Pareciera que el país vive ya una transición anticipada, inédita, en una especie de noviazgo entre dos presidentes.
La sociedad mexicana, en general, está centrando su atención en AMLO, el ya “presidente electo”, el que ya opaca con sus actividades políticas y su presencia prácticamente a diario en diferentes partes, regiones y comarcas y en los medios, el presidente en funciones Enrique Peña Nieto y su gobierno, lo que hace más larga la agonía de la administración política durante sus últimos 100 días hasta el traspaso de todos los poderes el próximo 1° de diciembre.
Pareciera, que el país vive ya una transición anticipada, inédita, en una especie de noviazgo entre dos presidentes, el de funciones formales y el electo, que se ha atribuido funciones que en principio aún no le corresponderían, con reuniones de dos gabinetes, uno en funciones y el otro fantoche, sin que sus nombramientos sean ratificados formalmente.
Pareciera que es una situación incómoda para el presidente saliente, puesto que el futuro presidente está tomando decisiones por anticipado en lo que se refiere a su futuro rumbo político, en áreas de singular trascendencia, como, por ejemplo, la construcción del NAIM, que incluye la convocatoria de una consulta popular (para el 28 de octubre próximo), la derogación de la reforma educativa, la reorganización de la secretaría de gobernación con la creación de la ya anteriormente existente secretaría de seguridad pública, el rediseño de las relaciones bilaterales con EEUU, ya con un acuerdo promisorio sobre el TLCAN por la repentina benevolencia del inestable y nada confiable presidente Trump, y otros proyectos anunciados de, entre otros pendientes, cinco grandes obras, como la construcción de un Tren Maya, un Corredor Transístmico, dos nuevas refinerías, como el tren CDMX–Querétaro, citando solamente proyectos de envergadura. Todo esto, más la liberación de la maestra Esther Gordillo y el más reciente anuncio de un acuerdo económico con EEUU, parece ser en reemplazo del TLCAN, proyectos que desde luego deben de hacerle sentir incómodo al actual presidente Peña Nieto.
Pareciera, que al aún presidente Enrique Peña Nieto, por su gobierno tachado de nefasto, corrupto y particularmente considerado de soberbio, con la peor evaluación de apoyo de la sociedad en general, y, finalmente por las inoportunas e infortunadas decisiones de él referente al nombramiento del candidato presidencial y el manejo de la campaña, que se tradujo en un “colapso electoral” el pasado 1° de julio, que llevó al PRI al borde de su existencia en el futuro, que a la vez causó daños políticos profundos a los otros dos partidos PAN y PRD, con el consiguiente debilitamiento como oposición política respecto al futuro gobierno de AMLO.
Pareciera que la victoria del más asiduo contrincante que fue AMLO, fundador y líder del relativamente joven movimiento popular MORENA, que es de considerarse como un resultado de dimensiones centenarias, para tomar un liderazgo de plenos poderes, sostenido además en el apoyo y las mayorías del senado y la cámara de diputados, con la gran oportunidad de reformar los pilares políticos, económicos y sociales y de llevar a este gran país, que es México, a nuevas dimensiones y a responder los grandes retos que espera su población a todos los niveles.
Pareciera que de esta manera que AMLO, como futuro presidente, tiene en principio en su sexenio un poder pleno, por su amplia mayoría de los electores, en el Senado y y la Cámara de Diputados de la República, con grandes retos y responsabilidades para transformar el paisaje político actual, como figura clave, una especie de Mago, de Mesías.
Pareciera también, aunque más bien para cumplir las inmensas esperanzas difundidas, AMLO se presenta todavía en la actualidad, como el hombre que maneja el “cuerno de la abundancia”, por sus prácticamente ilimitadas promesas y actividades preliminares, dudosas en lo que se refiere a la conformidad constitucional, como es por ejemplo la convocación de un referendo o convocatoria popular como apoyo a sus decisiones (enigmáticas) pendientes sobre el NAIM, sin insistir más en su promesa de convocar al pueblo a evaluar su labor en el gobierno con el objeto de quedarse o retirarse según se mire. A todo esto hay que agregar la decisión de nombrar 32 comisionados en las entidades estatales por encima de los gobernadores, que en principio ostentarán poderes especiales por depender directamente del presidente.
Pareciera que ante las grandes esperanzas que ha despierto AMLO con sus inusitadas actividades como Presidente electo, merecen también una breve consideración objetiva: El vacío de poder que se está acentuando por la debilidad del actual gobierno y que presumiblemente se va aumentando a medida que transcurra la aún larga transición política hasta el 1° de diciembre próximo, apremia en primer lugar el problema de la seguridad (pública) en todo el país. La actual fase de incremento descomunal de crímenes, como homicidios, extorsión, secuestro, asaltos y atracos a mano armada, con gran violencia, en deterioro de la convivencia y paz en común, puesto que materia de seguridad el país está en “ruinas”, con el gran interrogatorio que aún existe respecto a cómo podrá el nuevo gobierno resolver y solventar estas desgracias en su temible avance.
La reorganización de la seguridad pública en sus diferentes áreas, con la anunciada recreación de una secretaría a cargo de la Seguridad Nacional y Pública, las reformas de los organizaciones de las policías y sus estructuras de mando, incluyendo la guardia nacional, pero aún con la gran incógnita de la futura estrategia de combate a la delincuencia y el crimen, pero sí con la reconfirmada participación activa del Ejército, como uno de los pilares principales y estables. Otros temas, aún pendientes y sí de singular importancia son los sectores de justicia y el fortalecimiento del Estado de Derecho, la conversión del Procuraduría General de la República y la creación de una Fiscalía General independientes políticamente.
Finalmente el anuncio de combate a la pobreza y la ayuda económica a toda la gente mayor de 68 años, son muy loables, aún a falta de concretizar el financiamiento.
En este contexto, visto en términos generales, positivamente, lo que llama la atención de todos los proyectos anunciados, es la financiación, bajo el expreso anunciamiento de no aumentar los impuestos, sino con el expreso alegato de AMLO de “no vamos a pedir prestado, no habrá déficit y vamos a financiar el desarrollo con ahorros, con el plan de austeridad y con el combate a la corrupción”.
En resumen: Este “México lindo y querido…..México mágico…..México de grandes contrastes”, merece un futuro prometedor, próspero y de estabilidad política-social-económica, y que no caiga en una “razón de la sinrazón”.
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