“No se toca el tema de García Luna, ¡ah pero el de la Ministra Yasmín ese sí!… Desde luego que hay una campaña en contra de la maestra Yasmín y en contra de nosotros… no vamos a someternos y más si no hay argumentos y no hay razón”.
Así habló el presidente Andrés Manuel López Obrador en una de sus tantas defensas del vergonzoso caso de la esposa de uno de sus constructores favoritos, quien por cierto, luego de competir con su empresa para la construcción del aeropuerto de Texcoco y no resultar favorecido, fue uno de los principales impulsores de la cancelación.
Los días pasan y no ha dejado de minimizar el plagio de la tesis de la ministra que propuso, es más, redefinió el concepto: “Ojalá y los problemas de México fuesen por plagio, los problemas de México son por robo”. ¿En serio? ¿No habrá querido decir “los problemas que tengo son por Riobóo”?
La exaspirante a dirigir la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), luego de que la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) confirmara el plagio de la tesis -requisito solicitado para obtener la licenciatura- y de enfrentarse a la exigencia social, incluso de simpatizantes de la cuarta transformación, para que, en un gesto de honestidad y ética renunciara, sólo atinó a decir: “Tengo una carrera impecable, tengo una carrera en la que no tengo nada de qué avergonzarme… y continuaré trabajando intensamente… defendiendo la Constitución y los derechos humanos”. ¿En serio? La inmensidad de su cinismo deja sin palabras a cualquier mexicano que tenga una pizca de decencia.
Sobre las respuestas de la “asesora de tesis”, la cual ya fue despedida de la UNAM, tampoco entraré a detalles, pues es evidente la complicidad con la ministra y para desgracia de la máxima casa de estudios de nuestro país, es una vergüenza su actuación. Tampoco profundizaré en el escandaloso silencio de sus pares, pero pregunto: ¿cómo pueden sentarse en la herradura de la justicia de México, sin indignarse ante un hecho que no sólo ha manchado la imagen de la NO abogada, sino de uno de los poderes de la Unión?
¿Es el caso de la ministra el único que evidencia tal cantidad de cinismo e impunidad en épocas de la supuesta transformación? Lamentablemente NO. Es el signo que parece requisito de este gobierno para pertenecer al paraíso tropical. Los ejemplos brotan:
Medicamentos contaminados en el hospital de Pemex, en Tabasco, que ocasionaron la muerte de más de 15 personas.
El colapso de la Línea 12 del Metro que enlutó 26 hogares.
El tráfico de influencias de la esposa de uno de sus hijos que al parecer “tiene dinero”.
La muerte de al menos 10 mineros en El Pinabete, en Coahuila.
El robo millonario a Segalmex que palidece ante la “estafa maestra”, en el sexenio de Peña Nieto.
¡Qué cantidad de licencias de impunidad ha expedido López Obrador a sus familiares, colaboradores y amigos! El gobierno que prometió cero impunidad, es una cueva de corrupción: ¡roban, justifican y para colmo, se victimizan!
Contrario a lo que ha pregonado, el inquilino de Palacio Nacional se ha dedicado a mentir y traicionar al pueblo de México, a millones de personas que confiaron en sus promesas de campaña y le compraron la idea de la “honestidad valiente”, del “humilde político que vivió con 200 pesos en la cartera”, porque la realidad es que su familia y amigos se dedicaron a recolectar “aportaciones” obligatorias, mejor conocidas como extorsiones políticas.
Decían que no eran iguales y tienen razón, son los mismos que han acompañado siempre estas conductas: desde Bejarano, pasando por Texcoco con Delfina Gómez, hasta Riobó. Son Andrés Manuel y su camarilla los que no quieren perder sus privilegios, los que tuvieron como opositores y los que tienen como gobernantes.
La lista de los continuos atropellos que cometen los funcionarios bajo el manto de impunidad amloísta es variada: corrupción, tráfico de influencias, abuso de autoridad, negligencia, robo, complicidad, contubernio, encubrimiento, hasta acusaciones de índole sexual, todos ellos actos que reflejan la falta de escrúpulos y calidad moral de ese grupo político.
Y ante estas evidencias, el gobierno se desgasta en explicaciones inconexas con la realidad y en constantes justificaciones, señalamientos de culpabilidad del pasado que sirven para polarizar a las y los mexicanos.
Confesiones inconcebibles que en cualquier parte del mundo se enfrentarían al tribunal de la conciencia, al escrutinio público y a las leyes que investigan, persiguen y sancionan las faltas de sus servidores.
“Yo di la orden para liberar a Ovidio”, “no me vengan con el cuento de que la ley es la ley”, “de cuando acá les importa la ética”, “ayudar a los pobres no es un asunto personal, es un asunto de estrategia política”.
Pero cuando se tiene activo el “modo AMLO”, los funcionarios sienten el cobijo de la “mano purificadora” que borra sus crímenes, por eso actúan con ese cinismo natural, tan característico de los seguidores del tabasqueño: utilizan, hasta el hartazgo, las mismas palabras, imitan movimientos corporales y pausas de su mentor.
Ellas y ellos solo deben alabar al protector, negar ante los demás, pregonar que “es un complot” o sabotaje y defender, con locura, la supuesta transformación. Si se tuviera un mínimo de decoro y ética de la responsabilidad, las renuncias se presentarían en cascada, pero no somos ingenuos, estamos en el reino de la impunidad, en donde el mayor plagio, es el cinismo presidencial.
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