Interregno

El presidente entrante no puede hacer mucho.


Viejo y nuevo presidente 


Perdón por la palabra extraña. Según el diccionario es un período de tiempo en que no hay un soberano. No es exactamente lo que está pasando en México, pero es algo parecido. Un período entre la elección de un nuevo presidente y su toma de posesión. El presidente saliente sigue en funciones, pero ya no cuenta mucho para efectos prácticos. Su presencia en los medios se reduce, sus declaraciones ya no son comentadas. El poder sigue nominalmente ahí, pero no es tomado en cuenta. A los presidentes en este período les llaman los estadounidenses un “pato cojo” (lame duck).

Así mismo están los partidos derrotados. Tienen dirigentes, pero para lo único que sirven es para convocar congresos que los destituyan y dirijan una muy necesaria reflexión sobre las razones de sus derrotas.

Por otro lado, el presidente entrante tampoco puede hacer mucho. De algún modo sigue en campaña. Precisando sus promesas, acotándolas, a veces haciendo nuevas ofertas. Está diario en la primera plana y es comentado favorable o desfavorablemente todos los días. Dado que no tiene una autoridad real, poco bien puede hacer. Pero una declaración poco afortunada puede hacer mucho mal.

Para sus partidarios, es el momento del optimismo. Pero para el 46% de los votantes que no lo eligieron, es el momento del escepticismo. Prometer es fácil, dicen: lo difícil es cumplir. Una sociedad como la nuestra, que ha sido engañada una y otra vez por la clase política, tiene una fuerte inclinación a ser escéptica. No se le puede reclamar esa situación.

En la Reforma Penal, todavía por implementar plenamente, hay un concepto fundamental: la presunción de inocencia. O sea, que a todos se les considera inocentes hasta que se demuestre lo contrario. ¿Habrá un concepto paralelo en este caso? ¿Acaso sería la presunción de buena fe? Suponer que el nuevo presidente actúa de buena fe, hasta que se demuestre lo contrario.

Una píldora difícil de tragar para muchos. Los vencedores también deberían suponer buena fe de los que no aceptan al ganador. Algo que no se está dando. A los opositores del nuevo presidente, lo menos que se les dice es que “ya lo superen”. Frecuentemente aderezado por insultos, descalificaciones y hasta amenazas. Claramente, ya no les interesa convencer. Comportándose como vencedores, les interesa aplastar al derrotado.

Eso no es un buen augurio. Están reforzando el escepticismo y la desconfianza. No es la manera de que se le conceda la presunción de buena fe al nuevo régimen. Por mi parte, sigo con un escepticismo que considero sano. Ateniéndome a la sabiduría del evangelio, sigo la norma: por sus frutos los conoceremos.

 

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