¿Somos ciudadanos o somos masas?

Las masas no razonan, no cuestionan.



Analizando la campaña presidencial y los linchamientos de la semana pasada, podríamos cuestionarnos: ¿Estamos perdiendo nuestro carácter de ciudadanos para convertirnos en masas, fácilmente influenciables y dirigidas en contra del bien común y del sentido de humanidad?

No es un asunto menor. En la base de un Estado democrático está una ciudadanía que reflexiona, que razona, que sopesa opciones y propuestas antes de decidir. Las masas no razonan, no cuestionan. Las mueven los sentimientos y estos las llevan a hacer cosas que no harían si no las hubiera enardecido el grupo, si hubieran actuado como individuos.

Un ejemplo son los linchamientos de los días pasados. Si a cada uno de los participantes le hubieran preguntado en frío si matarían a alguien sin más motivo que acusaciones no probadas, seguramente la mayoría no lo hubiera aceptado. Si, además, le propusieran quemar vivos a esos acusados, muchos se horrorizarían. Pero, ya convertidos en masas, con los sentimientos desbordados, con la presión del grupo, muchos gustosamente participaron.

Sin llegar a esos extremos, las elecciones presidenciales pasadas, fueron dirigidas a las masas, no a los ciudadanos. Fueron las elecciones del odio. Y nadie se puede decir exento, porque todos los candidatos, al menos los finalistas, se basaron en los sentimientos, en el voto de castigo contra el más odiado. O el miedo. O la desconfianza. La mentira como arma política, un desprecio profundo por la verdad. Esto, por supuesto, se desbordó de mayor manera en las redes sociales, en los grupos que se dedicaron al rumor, a las noticias falsas y a promover el odio. Grupos que, probablemente, no fueron mayoritarios; pero que destacaron y se volvieron “virales”.

Ahora que han pasado esas semanas de pasiones desbordadas, no acaban de regresar la cordura ni el razonamiento ni la reflexión. Los ganadores tal parece que no hubieran ganado. Siguen enojados y azuzando el odio, por más que algunas voces sensatas en el bando ganador tratan de moderar los ánimos. Y muchos de los perdedores siguen como si la campaña no hubiera terminado y no hubiera una decisión final. Parece que creen que podrían cambiar los resultados destapando nuevos escándalos, inventando nuevos infundios y vituperando a los ganadores, a veces, de modo soez.

¿Será que al ver el resultado exitoso del manipuleo de los sentimientos y el uso de las falsas noticias les ha convencido de que ese es el camino? ¿Han perdido la confianza en la razón y en la verdad y solo aceptan el enojo y el odio, que tan buenos resultados les dieron a algunos? ¿Han olvidado sus ideas políticas, sus ideales y principios o ya no creen que puedan ser convincentes para la ciudadanía? Qué tristeza, si ese es el caso. Porque no solo han perdido unas elecciones: han perdido sus principios y la confianza en sus razonamientos. Finalmente, perder unas elecciones es perder una batalla. Perder la fe en los principios y razones que los llevaron a formar una agrupación política y social es la derrota definitiva, es perder la guerra a largo plazo.

Yo creo que la ciudadanía se recuperará de este mal momento. Que la verdad y el bien siempre triunfan, a la larga. No estoy tan seguro de los partidos políticos derrotados. Y creo que, si no recuperan sus principios y valores, seguirán perdiendo los próximos enfrentamientos. Porque dedicarse solo a demostrar errores y fallas, a la larga hastía. Lo que nos urgen son nuevas ideas, nuevas propuestas, razones que convenzan. Nada menos.

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