Un panorama de pesadilla que, infortunadamente podría volverse realidad.
Nos hallamos a pocos días (horas, para ser exactos) del histórico domingo 1º. De julio en que los mexicanos habremos de acudir a las urnas para elegir -entre otros muchos cargos- a quien habrá de ocupar la Presidencia de la República.
Desde luego que pocas veces se había visto una campaña tan sucia y llena de insultos y descalificaciones como la que estamos padeciendo.
Al final -salvo sorpresas de última hora- la elección habrá de decidirse entre Ricardo Anaya Cortés y Andrés Manuel López Obrador.
Vale la pena repetir que ésta será una decisión histórica no tanto porque se renueva el Poder Ejecutivo Federal sino más bien porque habrá de darse una decisión que afectará radicalmente el futuro de México.
Imaginemos por un momento lo que ocurriría si el triunfador fuese Andrés Manuel, más conocido como AMLO.
Si acaso, cerca de la media noche, el presidente del INE, Lorenzo Córdoba, anunciase que los primeros escrutinios favorecen al tabasqueño, en esos momentos, esa sería una auténtica pesadilla en una noche de verano.
En esos momentos se estaría dando el principio del fin…
Ante la euforia de sus seguidores, nada extraño sería que miles de maestros afiliados a la CNTE (Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación) celebrasen el triunfo de AMLO bloqueando las principales avenidas de la Ciudad de México, saqueando grandes centros comerciales a incluso entrando con violencia en domicilios particulares.
Por supuestos que esos actos de rapiña quedarían impunes puesto que el nuevo gobierno estaría pagándole por anticipado a los maestros el apoyo que necesitaría en el futuro.
Un apoyo en el cual los afiliados a la CNTE actuarían como milicianos y fuerzas de choque de las que AMLO podría echar mano en el momento de amenazar a los legisladores para que le aprueben determinados proyectos de ley.
Milicianos que podrían ser utilizados tanto para amenazar a políticos o intelectuales disidentes como para amedrentar a la oposición por medio de la fuerza bruta.
Una vez que el nuevo presidente luciese sobre su pecho la banda presidencial, derogaría todas aquellas leyes que le estorbasen, especialmente el artículo constitucional que impide la reelección del presidente de la República, con lo cual AMLO volvería a ganar -con el apoyo de los esbirros de la CNTE- las elecciones de 2024 y tal vez las de 2030.
Ciertamente que se repartiría dinero a manos llenas con lo cual AMLO contaría con una amplia base de apoyo popular.
Ahora bien, todo ese dinero tendría que salir de alguna parte, razón por la cual ya una reforma fiscal se encargaría de vaciar los bolsillos de los contribuyentes que trabajan, producen riqueza y pagan impuestos.
Desde luego que -una vez que le haya quitado su autonomía al Banco de México- AMLO aumentaría el flujo de circulante lo cual ocasionaría una inflación galopante que se traduciría no sólo en el encarecimiento de los productos básicos sino también en la escasez de los mismos.
Todo esto desalentaría a los inversionistas quienes, al ver como su dinero se evapora en medio de la demagogia, emigrarían con sus capitales hacia países que les ofreciesen más garantías como podrían serlo Chile y Argentina.
Tras la huida de los capitales, vendría el cierre de empresas, con el consiguiente desempleo que -a su vez- ocasionaría un grave malestar social que daría lugar a enfrentamientos callejeros.
Ni duda cabe que, ante el fracaso económico, AMLO le echaría la culpa a la supuesta voracidad de las clases elevadas, lo cual le daría un pretexto fabuloso para expropiaciones no solamente de opulentas residencias sino incluso de viviendas cuyos propietarios pertenecen a las clases medias.
Volveríamos a vivir aquellos tiempos amargos de Echeverría y de López Portillo.
Un panorama de pesadilla que, infortunadamente podría volverse realidad.
No obstante, aún no se ha dicho la última palabra puesto que -aunque se publiquen encuestas tendenciosas- la única encuesta que vale es el resultado de la votación del domingo 1º. De julio.
Ante tal panorama de pesadilla -sueño amargo, pero sueño, a fin de cuentas- es posible revertir la situación.
Y es que podría darse un vuelco radical si, en vez de andarnos quejando y protestando e interminables e inútiles charlas de café, acudiésemos todos a votar.
Debemos acudir a las casillas a primera hora y, una vez que hayamos depositado nuestro voto, animar e incluso acompañar a vecinos y parientes que -sea por edad o sea por imposibilidad física- tengan problemas para desplazarse.
En el momento que logremos reducir el abstencionismo, en ese momento no solamente será imposible que se cometa un fraude electoral sino incluso que se diese la sorpresa de ver derrotado a un AMLO que pretende convertirse en dictador vitalicio de corte socialista.
De ese modo, al anunciarse los primeros resultados de la votación, más que aterrorizarnos ante una pesadilla en una noche de verano, respiraremos todos tranquilos ante el próximo amanecer de un futuro lleno de esperanza.
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com