La Iglesia acompaña a las personas y a los pueblos en todo lo que alegra o hace sufrir…
El jueves 14 de junio inició el Campeonato Mundial de fútbol en Rusia. Para ese evento Francisco, además del saludo a los jugadores, a los organizadores y al público, en la audiencia habitual de los miércoles en Roma, envió el siguiente mensaje: “Que favorezca la paz entre las naciones”. El evento “que supera toda frontera” puede “volverse ocasión de encuentro, de diálogo y de fraternidad entre culturas y religiones diversas favoreciendo la solidaridad y la paz entre las naciones”.
En tan breves palabras nos anima a que con ocasión del entusiasmo que despierta ese deporte, con la cercanía de personas de casi todos los países de la tierra –deportistas y público-, se dé una actitud de interés por conocer a los demás y apreciar sus modos de edificar el mosaico de culturas en nuestro planeta.
Es verdad que el espíritu de competitividad tiene dos polos, el del entrenamiento constante y sacrificado como responsabilidad personal de dar lo mejor de sí. El otro polo es el de no permitir que otro gane. Esto se acentúa cuando el deporte es individual.
En este caso, se requiere fortaleza durante los entrenamientos, pero también humidad para estar abierto a la posibilidad de que haya otros con mejores aptitudes. Con esos rivales no se debe propiciar luchas desleales sino admitir las destrezas propias y ajenas para ubicarse sin amargura.
Cuando el deporte es en equipo es más fácil descubrir cuál es el lugar que cada deportista ha de ocupar de acuerdo a sus aptitudes. Se espera la respuesta atenta para dar lo esperado. Estas actitudes las impulsan los entrenadores, pero también en el hogar se pueden subrayar para que cada quien se conozca y se acepte mejor.
Estos resultados no sólo benefician la ejecución del deporte sino también repercuten en la intimidad pues se obtiene un conocimiento propio mucho más realista. De este modo la persona está en posibilidades de ser más eficiente y sus metas más factibles.
Los deportistas que destacan son noticia, tienen seguidores, despiertan pasiones y, lo más importante es que se vuelven modelos para otras personas, especialmente para los niños y jóvenes. Esto también lo ha hecho ver el Papa Francisco, y ha impulsado una labor de acompañamiento.
Una de las maneras de concretar estas ideas expresadas por el Papa, lo tenemos en el documento “Dar lo mejor de uno mismo”, elaborado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. Allí se retoman las ideas de colaboración, de compartir éxitos o fracasos para superarlos. También se insiste en que el deporte puede combatir el individualismo.
La Iglesia acompaña a las personas y a los pueblos en todo lo que alegra o hace sufrir. Pero somos conscientes de que ahora se ha promovido una mayor cercanía, como lo hemos visto en el acompañamiento a la selección mexicana con la celebración de una Misa.
Eso es un modo de concretar una parte del mensaje del Papa al Cardenal Kevi Farrell prefecto de Dicasterio antes mencionado: “profundizar en la estrecha relación que existe entre el deporte y la vida, para que puedan iluminarse recíprocamente, para que el afán de superación en una disciplina atlética sirva también de inspiración para mejorar siempre como persona en todos los aspectos de la vida. Tal búsqueda, con la ayuda de la gracia de Dios, nos encamina a aquella plenitud de vida que nosotros llamamos santidad.”
El Arzobispo de México, Carlos Aguiar Retes, al terminar la misa dominical del día en que jugó por primera vez el equipo mexicano en Rusia, 17 de junio, en la Basílica de Guadalupe, agradeció el regalo de triunfo de la selección sobre Alemania.
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