La izquierda mexicana, en lo que parece su interminable viaje a la decadencia, marcado significativamente por el fiasco en materia de políticas izquierdistas que ha sido el gobierno de López Obrador, mira ahora como propio el triunfo de Lula en Brasil. Cierto es que la derrota de Bolsonaro es celebrable por donde se le mire. La ultraderecha –cuestionable y reprobable donde quiera que esté– tenía en el presidente brasileño a uno de sus exponentes más grotescos (y miren que hay competencia). Varios comentócratas mexicanos celebraron el triunfo del izquierdista como propio, y como una esperanza para el continente. Al parecer no entendieron nada de lo que les pasó con AMLO.
De hecho, sorprende que el propio presidente López Obrador haya festinado la victoria brasileña del izquierdista. El presidente mexicano tiene más en común con Bolsonaro que con Lula. El militar derrotado en las elecciones del domingo, al igual que nuestro presidente, es un fanático religioso y un devoto de la militarización generalizada. Ambos comparten un desprecio monumental por la inteligencia en general y por el pensamiento adverso en particular. Bolsonaro, al igual que AMLO, va de la mano con las iglesias evangelistas para la compra de votos. No en balde advirtió del peligro que Lula cerrara las iglesias si obtenía el triunfo electoral. Bolsonaro manifestó en el último debate que “el sistema estaba en su contra”, de la misma manera que lo hace López Obrador cuando es claro que el sistema ya son ellos. Pero ambos se sienten víctimas y proclaman que los demás están contra ellos. Son víctimas de tiempo completo. Bolsonaro se dedicó desde hace tiempo a cuestionar a la autoridad electoral cosa que aquí en México es de todos los días.
Otra cosa que habrá que ver con detenimiento en la campaña de Brasil es que no precisamente se trató de la agenda de la izquierda en la campaña de Lula. Al contrario, al final el sindicalista brasileño tuvo que correrse al centro-derecha para obtener votos que le permitieran ganar –un triunfo apretadísimo de 50.9% contra 49.1%– en la segunda vuelta, realizada el pasado domingo. El propio Lula –él sí hombre de izquierda– se declaró en contra del aborto y obtuvo apoyos de la derecha. Tal fue el caso de la senadora Simone Tebet, líder del partido de centro-derecha que dio su total apoyo a Lula en la segunda vuelta. La senadora, con precisión, enfatizó de qué se trataba esa elección: “No es Lula o Bolsonaro sino democracia o autoritarismo”, y apostó contra el militar.
Nuestros izquierdistas, los pocos que quedan, se dejan encantar con cualquier disfraz. No hay que olvidar que quien paseó e impulsó a Odebrecht y su estela de corrupción fue ni más ni menos que don Lula. Pero tienen memoria corta, por eso acaban pensando que la izquierda gobierna en varios países cuando lo que sucede es que hay tiranos instalados en el poder y poco, como se vio en Brasil, tiene que ver una agenda polvorienta como la que no han podido actualizar desde hace años.
En fin, que parecen muy contentitos con el triunfo en Brasil, mientras en México el presidente López Obrador la emprende contra uno de los referentes de la izquierda moderna mexicana: el escritor Juan Villoro. El presidente lleva dos días insultando al escritor y poniéndolo como un tipo acomodaticio “con la oligarquía” y por trabajar “en medios del conservadurismo, lo van a seguir invitando en las universidades de derecha”, y más aún, el presidente dijo que “no cabe duda que el que se entrega por entero a la mentira pierde hasta la imaginación y el talento”, en referencia a Villoro. Así su presidente de izquierda: su espejo es Bolsonaro, no Lula. Tengan para que se entretengan.
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