Padres y madres millennials

¿Qué podemos hacer otras generaciones para ayudarles?


 


Hace poco, conociendo una iglesia, pude ver el bautizo de un bebé. El padre y la madre, tal vez de poco menos de 30 años, acompañados por un par de docenas de muchachos de esas mismas edades, casi todos casados, y varios con niños muy pequeños. Algunos abuelos, unos pocos hermanos y algunos novios. El sacerdote, obviamente feliz, trasmitía su alegría a esa pequeña congregación.

No puedo menos que reflexionar sobre este fenómeno de los jóvenes a los que llamamos millennials, que van llegando a la edad de tener hijos. Mucho se habla de, y se critica a este grupo de edades: que si no se comprometen, que si le tienen temor al matrimonio y mucho más al compromiso que significa criar algunos hijos.

Son la segunda o tercera generación después de la rebelión silenciosa contra las directrices de la Iglesia respecto
al control natal. También la generación que ha vivido la aceptación del aborto como algo mucho más extendido.

Pero, sin embargo, allí están. Chicos y chicas felices, gozando de su paternidad. Formando grupos que salen juntos, se divierten juntos, y que se apoyan unos a otros en las mil y una pequeñas crisis de la crianza de un bebé.

Jóvenes mamás que se comunican a través de Facebook u otros medios de comunicación para compartir experiencias, darse apoyo, ayudarse mutuamente. Blogs dedicados a transmitir información confiable a las mamás y los papás en aspectos médicos. Grupos de ayuda mutua en la lactancia. En fin, los millennials están encontrando nuevos modos de ayudarse en la alegre tarea de criar a los hijos.

Creo que hay otro aspecto. Se ha dicho, con razones, que los millennials están apartados de la Iglesia. Que perciben falta de autenticidad en los que decimos creer en el catolicismo. Que las ceremonias, los rituales que han inspirado a muchas generaciones, ya no les dicen nada. Y creo que es así. Sin embargo, también es claro que el hecho de que la llegada de un hijo pudiera cambiar esa situación. La ternura, la fragilidad de una nueva criatura resuena en el corazón del papá y la mamá. Y ante una tarea que a veces se antoja compleja y difícil, muchos jóvenes matrimonios están regresando a la Iglesia.

Y no sólo para el bautismo: en algunas parroquias, en paralelo a la preparación para la primera comunión, se arman grupos de padres de familia para recibir también una catequesis qué, en muchos casos, no habían recibido desde su primera comunión. Esto, por supuesto, no es nada nuevo. Mi abuelo fue un hombre radicalmente anticlerical. Tanto así, que se negó a ir a la boda de mi madre, por no estar donde había sacerdotes. En un ambiente así, mi madre fue educada sin religión. Mi padre, sin embargo, sí insistió en que los hijos se bautizaran e hicieran la primera comunión. Y mi madre, revisando nuestras lecciones del catecismo, encontró la fe que arraigó en ella de una manera profunda.

Sí, los bebés evangelizan a sus Padres. Tal vez por ello a este mundo no le gusta que existan bebés en las familias. No es sólo la limitación del número de hijos, no es sólo la difusión de las ventajas las familias sin responsabilidades paternas. Se percibe un rechazo a los niños. Ejecutado, desgraciadamente, en hechos tan terribles como el aborto, la trata de menores y la pederastia.

A mí me alegra profundamente ver a estos chicos y chicas millennials disfrutando de su paternidad. Ellos son, nos guste o no, el futuro de la Iglesia, el futuro de la Patria. Y qué mejor cimiento para ese futuro que la felicidad de sus niños y de sus relaciones de pareja. ¿Qué podemos hacer otras generaciones para ayudarles? Probablemente lo más difícil, pero indispensable, es ganarnos su confianza. Mostrarles nuestra alegría al verlos felices, hacerles notar el amor en la mirada de sus bebes cuando ven a su padre o a su madre. No imponer, no señalar, no criticar.

Ser congruentes. No insistir en los errores. Acompañarlos, dice el Papa Francisco, con mucha razón.

 

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