Cristo Rey, nudo central de la vida humana

La fiesta de Cristo Rey cierra el año litúrgico para dar paso al adviento, y es por ello muy significativo pensar un poco en la relación de esta fiesta con nuestra existencia diaria, no solo en lo particular sino también en lo social.


Celebración a Cristo Rey


Ante una sociedad cada vez más alejada de la religión es muy importante recalcar el sentido social y universal de esta fiesta, y me basaré en gran parte en el pensamiento de Anacleto González Flores, hombre no sólo de su tiempo, sino de una visión que encaja perfectamente con lo que estamos viviendo y que trabajó una especie de teología sobre la importancia de Cristo como Rey, proyectándose en una guía de la vida personal y social del mundo por su influencia real en la historia.

Decía Anacleto: “Cristo es la audacia más alta de la historia y sigue pasando a través de la historia…César, al contarnos su historia, agotaría sus éxitos en un día. Bonaparte los contaría en un volumen de algunos cientos de páginas. Cristo agotaría la vida de muchos hombres si abriera sus labios para hacer la historia de sus batallas, de sus conquistas y de sus éxitos”.

Y es que Jesús se inserta de manera íntima en la historia de millones de hombres acompañándolos en el día a día en sus dudas, en sus derrotas, en sus alegrías y en sus triunfos, muchos de nosotros somos inclusive protagonistas en sentir la acción permanente de la iluminación y el acompañamiento de Jesús en nuestro día a día, y sociedades enteras han vivido entorno a la vida y sobre todo a la resurrección de Jesús.

Y es que la historia de Cristo es todo lo contrario de los otros llamados grandes, a los ojos de los hombres nace pequeño y sigue pequeño, proclamó que era Rey estando prisionero y encadenado frente a un funcionario de un gobierno invasor, entregado a él por su propio pueblo según lo narra el evangelio de San Juan: “Pilato entonces le dijo: ¿Así que tú eres Rey? Jesús respondió: Tú dices que soy Rey. Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz. Pilato le preguntó: ¿Qué es la verdad? Y habiendo dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: yo no encuentro ningún delito en el”.

Estas son unas palabras muy fuertes dónde Jesús acepta su reinado y dice que todo el que es de la verdad escucha su voz, y el mundo moderno en gran parte se asemeja a Pilato, que como no cree en la verdad, no espera siquiera que Jesús le aclare el significado de la misma.

Hoy México de una gran tradición cristiana se olvida de ella, y corre en brazos de los que predican doctrinas extrañas y hasta perversas, a las que inclusive llaman derechos y las convierten en leyes, y no conformes con esto las usan para perseguir a quienes se mantienen firmes en la verdad.

Anacleto habla de la presencia de Cristo en la sociedad entera y en todas sus manifestaciones: “Cristo se ha transfundido todo entero en la vida; sus bajeles pasan por todos los mares: los del pensamiento, los del arte, los de la política, los de la ciencia, los de la acción”.

Y es que parece que hemos olvidado que en nuestro mundo occidental el cristianismo ha sido el motor y la base de nuestra cultura, incorporando también desde luego valores humanos que proceden de todas las culturas. Se olvida con facilidad que, en el arte, y en el pensamiento, y en la misma ciencia muchos de los grandes precursores de las bases científicas y su desarrollo han sido también profundamente creyentes.

La sociedad de hoy se ha tornado tan violenta y tan falta de esperanza guiada por una política de descristianización que viene operando desde la Revolución Francesa porque como decía Anacleto: “Al sentirse que Cristo falta del ambiente, que falta en la atmósfera de nuestra vida, al hacer el supremo al hacer el supremo esfuerzo por arrancarlo de las entrañas, del corazón, a Él, que sigue siendo oxígeno irremplazable para nuestra vida espiritual, aparece en todas partes, en todos los cuerpos y en todas las almas -aún en las más indiferentes-, las señales inequívocas de asfixia”.

Por eso es tan importante la fiesta de Cristo Rey, donde se reconozca ese reinado de Cristo que es de justicia, libertad, reconciliación y amor, que es el único camino para encontrar un punto de unidad entre los mexicanos que permita recobrar ese sentido de trabajar por el progreso en paz y sin violencia. 

Ye veía Anacleto por esos años del 1920 un México herido y decía: “Se sabe que es totalmente necesario reconstruir al hombre interior y al hombre exterior y que, éste,  aparte de ser ciudadano, debe ser una verdadera unidad social y que para esto urge que las energías de la sociedad vuelvan al cauce del orden y que el talento, la riqueza, la propiedad y el poder sean fuente rica e inagotable de luz, de justicia y de bienestar para todos. Se ha llegado a comprender que solamente así será posible contener la corriente desbordante de las revoluciones e inaugurar una era de verdadera paz en el mundo”.

 

 

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