San Pablo nos recuerda que el cuerpo es templo del Espíritu Santo y como tal debe ser tratado.
Han pasado casi dos mil años de que Pablo escribiera su primera Carta a los Corintios, y parecería que esto sería un período de tiempo más que suficiente para que los cristianos hubiésemos construido un mundo mejor basados en esas sabias enseñanzas. Sin embargo, tal parece que, si bien habíamos logrado algo, hoy estamos retrocediendo para situarnos en muchos aspectos en las mismas condiciones en las que se encontraban aquellos hombres y mujeres, que apenas empezaban a recibir el mensaje del Evangelio, y a comprender lo que esto significaba en su vida diaria.
Hoy la sociedad parece que en lugar de avanzar, está retrocediendo páginas de la historia, para volver a situarse en un mundo pagano, que desconoce a Dios, y pretende poner por encima de su mensaje a una libertad equivocada, basada en una supuesta sabiduría que no es en el fondo más que el orgullo, puesto al servicio del placer y el egoísmo personal, disfrazado de algunos reclamos de falsos derechos humanos.
Una de las situaciones que más conflicto causaba a los recién convertidos eran los aspectos de la sexualidad relacionada con el matrimonio, pues muchos habían vivido en una situación de promiscuidad, que les parecía muy normal hasta que escucharon la doctrina evangélica explicada más en detalle por Pablo, incluyendo conceptos nuevos para ellos.
Como muchas veces suele suceder, en lugar de mantener una posición equilibrada, los hombres tendemos a irnos a los extremos, de tal manera que había algunos que pretendían que la cuestión sexual no era una parte importante del mensaje cristiano, y por lo tanto continuaban siendo muy liberales en este sentido, y otros, por el contrario, que llegaban a decir que el matrimonio mismo era malo.
Algunos consideraban que el cuerpo poco tenía que ver con esta nueva doctrina, mientras que a otros les parecía tan espiritual, que todo lo relacionado con el mismo les parecía pecaminoso, y Pablo tuvo que atajar ambos extremos.
Y si vemos hoy día, tal parece que estamos repitiendo los mismos errores, hay quienes pretenden la plena independencia del cuerpo, a tal grado que consideran, por ejemplo, al aborto un derecho, porque dicen que la mujer es dueña de su cuerpo, a tal grado que consideran al nuevo ser que late en sus entrañas como parte del mismo y se pueden deshacer de él, pasando por alto que es un crimen abominable como lo acaba de reiterar el papa Francisco. Otros dan muy poca importancia a las expresiones de amor íntimas en el matrimonio lo consideran como una cuestión solamente física, no relacionada con una entrega total de dos personas, y separadas inclusive del gran don de poder dar la vida. Por eso, valdría la pena repasar esto que les decía san Pablo a aquellos recién convertidos al cristianismo: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo.”
Bajo la perspectiva de que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, la forma de enfocar la sexualidad se transforma a un plano eminente superior, y desde luego tiene que conducir a una forma muy diferente de analizar la cuestión sexual a como se está planteando hoy en día.
Y en cuanto a la crisis familiar que se vive en la actualidad, donde el porcentaje de divorcios es enorme, no solamente entre las parejas jóvenes, sino aún entre quienes ya tiene muchos años de casados, entre varios consejos de Pablo encontramos el siguiente:
“En cuanto a los casados, les doy esta orden, que no es mía sino del Señor: que la mujer no se separe de su marido. Y si se ha separado de él, que no se vuelva a casar o que haga las paces con su marido. Y que tampoco el marido despida a su mujer.”
La Carta a los Corintios es de una riqueza doctrinal formidable, y en este mundo que siente que es un avance vivir sin Dios, bien haríamos en regresar a buscar consejo en esta carta, que enfocaba muchos problemas de esa sociedad, y que hoy en día estamos volviendo a repetir.
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