Consuelo Mendoza es maestra en Ciencias de la Familia por la Universidad de Santiago de Compostela, en España. Fue presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia y actualmente preside la Cumbre Iberoamericana de la Familia.
Después de que a los papás nos pusieron durante décadas puertas afuera de las escuelas de nuestros hijos, la reforma educativa representó una esperanza para los que deseaban participar en los planteles, más allá de organizar el día del maestro o atender la cooperativa de las escuelas de sus hijos.
Los padres de familia organizados participamos en las consultas que realizó la SEP en diferentes estados, nos unimos con organizaciones de maestros y escuelas particulares que compartían nuestros intereses, y presentamos nuestra propuesta de modelo educativo a los diputados.
Nos reunimos también con la Comisión de Educación del Senado, realizamos ruedas de prensa para hacernos escuchar ante la infranqueable actitud del entonces secretario de educación, Emilio Chuayffet, organizamos conferencias, debates, talleres de trabajo, etc. con la convicción de que podríamos aportar una visión más humanista tan necesaria para mejorar la calidad de la educación y recuperar también el lugar que nos fue arrebatado como primeros educadores de nuestros hijos.
Uno de los frutos de la reforma educativa, gracias a la presión de organizaciones como la Unión Nacional de Padres de Familia, es que se establece en la Constitución el derecho de los padres de familia a opinar sobre planes y programas y la obligación de la autoridad a consultarlos (Art. 3, fracc. III), mientras que el artículo 65 de la Ley General de Educación señala que los papás tienen derecho a opinar a través de los Consejos de Participación respecto a las actualizaciones y revisiones de los planes y programas de estudio.
Con la promesa de las autoridades de hacer valer la reforma educativa y el derecho que tanto la Constitución como la Ley General de Educación nos habían otorgado, en reiteradas ocasiones solicitamos mediante oficios, ruedas de prensa y reuniones con las autoridades de la SEP, la revisión y participación nuestra en los contenidos de los nuevos libros de texto únicos y gratuitos, las respuestas ambiguas y las promesas de trabajar con su equipo, “pues los libros se estaban elaborando”, siempre quedaron en eso: en promesas.
Recuerdo el comentario que en alguna ocasión me hizo una alta funcionaria de la SEP: “Envíenme sus propuestas, porque de la misma manera en que ustedes presionan, nos presionan otros grupos pues les parecen insuficientes los temas de educación sexual”. Así que cuando en julio pasado el entonces Secretario Aurelio Nuño, terminando de presentar la estrategia de equidad e inclusión del Nuevo Modelo Educativo, hizo una reunión más privada con algunas asociaciones, no me sorprendió la nutrida participación de feministas.
Después de cinco años de trabajo constante, de esfuerzos, intentos, y esperanza en una Reforma Educativa, hoy el Ejecutivo y la Secretaría de Educación vuelven a dar un golpe bajo a los padres de familia, anunciando la inclusión de temas como la homosexualidad y la masturbación en los libros obligatorios, y su actuar al margen de las leyes, ignorando a los papás y sin previo conocimiento de los Consejos de Participación, deja un amargo sabor a traición.
Nos pusieron puertas afuera y hoy vivimos las consecuencias de haber permitido que la escuela suplantara el papel educativo de los padres. Es necesario comenzar desde la raíz para que nuestros hijos tengan la fuerza de enfrentar el difícil mundo que les estamos heredando.
El futuro no se espera, se construye desde casa, desde la familia. Los niños deben llevar en su lonchera la cultura de paz, el civismo, la moral para compartir con sus compañeros y que le sirva de vacuna contra toda la perversidad de las ideologías y de quienes las implantan en las escuelas.
¿Cuánto tiempo hemos perdido en el “club de nosotros los buenos” manteniéndonos como espectadores de la cultura de la muerte, gritando a quien no quiere escuchar, denunciando sin propuestas?
Ya lo dijimos muy fuerte: ¡no te metas con mis hijos! Y para lograrlo no es suficiente gritarlo en el Ángel de la Independencia. Es tiempo de organizarnos para hablar de lo bueno, para transmitir buenas prácticas, para investigar cómo otros países que han estado en peores circunstancias han retomado el rumbo de la familia y la educación, para formar a los líderes de mañana y a los ciudadanos que México merece.
Es el tiempo de ahogar el mal en abundancia de bien.
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