Los hombres tenemos una sed de trascendencia, estas fechas en que festejamos a todos los santos y a los fieles difuntos es una buena oportunidad para hacerlo.
Datos generales
El penúltimo mes de año, en los pueblos de tradición cristiana, el día primero festejamos a todos los santos y al día siguiente rezamos por los difuntos. Es una manera de reconocer que nuestros anhelos de eternidad no son simplemente anhelos sino que responden a una realidad a la que llegaron los que nos han precedido, y es un adelanto de lo que nos sucederá.
Ante nosotros queda la relación vida-muerte. Y, si nos detenemos a reflexionar, esta dualidad aparece con otros nombres en todos los quehaceres:
Inicio-término, proyecto-realización, etcétera. Pero siempre que vislumbramos el punto final, nos alejamos del peligro de la frivolidad, todo tiene otro relieve porque deseamos finalizarlo bien sin mediocridad.
Los dos primeros días de noviembre buscan recordarnos que hay tres grandes grupos en la Iglesia Católica: los de la Iglesia triunfante, los de la Iglesia purgante y los de la Iglesia militante. Cada grupo está vinculado a los otros. Porque, en definitiva, la realidad de la muerte es el paso necesario para salir del grupo militante.
Hace poco recordé el origen de la palabra muerte. Se aplicaba al momento en que las embarcaciones detenidas en los muelles recibían la orden de soltar las amarras y lanzarse mar adentro. También llamaban muerte al momento en que un grupo de soldados abandonaban su posición para ir a otra o para entrar a la batalla.
Por lo tanto, estos sentidos de la muerte nos ayudan a salir de la reducción de su contenido, a no pensar “todo se acabó”, sino a saber que llega el momento del recuento de los méritos de la vida terrena: la militante, para pasar a la Vida con mayúscula, la que no tiene fin. Allí asumimos la realidad de nuestros anhelos de plenitud sin trabas de ningún tipo.
Ese destrabarnos nos aleja del error del individualismo, porque en ese punto final, asumimos con total realismo lo que merecemos y lo que nos vincula con nuestros semejantes. Quienes formarán parte de la Iglesia purgante recibirán la ayuda de los otros dos grupos, ayuda que fortalecerá la vinculación. Los de la Iglesia triunfante, como gozan de la plenitud del amor, alegremente ayudan.
Por lo tanto, la muerte es la transformación de la vida, primero con minúscula a la que se escribe con mayúscula: imperecedera, plena, gozosa, congruente. La que nos responde a los porqués de las penalidades y sufrimientos que pasamos en la tierra. Necesarios para ganar y gozar la cercanía de nuestro Creador. Bien dice San Agustín: Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti.
Modo de asumir estos datos
Con la pluralidad de tareas, con la variedad de enfoques, con la diversidad de modos de ser, con la dispersión y debilidades propias y ajenas, la realidad de la muerte, muchas veces queda distorsionada.
Los pueblos primitivos asumen la muerte rodeándola de rituales que ayudan a desfogar el dolor de la pérdida, a dar soluciones al alcance de la mente humana, a contar con la compañía de personas que poco a poco retornarán a sus actividades ordinarias. Aunque, al menos, se acercaron cuando más se necesitaban.
Rituales paganos que los misioneros comprendieron y encauzaron, por eso, se conservan ritos pero con sentido cristiano. Sin embargo, al faltar la doctrina, es fácil mezclar el paganismo con el cristianismo hasta llegar a sustituir el segundo por el primero. Entonces necesitamos recordar y aplicar la fe. Para eso tenemos el Catecismo.
Otras veces no es falta de doctrina sino la superficialidad de dar más valor a la “fiesta” que al contenido. Por eso, de generación en generación puede desaparecer el legado de la fe.
El Halloween es una de las fiestas paganas que se han popularizado y, combinada con los beneficios económicos está relegando las enseñanzas cristianas.
Para salir al paso de estas posibles desviaciones, en vez de hablar de brujas y de terror, por cierto asuntos ficticios, es muy oportuno conocer la vida de los santos. Sus luchas, sus derrotas, pero también el empeño por levantarse, por la confianza en la ayuda de María Santísima, de los ángeles, de los mismos santos, sobre todo de Dios que nos quiere cercanos a Él.
Hay vidas de santos para niños, para jóvenes, para adultos. Los hay antiguos y contemporáneos, incluso algunos pueden haber tenido experiencias semejantes a las nuestras. Dejarnos llevar por la simpatía y adoptarlos como amigos. Ellos mejor que nadie desean nuestra santidad.
Actualmente la tecnología facilita la investigación y la comunicación de la vida de los santos, sabemos de nuevas canonizaciones, incluso ahora llegan a los altares personas a quienes hemos conocido. En el Sínodo de los Obispos, que concluyó su fase teórica, el Santo Padre puso todos los trabajos bajo el patrocinio de diversas personalidades ejemplares.
Estamos a tiempo de diseñar el modo de celebrar el primero y el dos de noviembre para nuestro provecho. Y, no sólo esos dos días sino todos los demás del año. Padres de familia y maestros su responsabilidad es trascendente.
Te puede interesar: Vida, vida, vida
@yoinfluyo
redaccion@yoinfluyo.com
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com