Franco ni fue un simple administrador ni mucho menos se ensució las manos con dinero ajeno.
No hay duda: El flamante presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, no pierde el tiempo ya que tiene prisa por continuar la tarea que dejó pendiente su camarada José Luis Rodríguez Zapatero.
Cuando Zapatero y socialistas que le acompañaban perdieron el poder a fines de 2011, no pudieron culminar su gran objetivo: Sacar del Valle de los Caídos los restos de Francisco Franco.
Les sucedió el tristemente célebre Mariano Rajoy quien -a pesar de tener mayoría absoluta en el Congreso- no derogó esa Ley de la Memoria Histórica que para lo único que ha servido es para reanimar viejos odios y provocar discordias entre los españoles.
Rajoy, pudiendo haberlo quitado, mantuvo mucho de lo que hizo Zapatero; esa es la razón por la cual hay quien dice que su gestión fue una prolongación del gobierno socialista.
Pues bien, antes de cumplir dos semanas, los socialistas vuelven a la carga en su empeño por sacar del Valle de los Caídos los restos del viejo estadista.
Y aún hay más: Nuevas normas, fundamentadas en la Ley de la Memoria Histórica, pretenden censurar no solamente a quienes hagan la apología del franquismo sino incluso a quienes elogien la obra de Franco.
Esto significa que si a algún viejo parroquiano que vivió aquellos tiempos se le ocurre tomar unas cañas con sus amigos en la taberna y allí, al calor de la confianza, recuerda con nostalgia aquellos tiempos idos, corre el riesgo no solamente de que le apliquen una multa descomunal sino de ir a dar con sus huesos a la cárcel.
¡Esto es el colmo de la represión! Dicha norma es una ley liberticida puesto que mata un derecho sagrado como es el de la libertad de expresión.
Si acaso sacasen del Valle los restos de Franco, tendrían que contar con la autorización de sus familiares quienes, en un momento dado, podrían negarse.
Y tendrían razón para negarse puesto que si los restos se colocan en un sencillo panteón de pueblo…¿Quién nos garantiza que el día menos pensado no pueda venir un comando terrorista y los dinamite?
Al menos en el Valle, protegidos por una pesada lápida de mármol, están a salvo de cualquier profanación.
Ahora bien, adentrándonos en la pregunta con que titulamos este comentario: ¿Cómo se explica ese odio rabioso en contra de Franco?
¿Es posible que a más de cuatro décadas de su muerte le odie una generación de españoles cuya mayoría ni siquiera le conoció?
Porque quienes sí le conocieron le recuerdan con gratitud y cariño, añorando aquellos felices tiempos de paz, progreso y justicia.
Y prueba de ello es que, cuando su cadáver estuvo expuesto tres días en el Palacio de Oriente, fueron más de trescientas mil personas las que acudieron a despedirle con lágrimas en los ojos.
Ni duda cabe que no es así como se despide a un malvado dictador.
Mas bien es así como se despide a un padre muy querido que salvó a España del comunismo, de la anarquía, de la II Guerra Mundial, de la miseria y de todos los desastres que habían dejado los republicanos.
Y volvemos a preguntar: ¿Por qué tanto odio contra Franco?
La respuesta la encontramos en el odio sectario de grupos que perduran a través del tiempo, que se mueven en las sombras y a quienes Franco les causó un revés de dimensiones incalculables.
Revisando la historia de España, veremos como fue durante la primera mitad del siglo XIX que Juan Álvarez Mendizábal -inspirado por las ideas jacobinas de la Revolución Francesa- inició el proceso de desamortización.
Dicho proceso consistió en el brutal despojo de que fue víctima la Iglesia Católica a la cual Mendizábal le robó templos, conventos, monasterios, escuelas, asilos, hospitales y cuanto recurso del que la Iglesia podía echar mano para llevar a cabo su benemérita labor de asistencia social.
A partir de ese momento, la Iglesia quedó maniatada y a expensas del capricho de gobiernos liberales que se encargaron de irla reduciendo a su mínima expresión.
Sin embargo, a partir de la Cruzada Española de 1936, todo cambio.
Una vez que Franco gana la guerra, una de sus prioridades fue la de restituirle a la Iglesia los bienes que Mendizábal y su pandilla le habían robado.
Y no solamente eso, sino que Franco se encargó de apoyar a la Jerarquía Eclesiástica para que construyese nuevos templos, conventos y cuanto edificio necesitase para realizar su apostolado.
La obra demoledora de los liberales del siglo XIX la anuló Franco en menos de veinte años.
Ni duda cabe que Franco era diferente. No se trataba del típico militar corrupto que se dedicaba a conspirar y dar golpes de estado.
Franco poseía una clarísima doctrina y, fiel a ella, supo ser congruente y ayudar a la Iglesia en la que fue bautizado y por la cual luchó toda su vida.
Dicho de manera más simple: Franco anuló el gran despojo cuyos autores fueron Mendizábal y sectas secretas que los dirigían.
Pues bien, es ahí donde se encuentra la clave de ese odio enfermizo que embriaga a quienes continúan odiando a un católico militante que murió hace más de cuatro décadas.
Si su gobierno hubiera sido el de un simple administrador no lo odiarían tanto y hasta le perdonarían cualquier acto de corrupción que hubiera cometido.
No obstante, no es así. Franco ni fue un simple administrador ni mucho menos se ensució las manos con dinero ajeno.
Franco fue un estadista en toda la extensión de la palabra.
Franco supo tomar conciencia del momento histórico que le tocó vivir y, fiel a la responsabilidad que la Providencia le había encomendado, lo primero que hizo fue reparar aquella gran injusticia.
Por eso, por valiente, por tener unos ideales firmes y por haber reparado el daño que le hicieron a la Iglesia es que le odian tanto.
Solo que quienes le odian no son los españoles; quienes le odian son los sucesores directos de la pandilla Mendizábal.
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com