La boda de César Yáñez puede ser otro duro golpe a la incongruencia que se vive, dentro del círculo más cercano del presidente electo, entre sus dichos y la manera en cómo se conducen.
La conducta de los hombres públicos siempre está bajo la lupa. Durante muchos años, los poderosos podían estar al margen del ojo fiscalizador, pues el gobierno lo abarcaba todo, era quien decidía qué se publicaba y qué no. Esto favorecía, por supuesto, la jugosa industria del chantaje y la extorsión por parte de las agencias gubernamentales y de los medios de comunicación. La adopción de la vida democrática ha colaborado decididamente a que sea de otra manera. Es un cambio que también llegó con los tiempos. La velocidad de la información, el poco control que pueden ya tener sobre ella incluso los propios medios y las autoridades, es un potenciador de los errores, pifias o delitos que ha cometido algún servidor público para ir más allá de lo que pudiera ser un reproche de la autoridad. El costo en la imagen de la persona o del gobierno puede ser altísimo.
Es muy difícil encontrar ángeles. Así que por lo menos se deben saber las debilidades de nuestros hombres públicos, para eso sirven los medios, las denuncias y los controles institucionales que se den las sociedades (en estos días hemos visto el escándalo en la nominación de un juez para la Suprema Corte en Estados Unidos). El gobierno mexicano, que termina en un par de meses, lo hará manchado por escándalos de corrupción revelados por la prensa (aunque la “intelectualidad” de Morena no lo quiera reconocer), y esa bocina multiplicadora que son las redes sociales, a pesar del silencio cómplice de casi toda la clase política; sobre todo la de oposición. El castigo a los señalados y los silentes cómplices llegó fulminante el día de las elecciones. Ahora son los triunfadores los que estarán sometidos a la lupa.
César Yáñez es un hombre que lleva trabajando décadas al lado de López Obrador. Fue su hombre de prensa hasta estos días de la victoria en que, imagino, cansado por el constante desgaste que es el trabajo con los medios, le fue dado el puesto de coordinador de Política y Gobierno. César fue un hombre discreto y que siempre se movió con un bajo perfil y puede ser que quiera seguir en esa línea. Se acaba de casar y ojalá sea muy feliz. Cada quien se casa como quiere, donde quiere y ofrece y se come lo que quiere y puede. Eso es innegable. Pero, si eres parte importante de un gobierno cuyo líder lucha por el fin de los privilegios, dispendios y derroches de los funcionarios públicos y sus familias –así lo ha dicho– resulta cuando menos un contrasentido tener una boda fastuosa en la que hay dos características relevantes: el lujo y que el novio era uno de los más cercanos colaboradores del próximo presidente.
Uno supone que al líder lo siguen quienes comulgan con sus ideas. No quiero decir con esto que todos los que trabajan con López Obrador deban de tener 200 pesos en la cartera y vivir sin tarjetas de crédito ni cuentas bancarias; de hecho, es deseable que en ese sentido no sean como él: con un santo basta. Tampoco quiero decir que en las bodas de quienes colaboran con AMLO tenga que servirse pollo frito, frijoles de la olla, tepache y flan napolitano. No. Lo que me parece es que la boda revela varias cosas: la falta de contención, la tendencia al derroche, sin importar lo que implica –aunque se tenga el dinero–, la nula preocupación por el significado de los actos privados de un hombre público, y la imprudencia de meter al presidente de un gobierno en una serie de críticas sobre la congruencia de sus más cercanos. El bono ciudadano es para el presidente López Obrador, no para sus colaboradores. No hay necesidad de que sean ellos los que comiencen a desgastar la figura presidencial sin sentido práctico.
A veces, hay temas y situaciones, en los que nada más se aprende con los duros golpes de la realidad. La boda fue un caso práctico del que pueden sacar, los que llegan, una buena lección.
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