A mediados de esta semana el presidente consejero del Instituto Nacional Electoral, al dar posesión a los nuevos consejeros del propio Instituto, hizo un comentario sobre la percepción que tiene la ciudadanía a propósito de nuestro sistema político. Dijo que hay desencanto de la ciudadanía con la democracia. Algo grave, y que no deberíamos dejar pasar fácilmente. La gran pregunta es: ¿por qué ocurre ese desencanto?
No es primera vez que el doctor Lorenzo Córdova Vianello hace mención de este tema. El año pasado hizo comentarios del mismo tipo. Y comentó, con justa razón, lo preocupante de esta percepción.
De ser ciertas las respuestas que se han dado en encuestas a la ciudadanía, y si las preguntas fueron formuladas del modo correcto, parecería que una parte importante de la población estaría dispuesta a sacrificar libertades democráticas a cambio de un mejor gobierno. Algo muy peligroso. Casi siempre esa es la oferta de los dictadores: “Permítanme total libertad para gobernar sin trabas, a cambio de un buen gobierno”. Y una ciudadanía harta de promesas incumplidas, de inseguridad, de corrupción y de abusos de la clase política, podría escuchar este “canto de sirenas”, sin tomar en cuenta que eso nos puede llevar a un naufragio.
¿Qué nos ha conducido a esta situación? En esta misma semana, una afamada estación de radio hizo una encuesta informal sobre esta percepción, a través de Twitter. Independientemente de lo representativa que pueda ser esta muestra, la mayor parte de los que respondieron, en una proporción superior al 70 por ciento, dijeron que la culpa la tiene la clase política.
Es muy posible que tengan razón. Los partidos políticos no acaban de ser ejemplo de organizaciones democráticas. Desde sus procesos internos, donde grupos de poder eligen a los candidatos sin consultar a sus bases, hasta el ejercicio de sus funciones en los puestos de elección que desempeñan, su apego a la democracia deja bastante que desear.
Pero claramente puede haber otras causas.
Desde que el gobierno, hace ya varias décadas, eliminó la enseñanza de la materia Civismo en los planes escolares, la ignorancia de la población en cuanto a lo que significa la democracia, los derechos y obligaciones que implica un sistema como éste, y sobre todo el papel de la ciudadanía, es abismal. Así que esperamos de este sistema resultados que es muy difícil que se den.
Tengo la impresión, y ojalá haya alguna encuesta que me desmienta, que una buena parte de la ciudadanía pensaba que los problemas del país se resolverían de manera automática con el mero hecho de que hubiera alternancia democrática, como si el único problema fuera cambiar de partido en el poder.
Sí, asumimos el deber cívico de votar y lo hacemos de una manera bastante abundante, excepto cuando hay temas en los que la ciudadanía no ha tenido claridad, como en las votaciones para elegir el congreso constituyente de la Ciudad de México.
Lo que no nos ha quedado claro es que nuestro deber cívico no se acaba con el voto. Tenemos la obligación de exigir a los gobernantes que cumplan con lo que las leyes les señalan y con las promesas que hicieron para obtener nuestro voto.
Eso es un trabajo pesado, un trabajo que no se acaba. Es una necesidad permanente. Significa reconocer que un cambio tan profundo, como pasar de un sistema autoritario a un sistema democrático, no se da únicamente con un voto libre y bien contado, como decía Krauze. La ciudadanía en general, así como todos los cuerpos intermedios de la sociedad, tenemos un papel fundamental en esta supervisión. Y hay que pagar el precio de nuestra vigilancia.
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com