Gracias a las redes de comunicación, de manera global comprobamos el anhelo de todos los pueblos por alcanzar niveles de desarrollo que hagan posible una vida con más oportunidades y menos carencias. A todos los niveles nos agobia la corrupción, manifestación del profundo deterioro moral.
Las dificultades por las que atraviesan los pueblos también son patentes y cada vez somos más conscientes de la necesidad de colaboración. Cuando un pueblo colindante cuenta con recursos puede ser un buen vecino si es capaz de plantearse ayudar a otros a resolver sus carencias. Cuando un pueblo carece de lo necesario y tampoco cuenta con proyectos para salir de ese estado, y nadie le ayuda, es posible que se convierta en un mal vecino.
Por lo tanto, queda clara la necesidad de ayuda mutua.
Hace 50 años, el 26 de marzo de 1967, Pablo VI nos regaló la Encíclica “Populorum Progressio”, que como su nombre indica, trata del progreso de los pueblos. Entonces sacudió a sus lectores por los planteamientos profundos y llenos de sabiduría. A los 20 años de su publicación, el 30 de diciembre de 1987, san Juan Pablo II publica la encíclica “Sollicitudo rei socialis”, donde insiste en la actualidad del mensaje de Pablo VI.
En el último párrafo del n. 15 del documento de Juan Pablo II nos dice: “el subdesarrollo de nuestros días no es sólo económico sino también cultural, político y simplemente humano, como ya indicaba hace veinte años la Encíclica ‘Populorum Progressio’. Por consiguiente, es menester preguntarse si la triste realidad de hoy, no sea, al menos en parte, el resultado de una ‘concepción demasiado limitada’, es decir, prevalentemente económica del desarrollo”. Más adelante menciona el aspecto ético-moral, indispensable para un auténtico desarrollo sólidamente cimentado.
El 4 de abril de este año, en la reunión del “Dicasterio para el servicio del desarrollo humano integral”, el Papa Francisco dijo: “el concepto de persona, nacido y madurado en el cristianismo, contribuye a perseguir un desarrollo plenamente humano. Porque persona siempre dice relación, no individualismo, afirma la inclusión y no la exclusión, la dignidad única e inviolable y no la explotación, la libertad y no la coacción”. Añadió: “el deber de la solidaridad nos obliga a buscar las modalidades justas para compartir, evitando la separación entre quien tiene demasiado y descarta y quien es descartado, porque “solo el camino de la integración entre los pueblos consiente a la humanidad un futuro de paz y de esperanza. Hay que integrar la dimensión individual y la comunitaria”.
Estas palabras nos interpelan a cada uno; no podemos pensar el desarrollo como algo abstracto, general. Es necesaria la participación personal y la participación grupal. Cada sector ha de asumir su papel: esperanzador pero exigente.
Seguimos sufriendo graves roces entre las personas y entre las naciones. Hemos de convencernos que los agravios y la injusticia solamente llevan al retroceso. Es necesaria la buena voluntad y el propósito firme de colaborar. El asistencialismo atrofia el desarrollo, la indiferencia también. La actitud deseable es la de la inclusión participativa. No hay nadie tan pobre que no tenga algo que dar, ni nadie tan rico que no necesite algo.
Hay experiencia que nos puede orientar y la “Populorum Progressio” la recoge. Por eso, la relectura de este documento puede darnos muchas luces para una colaboración que ya no podemos retrasar.
Pablo VI en el n. 5 de su Encíclica señala: “los tiempos actuales piden a cada uno en orden a promover el progreso de los pueblos más pobres, de favorecer la justicia social entre las naciones, de ofrecer a los que se hallan menos desarrollados una tal ayuda que les permita proveer, ellos mismos y para sí mismos, a su progreso”. Claramente indica que la mejor ayuda es poner en condiciones de poder ser autosuficientes.
Si hasta ahora ha sido infame mantener a algunos pueblos en el subdesarrollo para que en su ignorancia no pidan lo que en justicia merecen, la capacidad de todos de tener acceso a la información y de enterarnos de esos desórdenes, nos hace corresponsables de la injusticia si no ponemos lo que esté de nuestra parte para corregirlos.
Un aspecto sumamente importante es la de tener acceso a un trabajo digno, esta es una responsabilidad que los gobiernos deben afrontar, al final del n. 27 entendemos la gravedad de privar a alguien de ejercerlo: “Aplicándose a una materia que se le resiste, el trabajador le imprime un sello, mientras que él adquiere tenacidad, ingenio y espíritu de invención. Más aún, viviendo en común, participando de una misma esperanza, de un sufrimiento, de una ambición y de una alegría, el trabajo une las voluntades, aproxima los espíritus y funde los corazones; al realizarlo, los hombres descubren que son hermanos.”
El n. 49 toca un punto inquietante: “lo superfluo de los países ricos debe servir a los países pobres. La regla que antiguamente valía en favor de los más cercanos, debe aplicarse hoy a la totalidad de las necesidades del mundo. Los ricos, por otra parte, serán los primeros beneficiados de ello. Si no, su prolongada avaricia no hará más que suscitar el juicio de Dios y la cólera de los pobres, con imprevisibles consecuencias.” La avaricia clama al cielo por el desequilibrio que ocasiona pues quita al necesitado lo indispensable.
Todos los gobiernos y todos los ciudadanos han de tener presente algo que no es un sueño, pero requiere de honestidad y buena voluntad: “La solidaridad mundial, cada día más eficiente, debe permitir a todos los pueblos el llegar a ser por sí mismos artífices de su destino. El pasado ha sido marcado demasiado frecuentemente por relaciones de fuerza entre las naciones; venga ya el día en que las relaciones internacionales lleven el cuño del mutuo respeto y de la amistad” (n. 65).
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