador de Puebla es un auténtico cacique, que no olvida sus genes priistas y elbistas: no sólo impuso de sucesor inmediato a Antonio Gali, sino de inmediata a su esposa, Martha Erika Alonso, cuyo triunfo López Obrador ha impedido reconocer, para obligarlo a negociar, a sometérsele, y más si llega a capitanear a los senadores azules.
Un recuerdo somero de las transformaciones anteriores dichas, lleva a recordar la que se llamó invasión de los bárbaros del norte, cuando un grupo de empresarios norteños pretendió copar al PAN para llegar al Palacio Nacional, corriente con la que simpatizó Fox, de quien se recuerda propuso dejar de lado la doctrina para acceder pronto al poder.
El triunfo de Ruffo durante el salinato fue un indudable hito en la historia de la democracia mexicana y del PAN, y a Ernesto no sólo debe reconocérsele su buen desempeño, sino haber introducido la credencial electoral con fotografía, lo que la gente, en general, ignora, y que implicó un serio avance democrático, pues obligó a que se adoptara para todo el país.
Así fue abriéndose el serrallo en el que habían confinado los regímenes dizque revolucionarios los asomos democráticos mexicanos.
La llegada de Fox a Los Pinos en el 2000 implicó una indudable transformación, que los priistas achacaron al entonces presidente Zedillo, pero objetivamente fue reconocer el triunfo nacional –como el de Ruffo fue el primero estatal– que desde hacía años se le regateaba al PAN, único partido de oposición auténtica que hubo en el siglo XX en México.
Ahora llegó Marko al liderato panista empujado por la marea anayista (aunque él niegue para engañar a la masa panista) con una serie de compromisos negativos para el partido, más los que contrajo con los gobernadores para que lo apoyaran, tampoco desinteresadamente, pues lo llevarán a manejarse en forma que mueva a López Obrador a no atornillarlos tanto, máxime que sus superdelegados estatales ya están a punto de ser legalizados constitucionalmente, gracias a Morena, así se viole, de todos modos, la autonomía estatal y el régimen federal.
Recuérdese que esos gobernadores durante la contienda electoral patrocinaron a J. Antonio Meade, el candidato que lanzó el PRI, y no a Ricardo Anaya, quien se hizo postular por el PAN; lo que indica que no dan paso sin huarache, sino son calculadores.
Sobrada razón tienen para apremiar a Marko panistas destacados, como Gustavo Madero y Juan José Rodríguez Prats para que no se deje manipular por los gobernadores.
¿Será esta cuarta transformación panista un auténtico paso hacia adelante, o de plano el que lleve a la tumba al partido fundado por Don Manuel Gómez Morín?
Marko tiene la palabra.
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