Las primeras señales enviadas por AMLO más bien indican que los chapulines, sobre todo los de Morena, serán plaga de nuevo.
Desde hace varios años, cada vez que se avecina un proceso electoral en México aparece en escena el tema de los “chapulines”. El tema fue adquiriendo cada vez mayor relevancia en la medida que se hacía más notable el debilitamiento de la hegemonía política del PRI. Hay que hacer notar, sin embargo, que el apodo de “chapulín”, sumamente descriptivo y fácilmente inteligible por cualquier mexicano, no surgió de la nada ni de la noche a la mañana. Es más, ni siquiera fue consecuencia directa de ese reciente debilitamiento del PRI, el cual había gobernado el país por varias décadas en tal forma que llegó a ser descrito como la “dictadura perfecta” por Mario Vargas Llosa. Más bien, fue el recuerdo de una forma de proceder en la elección de funcionarios públicos, utilizada normalmente por dicho partido en sus épocas dictatoriales, que era conocida y criticada en privado por todos pero de la que nadie se atrevía a hablar públicamente. Siguiendo el ritmo de los cambios decididos sexenal o trienalmente por el partido, una misma persona cambiaba de puesto dentro de la administración pública, sin que sus características personales, su preparación académica y su experiencia profesional tuvieran relación alguna con los perfiles del cargo que tuviera que desempeñar. La misma persona brincaba cada seis o tres años de un puesto a otro, como un saltamontes; de hacienda a agricultura, de agricultura a seguridad pública, de seguridad publica a turismo o al área que en ese momento le tocara en suerte dependiendo de su lealtad al partido y de la calidad de los servicios que hubiera prestado para la predominancia del mismo. Esto último era el único requisito para hacer carrera en el servicio público. Ni habilidades, ni eficacia, ni honestidad, ni patriotismo, ni ninguna otra virtud era tomada en cuenta. La llegada de la alternancia democrática alteró un tanto este modelo de actividad profesional. El partido político y la lealtad a este no fueron ya los únicos datos del curriculum vitae en los que una persona podía apoyarse si se veía a sí misma como nacida para trabajar en el servicio público. Había otros factores. La presencia pública y el contar con amplia base popular fueron los nuevos factores. Entre más apoyo tuviera alguien, incluso dentro del propio partido, más posibilidad habría de tener un puesto en el gobierno. Pero había una limitante: la no reelección. Nadie podía desempeñar un mismo cargo consecutivamente más de tres o seis años. Una persona que se sintiera con vocación y aptitudes legislativas debía escoger, al terminar sus tres años de diputado o seis de senador, entre descansar otros tres o seis años antes de presentarse de nuevo a elecciones, o brincar del senado a la cámara de diputados, o viceversa, o a otra función gubernamental aledaña. Esta opción era, claro, mucho más atractiva que esperar. La ley, así, orillaba a muchos a imitar a los chapulines. Y aunque en general la figura del “chapulín”, como se dio en llamar a quienes optaban por esta forma de continuar en la función pública, es mal vista por la población, no necesariamente fue algo malo. No faltaron legisladores que, como producto no buscado de la no reelección, enriquecieron de este modo, con su experiencia y su buen quehacer la vida legislativa nacional, aunque desde distintas cámaras. No todos los “chapulines” fueron oportunistas ni elementos negativos para la la vida política nacional. Afortunadamente, la ley ha cambiado. Ya hay reelección y es de esperar que ello disminuirá el número de “chapulines”.
Ahora bien, aún queda algo muy importante por hacer en este renglón. Se trata de algo que corresponde más a los ciudadanos que a los funcionarios de elección popular. Ese tema tiene dos vertientes. Una se refiere a que la ciudadanía debe reconocer que el servicio público también puede constituir una vocación personal, como puede serlo la abogacía, la arquitectura, la medicina, etc. Cada persona nace dotada de atributos personales para desarrollar ciertas actividades y encontrar en el desarrollo de las mismas su significado personal, al servicio de los demás. No hay por qué pensar que todo funcionario que busca ser reelecto es por eso mismo un bribón deseoso de empobrecer al pueblo. ¿Por qué no reconocer que hay personas que nacen para ser legisladores, o presidentes municipales? El peligro, claro, de que el ejercicio de esas funciones llegue a corromper a quien las ejerce existe, es real. También lo es para quien ejerce otras profesiones. Pero ningún empresario inteligente despide cada tres años a sus empleados más productivos y eficaces por el miedo de que se engolosinen con el puesto. Y en esta reflexión estriba la solución. La ciudadanía debe elegir solamente a quien demuestre tener la capacidad moral de no sucumbir a la tentación de abusar de su autoridad. Esto incluye, obviamente, la capacidad de impedir que otros lo hagan. La virtud de la legalidad es una condición indispensable. No basta ser bueno personalmente si no se es capaz de hacer que también los demás sean buenos. No basta tampoco ser popular, ni ser un eficaz trabajador social. La ciudadanía debe hacerles continuo marcaje personal a los funcionarios electos durante el tiempo de su ejercicio. Por otro lado, debe proteger la ciudadanía a toda costa su facultad natural de pedirle a los funcionarios que continúen en el puesto -o sea, de reelegirlos- si su buen desempeño ha demostrado que le asegura el bienestar a la nación.
La historia nacional -¡ay!- no ha sido buena maestra en este sentido. Pero la historia no se hace sola. La hacemos los ciudadanos. Elegir buenos funcionarios, y reelegirlos si responden a nuestras expectativas, es nuestro derecho. Desempeñarse bien en el puesto para el que fueron electos es la respuesta de los funcionarios a su vocación y a la expectativa del pueblo. La conjunción de vocación al servicio público y reelección es trabajo de todos. Si se logra, los “chapulines” no tendrán necesidad de existir.
Para terminar, una pregunta: el retorno del carro completo a la escena política mexicana, esta vez con el nombre de Morena, ¿posibilitará un proceso apropiado de reelección y de ejercicio de la vocación personal? Las primeras señales enviadas por AMLO más bien indican que los chapulines, sobre todo los de Morena, serán plaga de nuevo.
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