La salud del presidente

Ahora que el equipo de hackers de Guacamaya sacó a la luz tantísima información, guardada en secreto hasta este momento en las computadoras del Ejercito Nacional, uno no puede menos de ponerse a imaginar cuántas cosas importantes, trascendentales para la nación -y muchas, también, de las cuales sus protagonistas preferirían que no salieran a la luz pública- no estarán encerradas ahí. Ya Loret de Mola nos hizo el favor de revelar algunas de ellas. La inseguridad de las aduanas es una de ellas. Otra, las relaciones poco amistosas entre la Marina y el Ejército. Y una más, que a la ligera podría pensarse como de escasa importancia, es la referente a la salud actual del Jefe del Ejecutivo Federal. De seguro que a más de un ciudadano le habrá pasado por la mente que a nadie interesa la condición física del presidente. Pero, cuidado, este asunto presenta varios ángulos que merecen nuestra atención, sobre todo cuando el presidente es el actual López.

Basta pensar, por ejemplo, en que en él recae la obligación de velar por la estabilidad integral de la economía, de la salud, de la educación y de la armonía social de la República Mexicana. No es, entonces, algo que no interese a los mexicanos. AMLO fue elegido por la ciudadanía para gobernar esta inmensa, polícroma y problemática nación, y por consecuencia todo aquello que pueda interferir en el desempeño de su función es de interés nacional. Cualquier falla en la salud presidencial puede representar serias limitantes para el bienestar de la ciudadanía.

Con lo anterior bastaría para que se hiciera a AMLO por lo menos un extrañamiento, por ocultar irresponsable y deliberadamente un asunto de interés nacional. Hay, sin embargo, otra reflexión ulterior respecto al asunto de la salud de AMLO. Y esta reflexión pinta a nuestro presidente de cuerpo entero, con todo y su alma.

Al inicio de la pandemia hace dos años, era del conocimiento público que los ciudadanos más propensos a contraer la enfermedad del COVID eran los de edad avanzada. Los médicos no se cansaban de recomendar a los mexicanos de la tercera edad que se cuidaran mucho, que tomaran precauciones especiales, sobre todo si padecían alguna enfermedad seria; como las que padece el presidente, quien es claro que pertenece a ese segmento de población. A AMLO eso no le importó. Al contrario. Anduvo por ahí jacarandoso, placeándose, entre la gente, besuqueando niñas, poniéndose en riesgo cercano de contagio. Y como si eso no bastara para demostrar su irresponsabilidad, se dedicó a desalentar el uso de los cubrebocas y la necesidad del confinamiento. No solamente eso, el informe Guacamaya nos descubre que el presidente se niega a tomar medicinas. Más irresponsabilidad. A él no le importa poner en riesgo su propia salud y la estabilidad del país. Al contrario, pone en riesgo la salud de todos al intentar convencer a la ciudadanía de no tomar las medidas básicas de prevención. A lo mejor el presidente se creyó lo que afirmó de él el infame Subsecretario de Salud, Hugo López Gatell, con aquella célebre frase de que el presidente no tiene peligro de contagio porque lo protege su fortaleza moral (palabras más, palabras menos). Aunque así hubiese sido -en alguna dimensión desconocida- López Obrador tenía la obligación moral, y legal, de dar buen ejemplo al pueblo. Lo que quedó en evidencia con su ocultamiento de la verdad de sus enfermedades y con su irresponsabilidad al engañar al pueblo respecto al peligro del contagio por el virus del COVID es que él en realidad no reconoce ninguna obligación moral hacia el pueblo que lo eligió; del mismo modo que no la reconoce respecto a la ley. La forma como, durante lo peor de la pandemia, abandonó a su suerte a los médicos, enfermeras y enfermos de COVID son signos de esta crueldad oficial, como lo es todavía hoy el abandono a los niños con cáncer. Los pobres, sus consentidos, son los que más han sufrido por esa irresponsabilidad desalmada.

Con todo lo anterior -¡ay!- sólo queda evidenciado que los problemas de salud del presidente no son exclusivamente los de su sistema cardiovascular. Su salud psicológica está evidentemente urgida de un tratamiento especializado, serio y prolongado. Y, a juzgar por sus actos, con alguna probabilidad, la salud de su alma también.

* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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