Leo el periódico y las noticias que salen en mi muro de Facebook: hay un camión naranja que transita por el país aclarando unos temas de biología. Sigo leyendo y caigo en la cuenta que hay otras noticias sobre personajes que critican o se deslindan del autobús; memes que hacen mofa del mismo. Sigo leyendo y navegando, paso de las secciones caricaturescas a algunos blogs con más argumentos: la cosa está más fuerte de lo que pensaba. Resulta que el camión no es sólo un mero camión, dicen que hay un gran grupo y movimiento detrás, internacional e interreligioso al que apoda La Civiltà Cattolica como “el ecumenismo del odio”: la tunda es fuerte, los cañones se apuntan más allá de la Iglesia Católica. Regreso a otros artículos y veo la noticia del Papa Emérito que con una frase, pronunciada por un tercero en un funeral, hace temblar los muros vaticanos.
En fin… quiero hacer un esfuerzo por entender todo esto. A veces me gusta generar metáforas para poder entender las cosas difíciles, para explicar los temas chonchos. Los ejemplos son la delicia de la pedagogía, y yo, tengo que aceptarlo, tengo más un cerebro de pedagogo que de filósofo. El primer ejemplo que se me ocurre ante este galimatías es el siguiente: hay algunos (¿conservadores? “A”) que agarran a enciclicazos a los gays (“B”), y las encíclicas generalmente son de Juan Pablo II. Los golpes son bastante duros (por cierto, dudo seriamente que el papa polaco, personalista y santo, hubiera utilizado su doctrina al modo en que hoy algunos la están tomando). Hay otros (¿aperturistas? “C”) que agarran a enciclicazos a los supuestamente conservadores, pero las encíclicas en su mano son de Francisco (por cierto, dudo seriamente que un papa tan misericordioso como el actual quiera que utilicemos su doctrina para excluir y señalar, para dividir y condenar). Los golpes también son bastante duros.
El espectáculo de la guerra de encíclicas, visto de lejos, es bizarro y patético. Sigue el esquema de la siguiente formulación: “A” condena a “B”. “C” se indigna, y condena a “A”. Total… a “A” y a “C” les une una característica común: “condenar”. La violencia anima a unos y a otros. En este año tuve la oportunidad de tener encuentros con gente destacada de “A” y de “C”, por eso estoy realmente preocupado. Ambos grupos tienen una característica común: una hermenéutica distorsionada de la realidad. Ven todo en clave de buenos y malos, de blanco y negro, de guerra de ideologías y de grupos de poder. Sin duda alguna, mi desconcierto mayor es con los “C”, porque ellos que se dicen abiertos e invocan la misericordia, son tremendamente condenatorios con quien piensa distinto a ellos: son altamente excluyentes. No dejan de preocuparme también los “A”: siempre en pie de lucha contra las fuerzas del mal que, por supuesto, está en el terreno del vecino de enfrente, no en el propio.
Jesús pidió al Padre así “que sean uno” (Jn 17,21). ¿Esta petición nos alcanza a nosotros? Pienso que sí. ¿En la oración de Jesús está tanto “A” como “C”? Pienso que sí. ¿Es una fractura y herida al cuerpo de Cristo, la Iglesia, tanto la conducta de “A” como la de “C”? Pienso que sí. Por cierto, soy de la opinión que el ecumenismo se comienza a construir por la concordia de los corazones y sólo desde ahí se puede alcanzar el consenso en las ideas; comenzar al revés es tardadísimo, probablemente infructuoso y realmente complicado. Y hoy el ecumenismo que urge es al interior de la Iglesia, y si no comenzamos entre todos por la concordia, no veremos la aurora del consenso.
El desafío es monumental, pero es posible. Tenemos que construir entre todos la “civilización del amor”, como lo pedía Pablo VI. “A” tiene que aprender a amar a “B”… con un amor que signifique comprensión, paciencia, misericordia, escucha, diálogo, acogida, sanación, trabajo conjunto, solidaridad, ternura, aprendizaje, vida en común. “C” tiene que aprender a amar a “A”, con un amor que signifique, igualmente, comprensión, paciencia, misericordia, escucha, diálogo, acogida, sanación, trabajo conjunto, solidaridad, ternura, aprendizaje, vida en común. La misma cara, mezcla de odio, asco y condenación, la he visto de “A” a “B”, como de “C” a “A”. A este artículo le acompaña la imagen de Louis Boilly “Treinta y cinco cabezas de expresión”. Imagine que esas 35 expresiones se fusionaran en una sola… lo digo de verdad, esa mezcla la he visto tanto de “A” a “B”, como de “C” a “A”. ¡Y eso debe cambiar! Pidamos la gracia de mirarnos como Cristo nos mira.
¿Existe una posición “D”, distinta de “A” y “C”? Una posición “D” que no sólo trate con respeto y dignidad a “B”, sino que suscite el diálogo y encuentro entre “A” y “C”. ¿Hay una posición “D” que dé ejemplo de cariño, diálogo y cercanía con “B”, y así se desmarque de la falsa disyuntiva que hoy se nos presenta entre “A” y “C”? ¡Qué difícil posición la de “D”: encuentro y comunidad con todos, y no sólo con un grupito! ¿Será juzgada “D” de débil, ingenua o indefinida por unos y por otros? ¿Optar hoy por “D” es realista? ¿Representa “D” una fidelidad creativa tanto a la doctrina de Juan Pablo II como a la de Francisco?
No sé si pueda responder a las preguntas anteriores. Pero intentaré ponerlo en práctica aquí, en mi familia y mi universidad, con mis amigos y vecinos. Más allá de las grillas y los posicionamientos está la vida. Una vida que es mezcla de gracia y drama, y que vale la pena ser vivida.
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