La experiencia de Chipre fue determinante en la vocación misionera de Pablo, le quedaba claro que su misión era llevar el mensaje de Jesús a los más diversos lugares. No es que se sentara a planear cuales serían sus futuros itinerarios, más bien se puso en manos del Espíritu Santo para que este lo fuera guiando.
Era otoño del año 45, Pablo reafirmaba que era un espíritu fuerte, que no le asustaban los peligros y que estaba dispuesto a viajar por rutas y caminos que muy pocos se atrevían enfrentar. Los valerosos viajeros desembarcaron en la bahía de Atalia, , de ahí se fueron en lancha río arriba a la ciudad de Perge, desembarcaron y se enfrentaron a un paisaje agreste, donde empezó a soplar un viento bastante frío, Marcos se preguntaba cuál era el sentido de ir por esos caminos a lugares donde no se encontraban sinagogas, ya que en su espíritu todavía predominaba esa idea de que era prioritario llevar el mensaje a las comunidades surgidas de entre los judíos, y esto llevó a generar el conflicto. Pablo como era de esperarse no cambió su resolución de seguir adelante y entonces Bernabé se encontró entre la espada y la pared, y al final se decidió por Pablo, aunque con corazón triste ya que su sobrino Marcos decidió emprender el camino de regreso.
Esta decisión también lastimó a Pablo que pensó que Marcos no tenía la suficiente fuerza espiritual para arrostrar estas dificultades, sin embargo si pensamos que el joven había empezado su labor con Pedro en medio de la predicación para los judíos, podemos entender que no era que habiendo tomado el arado mirara ahora para atrás, sino que más bien era cuestión de su formación en una época en que todavía existían muchas dudas de cuál era el camino correcto que la Iglesia debía de tomar para ser fieles al mandato de Jesús de evangelizar.
Así llegaron a Antioquia de Pisidia, que era otra ciudad diferente a aquella donde se había llamado por primera vez cristianos a los seguidores de Jesús. Ciudad consagrada al dios Men, que era la luna y con una religión proveniente de Siria. Los recién llegados se acercan a la comunidad judía, Pablo se identifica como doctor de la ley, así que el sábado es invitado a hablar en la sinagoga.
Pablo empieza hablando del linaje del pueblo elegido, después va desarrollando su tema de tal forma que va planteando que ni Abraham ni su descendencia es lo más importante, sino el reino de Dios y Jesús que es quien encarna todas las profecías. Hay un cierto desconcierto, pero al mismo tiempo interés, así que vuelven a invitar a los apóstoles para el siguiente sábado.
La sinagoga se encuentra repleta y llena de expectativas. Inicia hablando Bernabé, hombre conocido por su cordialidad. Posteriormente se otorga la palabra a Pablo. Dice muchas cosas, pero hay unas que escandalizan cuando menciona que: “En cristo no hay ninguna diferencia entre judío y gentiles, señores y esclavos, hombres y mujeres”. Estas palabras dichas en ese tiempo eran revolucionarias en cualquier lugar donde se hubiesen pronunciado, pero ante los miembros del pueblo escogido que basan su superioridad en la raza resultaban inaceptables.
Se inició tremenda broca, y fue ahí donde Pablo les dijo a los judíos que habiendo sido los elegidos habían rechazado el mensaje, que se dedicaría de hoy en adelante a los gentiles, por eso podemos decir que fue ahí el inicio de la Iglesia Universal, tal como lo había propuesto Jesús.
Desde luego ya no pudieron regresar más a la sinagoga y hacían su predicación en casas particulares, durante un tiempo no fueron molestados, pero después los judíos empezaron a hacer uso de sus influencias políticas, y los apóstoles tuvieron que sufrir en ocasiones azotes, aunque Pablo fuera ciudadano Romano no fue respetado, porque ahí no había un autoridad lo suficientemente fuerte para que se sintiera obligada a respetar los derechos de los ciudadanos.
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