México; Congreso, prioridades

El Congreso tiene mal sus prioridades

Se termina el período de sesiones del Congreso y se demuestra, una vez más, que la clase política no ha entendido ni ha querido aceptar las prioridades de la ciudadanía. Asuntos de importancia muy menor y que sólo atienden a clientelas particulares fueron aprobados, mientras que las grandes prioridades de la población se han dejado en la congeladora.



Uno de los grandes desacuerdos entre la ciudadanía y una clase política que cada vez nos representa menos, es que la partidocracia ha perdido de vista cuáles son las prioridades de la mayoría de los ciudadanos. Temas que son urgentes para la ciudadanía, como lo demuestran la generalidad de las encuestas, fueron pospuestos. Por ejemplo, completar el sistema anticorrupción, que sigue acéfalo. O la discusión y aprobación de las leyes relacionadas con la seguridad. Dos de las grandes prioridades de la ciudadanía, harta ya de una corrupción cada vez más cínica y visible y de un sistema de seguridad claramente deficiente, con altos índices de impunidad y sin reglas claras para la intervención de las Fuerzas Armadas.

En cambio, hubo una gran urgencia para aprobar la ley que prohíbe los delfinarios, y la que aprueba el uso medicinal de la mariguana. Asuntos que tienen importancia, pero que se discutieron una vez más a espaldas de la ciudadanía y se les dio una gran prioridad, mientras que los temas verdaderamente fundamentales se han dejado para… ¿cuándo?

Ahora, ya en retrospectiva se está proponiendo un periodo extraordinario de sesiones para atender esos temas que se consideraron poco prioritarios en su momento.

Claramente, siempre habrá temas fáciles de resolver y otros que requieran de largas discusiones. Pero ese no debería ser un criterio. Las dificultades, la complejidad de temas como los que hemos mencionado, merecerían que el propio Congreso hubiera adelantado la creación de periodos extraordinarios, tantos como fueran necesarios, sin esperar a la reprobación de la ciudadanía.

Nuestra democracia es cada vez menos representativa. La clase política, espléndidamente remunerada y con una carga de trabajo muy menor a la de cualquier profesional, vive cómodamente sus tiempos de trabajo, dedicando muy poco tiempo al año a sus trabajos sustantivos.

Ya es hora de que se ponga un límite al número de asuntos pendientes en el Poder Legislativo. Un reglamento que prohíba que salgan de vacaciones diputados y senadores mientras que haya asuntos pendientes. O que se les den vacaciones como las que prevé la Ley Federal del Trabajo: seis días de vacaciones al año en el primer año de labores, ocho días en el segundo año y así sucesivamente. Sus prebendas y privilegios, por no hablar de su fuero, están claramente fuera de lugar.

El tema más de fondo es que diputados y senadores siguen sin entender que no entienden a la ciudadanía. Y no están haciendo el menor esfuerzo por entenderla. Su loable preocupación por los delfines nos conmueve, la falta de urgencia que demuestran por atender los temas de seguridad y el cáncer de la corrupción, nos indigna. Ojalá que mostraran la misma preocupación por la población como la que muestran por los delfines.

Diputados y diputadas, senadores y senadoras: hace mucho que la ciudadanía siente que ustedes no nos representan, que nuestras necesidades y nuestros intereses no son los suyos. Sentimos que han traicionado la confianza de sus electores y de la ciudadanía en general. Que nos salen muy caros para los magros resultados que nos están dando.

Y es claro que este descontento no es nada más por el desempeño del Poder Legislativo. Tampoco sentimos que las prioridades de la ciudadanía sean las prioridades de los Poderes Ejecutivo y Judicial. El tema viene hoy a colación por la brecha impresionante entre las urgencias de la ciudadanía y la celeridad con que se aprueban leyes con una prioridad mucho menor.

¿A qué esperan? No se extrañen de que no se les aplauda. No se extrañen de que los millones gastados inútilmente para dar a conocer el trabajo de los tres poderes de la Unión estén dando tan escasos resultados. La confianza de la ciudadanía en los tres poderes de la Unión y en los diferentes órdenes de gobierno es cada vez menor. Y ya no se gana fácilmente con la entrega de obras, pagadas con nuestro dinero, por cierto, ni con discursos sonoros y convincentes.

En estas circunstancias, no nos extrañe que la ciudadanía tome decisiones desesperadas, como la del Brexit, la elección del Sr. Trump o el rechazo en el referendo por la paz en Colombia. No sólo en México: en el mundo entero las ciudadanías ya no confían en sus clases políticas. Algo tiene que cambiar. Y, si tienen un poco de sentido común, los políticos deberían iniciar ese cambio. O renunciar, dejando el lugar a otros que sí nos representen.

* Consultor de empresas. Académico del TEC de Monterrey. Ha colaborado como editorialista en diversos medios de comunicación como el Heraldo de México, El Universal, El Sol de México y Church Fórum

@yoinfluyo

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