Inicia un nuevo año y en el fondo deseamos olvidar nuestras faltas pasadas y comenzar como recién nacidos para hacerlo todo muy bien y ser felices, felices, felices. Es buen deseo, sin embargo, dejamos de lado algo importantísimo: la experiencia vivida. Es verdad que en ella encontramos aspectos buenos y malos. Todos nos dan lecciones y hemos de aprovechar los primeros para repetirlos, los segundos para estar alerta y evitarlos.
También hay influencias de los demás, se recogen en el entorno donde vivimos. Hay una que es importante para el asunto que nos ocupa: la crisis antropológica. Nos afecta a todos, aunque pensemos que ese tema sólo les compete a los intelectuales, a quienes estudian al ser humano y sus tendencias, o a las personas que hacen teorías y bien a bien no sabemos para qué sirven.
Esas teorías resultan reveladoras de las inquietudes más profundas de todos, y hoy más que nunca por la impresionante interconexión social a nivel mundial, tenemos un muestreo que nos presenta tantas semejanzas que nos hermanan. Poblamos la Tierra y nos influye la geografía, pero lo imborrable es la naturaleza humana. A esa especie pertenecemos. Y una huella sumamente importante forjada en sí y por uno mismo son los hábitos.
La Real Academia de la Lengua nos dice que el hábito es una conducta adquirida por repetición de actos. Los hábitos son indispensables para llevar a cabo nuestras actividades. Por ejemplo: un deportista o una bailarina si desean llegar a un alto nivel de perfección necesitan realizar rutinas adecuadas y con constancia hasta adquirir la soltura y perfección requerida. Al principio es necesario poner atención en lo que se realiza hasta llegar a ejecutarlo sin esfuerzo y con facilidad. Un ejemplo claro sucede cuando se tienen años de manejar autos.
Hay hábitos para todo: alimenticios, laborales, recreativos, etc. Los adquirimos por imitación, por educación, para adaptarnos a un entorno. Y lo más importante se debe a su clasificación básica: los hay buenos o malos. La bondad o la maldad no la decreta ninguna ley o alguna preferencia, sino la naturaleza humana. Son buenos los que hacen mejor a la persona y malos los que la perjudican. Por ejemplo, son malos los hábitos alimenticios si enferman a la persona. También son malos aquellos hechos que rompen la armonía social. A los buenos se les llama virtudes, a los malos vicios.
Por lo tanto, borrón y cuenta nueva no solamente depende de la buena voluntad de cambiar, sino también de reconocer la propia realidad, analizar los hábitos propios que anulan los buenos propósitos y eliminarlos. También fortalecer los hábitos buenos y apoyarnos en ellos. Eso lleva tiempo, pero sí se puede. De este modo evitaremos llegar al final del presente año y desanimarnos ante “lo mismo de cada año, no puedo sobresalir”.
Además, todos los acontecimientos pueden ser lecciones, si las enfocamos hacia bienes más sólidos y estables. Este es otro aspecto importante. Vivimos en un entorno, seguiremos conviviendo allí y allí hemos de poner en práctica nuestros propósitos. Solamente en pocos casos se puede cambiar de entorno. Quien cambia por evadir no está edificando bien.
El propósito del cambio, incluye distinguir el mal, para no elegirlo, y todavía mejor, para combatirlo. Eso incluye distanciarse de las malas compañías, alejarse de espacios físicos o virtuales que degradan, desechar los ambientes nocivos que se frecuentaban. Más que eliminar es mucho mejor sustituir. Y, más adelante, cuando cada uno sea más fuerte, denunciar y combatir.
Por lo tanto, el borrón no es posible inmediatamente, lo será más adelante cuando nuestra vida haya tomado otro rumbo. Cuenta nueva sí, pero al inicio es un propósito, es necesario vivirlo hasta solidificarlo, entonces sí se podrá proceder al borrón.
Y para perseverar en el cambio al bien, es necesario contar con aliados. No podemos desentendernos de los demás. Ellos nos necesitan fuertes en el bien, nosotros necesitamos a los demás fuertes en el bien. Así se pueden diseñar ambientes sanos. Ya tenemos ahora demasiados ámbitos agresivos, violentos, dañinos.
Somos una gota en un océano, pero si cada gota se va purificando acabaremos teniendo un océano limpio, habitable, donde los más vulnerables también puedan vivir en paz. Donde predominan las matanzas hemos de explicar el valor de cada vida humana y desagraviar. En donde hay inseguridad y robos, unirnos para protegernos, hacerlo especialmente con quienes están solos o desprotegidos.
En donde hay pleitos y divisiones, promover el diálogo para escucharnos, entendernos y levar a cabo soluciones. En donde hay miseria abrir oportunidades para dignificar a los excluidos y ayudarles a rehacerse e integrarse. Cuando no haya soluciones posibles, acompañar para hacer más llevadero el dolor.
Es muy común lamentarse de los males cercanos o lejanos. Pero el sólo lamento no resuelve. Tampoco está en nuestras manos resolver tantos problemas. Lo que sí podemos es tratar de mejor en nuestra vida aquello que detectamos en otros. Eso sí es accesible y al menos no seremos uno que suma males, sino que los resta. Así podemos fomentar la mejora.
Los pleitos siempre empiezan por un detalle y el agraviado lo responde con otro detalle algo mayor, así sucesivamente hasta querer anular al otro. De ser personas muy diferentes pasamos a ser enemigos. Se declaran la guerra. Teóricamente eso lo rechazamos. Prácticamente el remedio está en el perdón mutuo. O al menos el perdón de quien tiene mejor voluntad.
No dudemos respecto a la eficacia del perdón, y si logramos adquirir ese hábito, seremos capaces de eliminar del mundo tanta agresión y tantas injusticias. El perdón es la más eficaz medicina, pero es imprescindible practicarlo: pedirlo o aceptarlo. Es el modo de darnos a todos otra oportunidad. Propósito: perdonar y pedir perdón. Es el modo de hacer de este nuevo año un año insuperable.
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