Ante la tragedia

Las obras de misericordia son una manifestación de Dios ante las grandes tragedias humanas. El hombre participa de estos dones de Dios a través de la ayuda a su prójimo.


tragedias


Reconocemos de antemano que el presente comentario pertenece al género de los temas intemporales o sea que lo mismo está hoy de actualidad como pudo haberlo estado hace quince años o podrá estarlo dentro de veinte.

Más que un comentario producto de un acontecimiento noticioso, se trata de un comentario de reflexión doctrinal cuyos frutos son actuales siempre y en cualquier lugar.

Y en vista de que se trata de una reflexión ante la tragedia, dicha reflexión puede aplicarse al terremoto de Haití en enero de 2010, las inundaciones del Valle de Chalco, un mes después; a los atentados contra las Torres Gemelas en 2001 o a los bombazos sufridos en la madrileña estación de Atocha en marzo de 2004.

Por supuesto que también comprende al terrorismo causado por los asesinos del Estado Islámico en cualquier país de Europa.

Desde luego que incluimos los huracanes del Caribe, los tornados en territorio de los Estados Unidos y –por supuesto– los terremotos que han desolado territorio mexicano.

En cualquier época y en cualquier lugar resulta de actualidad lo que vamos a decir.

Haciendo a un lado el furor asesino de los seguidores de Mahoma que piensan que matando habrán de encontrarse con Alá, en esta ocasión analizaremos lo relativo a las desgracias causadas por la naturaleza.

Al ver tantos derrumbes, tanta gente muerta, tantas familias que perdieron sus hogares y tanto olor a putrefacción, es muy natural que quienes tengan fe se pregunten: ¿Por qué permite Dios todo esto?

Muchos pudieran pensar –y quizás tengan parte de razón– en que se trata de un castigo divino a una humanidad que, presa del egoísmo, ha extraviado el buen camino.

Buscando la respuesta en el Evangelio –que, a fin de cuentas, es Palabra de Dios– citamos a san Lucas quien, refiriéndose a una torre que se había desplomado matando a quienes estaban debajo, nos dice lo siguiente en palabras del mismo Cristo: “¿Pensáis que esos galileos eran los más pecadores de todos los galileos porque sufrieron eso? Os digo que no y si no hacéis penitencia, todos pereceréis igualmente. ¿Creéis que aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató eran los únicos culpables entre todos los vecinos de Jerusalén? Os digo que no. Pereceréis todos igualmente si no os arrepentís” (Lucas 13, 2-6).

Así pues, que nadie se dé baños de pureza creyendo que si él se salvó de la desgracia fue porque era bueno, muy bueno y que los demás perecieron porque eran malos, muy malos.

Aparte de que tanto la lógica como la realidad desmienten a quien piense de ese modo, es el Evangelio quien aclara la cuestión.

Complementando lo anterior, volvemos a citar la mismísima Palabra de Dios quien, ante la desgracia padecida por un ciego de nacimiento, Cristo vuelve a darnos la respuesta: “Y sus discípulos le preguntaron: Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres para que naciera ciego? Jesús respondió: Ni pecó éste ni sus padres, sino para que resplandezcan en él las obras de Dios” (Juan 9, 2-4).

En esta frase “para que resplandezcan en él las obras de Dios” se encuentra nada menos que la esencia misma del cristianismo. Una esencia vital que nos pide –ni más ni menos– amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

“Las obras de Dios”, dice Cristo por medio de san Juan Evangelista… ¿Y cuáles son las obras de Dios? Según el Catecismo del Padre Ripalda, nada menos que catorce: Siete corporales y siete espirituales.

En el caso de alguna de esas terribles tragedias que acabamos de mencionar, ni duda cabe que son las corporales las que pueden aplicarse en cualquier momento.

Vale la pena recordarlas: Visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, redimir al cautivo y enterrar a los muertos.

Quienes ayudan a remover escombros rescatando gente herida o cadáveres, quienes les dan víveres, ropa y medicinas a los damnificados y quienes les reciben en sus casas; ni duda cabe que están haciendo gala de la caridad más exquisita.

Desde luego que ante el terrible e irreparable dolor de quien lo ha perdido todo, nos sentimos impotentes para dar una explicación que satisfaga.

Sin embargo, en medio de tanta desgracia causada por desastres naturales –e incluso por los atentados terroristas– es posible que se manifiesten las obras de Dios, o sea las obras de misericordia.

Qué gran oportunidad para, en medio del desastre, dar testimonio de la fe recibida en el bautismo.

 

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