En estos días de efervescencia política, de cierres de comicios y de inicio de la gran campaña para las elecciones federales del 2018, se vuelve a poner sobre la mesa el tema del debate. Un tema que manejamos bastante mal en México y no sólo los políticos. En nuestro sistema de enseñanza, en la vida diaria de las escuelas y universidades, en nuestras discusiones personales o públicas, el concepto de debate rara vez está presente. Nos cuesta mucho trabajo debatir.
Habría que empezar por el hecho de que se debaten ideas, no emociones ni sentimientos. Estos últimos no puede ser sujetos a debate: nadie puede demostrar a otros que sus sentimientos no existan o que sus emociones no estén presentes. Los sentimientos, las emociones no son ni buenos ni malos, y contra ellos no hay argumentos. De manera que un debate basado en las emociones es. una tarea inútil. “A mí me cae muy bien este candidato”, dirá alguno. “Pues a mí me da miedo”, dirá otro. En esto no se puede debatir. Yo no puedo convencer a otro de que no sienta miedo o de que no le debe caer bien un candidato. Estamos en el terreno de las emociones y hay que reconocer que muchas veces decidimos basándonos en nuestros sentimientos, mucho más que en las razones. Pero eso es un tema diferente.
Para debatir, debemos de tener argumentos y estos, por definición, son fruto de razonamientos. Y por desgracia en nuestra sociedad nos cuesta trabajo separar con claridad el razonamiento de los sentimientos.
¿A qué viene todo esto? ¿Es que este artículo se ha vuelto una clase de filosofía? Por supuesto que no: no es mi intención ni estoy capacitado para ello. Pero como ciudadano, me parece importante que le demos a la razón el lugar que debe tener en la toma de decisiones. Y sobre todo decisiones tan importantes como seleccionar a nuestros mandatarios, tras una larguísima temporada en que es difícil señalar alguno que “nos haya salido bueno”. Y exactamente allí está el tema. No debería de tratarse de la suerte, no deberíamos esperar que tengamos la buena fortuna de haber elegido alguien y que, maravillosamente, haya resultado el mejor. Al elegir deberíamos tener argumentos basados en razones y en información válida para asegurar, hasta donde sea posible, que esa persona sea la mejor opción disponible. O el menos malo, como se ha dado en muchos casos.
En los aburridísimos debates que hemos visto y en algunas mesas de discusión o entrevistas que hemos presenciado, la calidad de los razonamientos es verdaderamente lastimosa. Se le pregunta algún político sobre sus conexiones con grupos de poder o con la corrupción y la respuesta, en lugar de basarse en razonamientos, es victimizarse, decirse perseguido, atacar a los demás, pero no responder a lo que se le preguntó. En parte, por táctica, pero también en parte porque no se sabe responder con argumentos sólidos.
No todos los debates ocurren en un enfrentamiento cara a cara. También hay debates por escrito, y ahora que vienen las elecciones tan importantes de 2018 deberíamos prepararnos para debatir con nosotros mismos. Poner a debate a los candidatos, a sus partidos y a sus ofertas, encontrar cuál es la lógica de sus argumentos y qué tan válida es la información con que lo sustentan. Tratar de escoger usando nuestra razón y también, porque no, dándole algún lugar a nuestros sentimientos. Pero no podemos basar nuestra elección solamente en emociones. Nuestros políticos se han acostumbrado a ser expertos en manipular los sentimientos. Que siempre será mucho más fácil que manipularnos con razones, aunque esto no sea imposible.
Todo un tema. Usted y yo, ciudadanos que tenemos sobre nuestros hombros la responsabilidad de elegir a nuestros mandatarios, no podemos quejarnos de que salieran malos. Si, pueden hacer trampa y seguramente lo harán. Puede manipular a muchos y seguramente lo harán. Pueden jugar a una guerra de lodo y seguramente lo harán. Pero nosotros no debemos dejar de votar en conciencia, responsablemente, haciendo el esfuerzo por lograr una elección racional. Debemos ser mejores que nuestros candidatos. Que por nosotros no quede.
* Consultor de empresas. Académico del TEC de Monterrey. Ha colaborado como editorialista en diversos medios de comunicación como el Heraldo de México, El Universal, El Sol de México y Church Fórum
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