Hoy en día se habla y se escribe mucho acerca de que los padres deben de cumplir mejor sus responsabilidades para formar mejor a sus hijos, ya que se observa en el entorno social que, en no pocos casos, jóvenes de las actuales generaciones adolecen de una educación familiar adecuada, con serias “lagunas” en su formación, y ello se refleja en su desorientada actuación.
Los principales aspectos de esa formación son:
1. Educar en la fe. Las instituciones escolares no pueden suplir la enseñanza en la fe. De allí la importancia que tienen los padres de animar a los hijos a que aprendan, de acuerdo a su edad, las oraciones fundamentales y brindarles una esmerada formación cristiana.
2. Educar a los hijos en valores y virtudes para que sean, en primer lugar, estudiantes responsables y dedicados y, luego, participativos ciudadanos, mujeres y hombres de bien. Esta tarea no se improvisa. Hay que pensar con detalle cómo dar buen ejemplo y formar acertadamente a los hijos, combinando fortaleza con cariño.
3. Educarlos en el carácter y en sus diversas manifestaciones. Quizá ahora más que nunca se impone el dedicar tiempo a los hijos para forjarlos en la virtud de la fortaleza, en la fuerza de voluntad, en el dominio de sí mismos, en su capacidad de plantearse ideales generosos en sus vidas y encauzarles bien los sentimientos, para que no se generen esos “hijos-amorfos” -desadaptados e insociables- o “hijos-problema”, con bajo rendimiento escolar y actitudes incongruentes, hoscas o violentas.
4. Educarlos en la sexualidad. Es conveniente tener oportunas conversaciones padre-hijo y madre-hija, en forma individual, en el que aclaren sus dudas, cuestiones y preguntas sobre esta delicada materia. Más vale llegar antes, que lamentarse después. Y para ello se requiere que los padres se documenten bien para resultar claros y convincentes.
5. Invertir tiempo en los hijos. Propiciar conversaciones íntimas y de confianza, de tal manera que se cree un entorno en el que puedan preguntar sobre los tópicos que escuchan en la escuela, los que comentan sus amistades, ven en los medios de comunicación o se divulgan en las redes sociales: la drogadicción, el alcoholismo, el noviazgo, el matrimonio, las sectas, la trata de personas, la violencia, la corrupción, la pornografía…
6. Enseñarles a razonar los asuntos y sus problemas, sin imponerles una conducta de manera violenta. Sería un error decirle a un hijo, por ejemplo: “¡Me tienes que obedecer porque soy tu padre y te callas!”. Nunca debe ser así, sino de buen modo, de manera pedagógica, constructiva, positiva y, sobre todo, ¡paciente! Dice el dicho: “Con una gota de miel se obtiene más que con un barril de hiel”. De esto se desprende que ellos deben de vivir una libertad responsable, en la que sean ellos mismos quienes den cuenta cabal de sus propios actos.
7. Aprender a encauzar sus pequeñas inconformidades, molestias, rebeldías… Hacer un esfuerzo por “ponerse en sus zapatos” y comprenderlos a fondo, porque a veces tienen razón, parcial o totalmente.
8. Mostrarles confianza y cariño -aunque alguna vez fallen a esa confianza otorgada- y, al mismo tiempo, es importante que aprendan a obedecer con inteligencia y por propia convicción. Por ejemplo, que ellos mismos tengan el criterio suficiente para pensar y tomar decisiones de este tipo: “No me conviene ver la pornografía que contiene esta película o mirar en este portal de internet porque deforma una realidad noble en el ser humano como es la sexualidad y terminaré viendo a las mujeres de una manera errónea, como meros objetos de placer”.
9. Si los padres de familia dan un buen testimonio como esposos y papás, poniendo por delante su personal lucha por mejorar, su propio ejemplo, entonces se generará un referente, un modelo atractivo a seguir.
Son muchas más las virtudes a vivir en el hogar, pero sólo he querido mencionar las que me parecen fundamentales para lograr que en cada familia realmente se respire un ambiente grato, amable, de mutua confianza y sea una auténtica escuela de virtudes y valores, vividos con naturalidad.
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