Tengo que disculparme por la temeridad del título, había otros posibles que pueden introducir al lector en mi objetivo: “Pensar lo ‘pro-vida’ radicalmente”; “Basta del reduccionismo actual de algunos discursos ‘pro-vida’”; “Las implicaciones profundas de la posición ‘pro-vida’”. Sin embargo, escogí el que figura como título porque tiene algo fuerte y aleccionador que aprendimos del Decálogo: está prohibido rebajar lo sagrado, tomarlo al libre antojo, manipularlo, hacerlo cómplice de nuestros falsos juramentos o de nuestras trivialidades. A la luz de ese tremendo y misterioso mandamiento de la Ley, es que quiero analizar una problemática actual que me parece muy preocupante.
Indudablemente, tengo que comenzar mostrando las cartas: confieso una profunda adhesión por lo que la doctrina católica afirma sobre la vida, sobre los derechos inalienables y la altísima dignidad de que está revestida cada persona. La dignidad humana es un límite no negociable que se alza ante la prepotente libertad de quien quiere hacer de otro ser humano un juguete, un esclavo, una cosa, un desecho. Allí donde hay persona, hay lo más digno del universo, hay un milagro, hay “la única creatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” (GS 24). Cuando digo “persona” me refiero a toda posible persona, sin importar nada, ni su edad, ni su nacionalidad, ni sus creencias religiosas, ni sus preferencias sexuales, ni su educación… Sin importar nada, Dios ha amado a cada persona “por sí misma”. Esta expresión del Concilio Vaticano II debe llenarnos de estupor, de agradecimiento y, por qué no, de responsabilidad.
¿Estoy de acuerdo, dado lo anterior, con los posicionamientos, compromisos y causas de los grupos llamados ‘pro-vida’ que defienden, sobre todo, los derechos del no nacido? Por supuesto que sí. ¿Estoy de acuerdo, dado también lo anterior, con que la causa ‘pro-vida’ se reduzca sólo a expresarse y actuar en contra de la práctica del aborto voluntario? Por supuesto que no.
Intentaré esbozar los problemas derivados de este reduccionismo que identifica pro-vida con anti-aborto:
1. Si sólo se considera que ser pro-vida es defender al que aún no ha nacido, entonces dejamos de ver que también son vivos: la empleada doméstica, el jornalero, el que pertenece a una minoría, el inmigrante que se muere de hambre y al cual el terrorismo le ha matado a la mitad de su familia, el obrero que en su ignorancia es presa de los estafadores que venden mercancías en “pagos chiquitos” semanales durante cuatro años… En fin, desde esta perspectiva, tan ‘pro-vida’ es la Evangelium vitae como la Laborem Exercens o la Mulieris dignitatem de Juan Pablo II. Un movimiento ‘pro-vida’ debe abrazar toda vida, amar toda vida, velar por el respeto a la dignidad de toda vida.
2. Muchos reduccionismos operan sobre la base de una falsa disyunción (el separar realidades que están intrínsecamente relacionadas) cuyas conclusiones son nefastas. Vea usted el caso que nos ocupa: los que se centran en la “defensa de la vida” cuando ésta pasa por sus fases inicial y terminal (contra aborto y eutanasia) son llamados conservadores y de derecha; los que se centran en la “defensa de la vida” cuando ésta es presa de injusticias y explotación, son pronto llamados progresistas y de izquierda. Esas disyunciones se van radicalizando hasta el grado de que cada una se atrinchera en su posición y ya no ve que la otra perspectiva en muchas ocasiones también versa sobre asuntos de defensa de la vida, de procuración de dignidad; este atrincheramiento se convierte, pues, en asilamiento e ideología. Ambas ideologías, dicho sea de paso, contienen destellos de verdad, pues una ideología no se constituye en ideología por la verdad que contiene y defiende, sino por la vedad que olvida, oculta y acalla.
3. Cuando el reduccionismo es ideológico, entonces se presta al “manoseo político”. Este manoseo no existiría, como hemos insinuado, si tuviéramos una visión más integral de la vida, pero no siempre es así. Un ejemplo son los últimos presidentes de Estados Unidos. Presidentes anti-aborto, pero que prontamente soltaban bombas en el Golfo Pérsico… Perdón, pero si el criterio que hace aún más perverso al acto del aborto voluntario es la inocencia e indefensión de la víctima, no veo menos indefensión e inocencia en miles de niños, mujeres y ancianos iraquíes. ¿Los Bush eran realmente ‘pro-vida’? Obama tendió a una posición opuesta. Defendiendo derechos de minorías, buscando condiciones de igualdad -que es un acto de defensa de la dignidad humana-, pisoteó, con financiamiento y promoción, al vulnerable que aún no puede hacer marchas, que aún no habla, que aún no nace. ¿Por qué no pensó que la minoría más vulnerable de todas era la de los no nacidos? Trump, a su vez, va en sentido opuesto: es anti-aborto, pero pro-muros; quiere jueces pro-vida para cuidar la vida de sus ciudadanos, pero no se toca el corazón a la hora de derribar economías del tercer y cuarto mundo, habitadas por millones de inocentes, ¿acaso el sufrimiento de esos inocentes no clama al cielo? Hay mucho manoseo electoral, ideológico, burdo, contradictorio y sórdido. No pocos católicos han caído en esta trampa.
4. Estas contradicciones políticas urgen una nueva orientación, urgen a una resignificación no ideológica de nuestra posición ante la vida. Debemos abandonar el reduccionismo. Sobra decir que “no reducir” no significa “abandonar”. Las causas defendidas por muchas organizaciones ‘pro-vida’ deben seguir siendo defendidas, porque han atendido la vulnerabilidad de quien está a punto de nacer o a punto de morir. Y en esas fases, la vida es un misterio frágil. “No reducir” sí significa ensanchar, abrir, acoger, ampliar. Los movimientos pro-vida deben incluir en su agenda otras causas, como la vida de los migrantes, de los enfermos, de los que son presa de la explotación, del hambre y de la soledad. También son vidas vulnerables y frágiles. Cuando lo hagan, se saldrán de la estigmatización social que en ocasiones los tiene presos. Hay que ir más allá de la “causa” para abrirse a la “vida”, tan compleja, rica y multiforme. El marxismo le arrebató al cristianismo una de sus banderas más nobles: la defensa del que es víctima de la opresión (las arengas de los comunistas palidecen frente a un sermón de san Juan Crisóstomo o de san Ambrosio).
5. Pero llegados a este punto, alguno me preguntará si es viable y posible ensanchar el significado de lo ‘pro-vida’ para incluir toda vulnerabilidad. Me dirá entonces que ese movimiento debe convertirse en una comunidad que reconozca la dignidad de todo ser humano, la custodie y la proteja. Que tal esfuerzo es sobrehumano. Que o es guiado por Dios o aquello terminará mal por pretensioso o ingenuo. En efecto, llegamos así a aproximarnos a algunos rasgos del misterio de la Iglesia. Los distintos carismas son interesantísimos de analizar desde esta óptica: hay quien atiende a niños, a enfermos, a presos, a migrantes, a prostitutas, a ancianos, a enfermos mentales, a discapacitados, etc. Sí hay una comunidad -en medio de todas sus fallas y debilidades- que ha tenido una concepción amplia y generosa de la vida.
6. ¿Cuál es el problema entonces? Que al igual que pasó con lo ‘pro-vida’, lo ‘cristiano’ se “reduzca” y sólo se circunscriba a una verdad irrenunciable, pero en detrimento u olvido de otras verdades igualmente irrenunciables. Debemos recuperar banderas, para abanderar causas… causas que siempre fueron nuestras, porque surgen de una comprensión generosa y magnánima de la vida. La ideología se conjura abriéndonos a la verdad en su totalidad.
7. ¿Por dónde comenzar? Me convence el criterio de vulnerabilidad como guía. Veamos una hipótesis: si existe un movimiento ‘pro-vida’ en una ciudad donde el aborto no es una realidad, entonces que ese movimiento busque a los más frágiles de su localidad y los atienda. Menos marchas y más acciones. Quiere un ejemplo real: las “patronas” que dan alimento a los migrantes centroamericanos que montan “la bestia” persiguiendo un sueño. Me arriesgo a afirmar que ellas son el mejor movimiento pro-vida que hay en nuestra patria. ¿No acaso merecen más que nadie la medalla Belisario Domínguez? Ellas nos dan una clase magistral: atender toda la vida de todo hombre.
Abrámonos al cuidado de la vida desde el nacimiento y hasta la muerte, y no sólo en el nacimiento y en la muerte. La bioética y la ética social se iluminan recíprocamente, por eso aconsejo que los grupos pro-vida comiencen a agrandar la agenda. Poco a poco irá permeando una mentalidad ‘pro-vida’ (en sentido amplio) y la sociedad misma irá reconociendo que cada vida es digna. Esos grupos se desmarcarán del estigma, y nos ayudarán a comprender a todos el valor del ser humano.
Tal vez así, y sólo así, quienes acentuaban las causas sociales comenzarán a darse cuenta del valor del no nacido y del enfermo terminal; tal vez así, y sólo así, quienes marchaban en contra del aborto comiencen a marchar también en contra de la guerra, del gasolinazo, de la construcción de muros y de la corrupción rampante. Tal vez así nos salgamos de las disyunciones, de las derechas y de las izquierdas, de los “mochos” y los “progres”, y seamos auténticamente ‘pro-vida’.
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