Es la primera constitución en la historia del mundo que deja sin protección alguna a los bebés que están esperando nacer.
Era la tarde de ese día; los ciudadanos que habían apoyado la propuesta que obtuvo la mayoría de votos estaban, naturalmente, celebrando con regocijo. Los videos de los noticieros internacionales nos mostraban a cientos de mujeres irlandesas danzando y cantando. ¿Y por qué no habían de hacerlo? Lo que ellas habían venido pidiendo era finalmente ley de aquella nación. La Constitución se había modificado de acuerdo a sus deseos. La abrogación aprobada garantiza que de aquí en adelante ellas podrán matar a sus hijos cuando se les antoje. Tal como lo habían pedido. Es una victoria sin precedentes. Es la primera constitución en la historia del mundo que deja sin protección alguna a los bebés que están esperando nacer. Y hay otra particularidad en este acontecimiento: Irlanda, nación de larga tradición católica, había sido hasta el viernes pasado una de las más grandes defensoras de la vida. Por años se había negado a derogar el artículo constitucional que garantizaba a los no nacidos el derecho a vivir.
¿Qué otras reformas legales se esperan en la Isla Esmeralda? Sólo Dios lo sabe, pero los vaticinios son de que de esta reforma en favor de la muerte únicamente cabe esperar más muerte. ¿Hasta dónde llegará la influencia de este viraje irlandés? ¿Cuántas otras naciones se verán influenciadas por lo sucedido en Irlanda y terminarán asociándose a esta nación que decidió apostarle a la muerte? ¿Cuántos miles de vidas inocentes se perderán a causa de la decisión mayoritaria del pueblo irlandés?
Los ciudadanos irlandeses que votaron en contra de la enmienda de la ley, o sea, en favor de preservar la vida como valor primario y absoluto, obviamente están tristes y consternados. No pueden creer que más del sesenta por ciento de sus conciudadanos haya pensado que había llegado la hora de permitir que las mujeres puedan matar legalmente a sus hijos. Si no es porque lamentablemente esta modificación legal es ya una realidad, todos pensarían que se trata de una novela negra o una pesadilla.
Por siglos el sentido común de la mayoría de los pueblos había coincidido en ver la voluntad de Dios en las decisiones de la mayoría ciudadana. De ahí que se acuñó la frase “Vox populi, vox Dei”. Se atribuye a Séneca, el filósofo romano del siglo I, una frase que parece corroborar esa creencia: “Crede mihi, sacra populi lingua est” (Créeme, la voz del pueblo es sagrada). Tristemente, el ser humano acaba de descubrir, o de corroborar, en el referéndum irlandés, que también es posible que el enemigo de Dios hable en la voz popular: “Vox populi, vox diaboli”. Ahora bien, no es posible ni siquiera imaginar que Dios, el autor y señor de la vida, pudiera haber hablado a través de la voz de la mayoría que votó a favor del aborto. Y si no fue Dios, entonces fue el diablo, el padre de la mentira y de la muerte, quien logró convencer a la mayoría de irlandeses que son ellos los que tienen el señorío sobre la vida.
Ahora que los irlandeses cuentan ya con permiso para matar a sus bebés si éstos les causan alguna molestia, con seguridad no tardarán en ampliar dicho permiso para poder matar a las personas con capacidades diferentes, a los ancianos y a todo aquel que signifique una molestia para los demás. ¿Qué diferencia hay entre asesinar bebés no nacidos aun y asesinar enfermos, abuelos y otras personas que se interponen con el logro de los planes personales y comunitarios de los sanos?
Irlanda se vio ante dos caminos: el que lleva a la vida y el que conduce a la muerte. Escogió el de la muerte. Probablemente porque ya antes gran número de sus ciudadanos habían elegido individualmente el mismo camino. No llega una nación católica como Irlanda, o cualquier otra, a tomar una decisión tan opuesta a la voluntad de Dios si no es porque sus ciudadanos han decidido darle la espalda a Dios. Otras naciones esperan su turno para hacer la misma elección. Las elecciones individuales de sus ciudadanos serán el factor que incline la balanza. La vida humana siempre ha sido una continua elección entre esos dos caminos. Cada elección que hacemos nos acerca a uno u otro.
La Didaché, un escrito de la más remota antigüedad cristiana, inicia hablándonos de ello: “Existen dos caminos, entre los cuales, hay gran diferencia; el que conduce a la vida y el que lleva a la muerte”. El primer camino nos lleva a la vida a través de obedecer la voluntad de Dios; de amarlo a Él sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. El segundo camino termina en la muerte. Irlanda y los demás países que elijan ese camino se percatarán de ello tarde o temprano.
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