Pablo, además de enseñar una doctrina muy superior, se la pasaba haciendo el bien.
Éfeso era la capital de la provincia más populosa de Asia, de ahí que fuera muy importante que Pablo estuviera al frente un buen tiempo, pero era necesario ir consolidando una estructura que pudiera mantener y hacer crecer la comunidad cuando él tuviera que partir.
Pablo tuvo que tener trato con toda clase de personas, hombres paganos de importancia, así como con muchos del pueblo, que veían en el cristianismo un consuelo y una fuerza que les llenaba al mismo tiempo de esperanza para superar todas las injusticias que sufrían.
Pero no solamente existía la religión oficial, había también como en otras ciudades charlatanes y magos, y en especial una secta que manejaba secretos ocultos que según ellos provenían de escritos muy antiguos, y todos estos no querían perder sus adeptos, pues de ellos obtenían buenas ganancias económicas y veían en Pablo un competidor muy incómodo.
Pero Pablo, además de enseñar una doctrina muy superior, se la pasaba haciendo el bien, y hubo muchas curaciones milagrosas, por las cuales desde luego no cobraba, sino lo que pedía a cambio es que creyeran en Jesús y se convirtieran.
Pero vayamos directamente a los Hechos de los Apóstoles capítulo 19 para vivir uno de los acontecimientos más interesantes que vivió Pablo en esa ciudad:
“Dios obraba por medio de Pablo milagros no comunes, de forma que bastaba aplicar a los enfermos los pañuelos o mandiles que había usado para que se alejasen de ellos las enfermedades y saliesen los espíritus malos. Algunos exorcistas judíos ambulantes intentaron también invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos. Solían decir: «Os conjuro por Jesús, a quien predica Pablo.» Los que hacían esto eran siete hijos de un tal Esceva, sumo sacerdote judío. Pero, en una ocasión, el espíritu malo les respondió: «A Jesús le conozco y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois?» el hombre poseído del mal espíritu se abalanzó sobre ellos, dominó a unos y otros y pudo con ellos, de forma que tuvieron que huir de aquella casa desnudos y cubiertos de heridas. Cuando los habitantes de Éfeso, tanto judíos como griegos, se enteraron de lo sucedido, fueron presa del temor y alabaron el nombre del Señor Jesús. Muchos de los que habían creído venían a confesar y declarar públicamente sus prácticas. Bastantes de los que habían practicado la magia reunieron los libros y los quemaron delante de todos. Calcularon el precio de todos ellos, que ascendía a cincuenta mil monedas de plata. De esta forma la palabra del Señor se consolidaba y se difundía poderosamente”.
Con lo anterior quedó demostrado que nombre de Jesús no podía ser tomado por cualquiera y menos como si fuera un hechizo, Pablo por su parte decía que: “Nuestra lucha no va contra la carne y contra la sangre, sino contra los poderes, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebrosos, contra los espíritus malignos del aire”.
Esto fue consolidando la autoridad de Pablo como alguien que traía el verdadero mensaje de Dios y llevaba a los que lo escuchaban a un cambio pleno de vida.
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