Es muy difícil hablar de una paz verdaderamente justa. En el caso de una guerra tan prolongada como el de Colombia, el tema se vuelve mucho más complejo.
Esta ha sido la guerra civil más larga en la historia de América. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC) la inician formalmente en 1964, aunque ya había antecedentes desde 1961 con la llamada República de Marquetalia. Un conflicto tan prolongado que hay personas que en toda su vida no han conocido una verdadera situación de paz. Entreverada con esta situación estuvo además el conflicto contra los narcotraficantes y una larga temporada de violencia que hubo quién aprovechó para poder actuar con impunidad. Ahora, tras más de cincuenta años de conflicto, la sociedad colombiana está amargamente dividida sobre el tema.
El pasado 27 de junio ocurrió la ceremonia de la entrega parcial del armamento guerrillero a las Naciones Unidas. Parcial, porque conservan armamento en sus campamentos para propósitos de defensa. Pero un paso importante, sin duda. Sin embargo, la población no muestra la alegría que sería de esperar. La colectividad está amargamente dividida sobre el tema. Padres contra hijos, jóvenes contra mayores. No hay acuerdo. La solución, muchas veces, es no tocar el punto para evitar conflictos. En un referendo que no salió como se había pensado, gana el no a los acuerdos de paz por un porcentaje minúsculo. Y es tanta la división que el gobierno no se atreve a poner de nuevo el tema a consulta. Porque tiene la seguridad de que volverá a perder. De manera que, pasando por encima de los resultados de la consulta, ahora busca la legitimación mediante su Congreso.
En el fondo está el concepto de Paz. Una paz no es meramente la ausencia de conflicto. En la definición clásica de Santo Tomás de Aquino, la paz es “la tranquilidad en el orden”. Y es precisamente esto lo que es visto como la gran ausencia. Se dice, y algo hay en ello de razón, que no puede haber un verdadero orden si no se han castigado los crímenes cometidos en nombre de las causas políticas. Crímenes que, por cierto, no recaen en uno solo de los bandos. Cuando en un país como en una población, domina la violencia, muchos aprovechan el desorden para sus propios fines y se escudan en la dificultad para saber quién es el causante de muertes y atrocidades, logrando su impunidad.
Por otro lado, la paz es un bien tan grande, que vale la pena sacrificar algunas ventajas para lograrla. Y en esto es muy difícil llegar a un acuerdo. Además es cierto que una paz que no tiene suficientes bases no va a durar lo suficiente. Son de recordarse los acuerdos de paz entre el primer ministro británico Chamberlain y Hitler, que terminaron entregándole Austria y Checoslovaquia a cambio de una vaga promesa de que esto sería lo último que pedirían los nazis. El Sr. Chamberlain regreso feliz a su país proclamando “Paz con honor, paz en nuestro tiempo”. Su claudicación sólo sirvió para dar más tiempo a Hitler para armarse y alargar la segunda guerra mundial con seis millones de judíos eliminados y más de 20 millones de combatientes y civiles muertos.
Ese es el asunto. Una mezcla de temores y esperanzas, un sentimiento de que no se está sirviendo la justicia, mientras que otros ven mayor injusticia en prolongar la violencia. Nada fácil. No hay una manera clara de resolver este conflicto entre valores porque cada uno tiene su mérito. ¿Qué irá primero, la justicia o la misericordia? Habrá que considerar los justos temores de quienes desconfían de los convenios. Quienes consideran que las concesiones han sido excesivas y que les dan un poder que excede lo democrático a los ex guerrilleros, en términos de representación y en términos de territorios bajo su control. Y también hay que tomar en cuenta los temores de los jóvenes que no quieren que sus hijos nazcan y vivan bajo la sensación de incertidumbre que ellos han conocido por toda su vida.
¿Quién tendrá la sabiduría para conciliar estas dos posiciones? ¿Será posible lograr un acuerdo creíble? No se ve fácil. Será necesario un proceso largo y complicado de construcción de la paz. Por supuesto el acuerdo de cese al fuego y entrega parcial de armas no es el fin de un proceso de construcción de la paz. Habrá que aprender a construirla, encontrar caminos y métodos para desarrollarla, estar dispuestos a cometer errores, a enmendar y volver a empezar sin que esto rompa con el proceso de construir la paz. No hay muchos antecedentes de procesos parecidos de los que se pueda aprender. Tal vez, el más cercano en el tiempo y la geografía, son los acuerdos de paz en la República de El Salvador. Un proceso que, sin ser perfecto, ha logrado traer paz y tranquilidad a ese país. Pero no del todo, porque el clima de violencia propiciado por la guerra civil ha traído ahora otro tipo de violencia: la de las “Maras”, pero al menos ha logrado de los antiguos contendientes hayan podido colaborar en la reconstrucción del país.
Tengo claro que es fácil opinar desde afuera. Si yo fuera colombiano y hubiera vivido esta situación, no estoy seguro de cuál sería el bando que asumiría. He tenido en gusto y el honor de trabajar en Colombia en dos épocas: en la terrible situación de los finales de los ochentas, y celebrando la notable recuperación en los años 2005 al 2010. Una diferencia enorme. Quiero mucho a Colombia y pido de todo corazón lo mejor para ese muy querido país. Y también veo en todo este asunto una enorme oportunidad para la humanidad. La oportunidad de aprender el modo de construir la paz después de conflictos prolongados. Una sabiduría que podría ser enormemente aprovechada para los conflictos del medio oriente, o en el caso de Myanmar, la guerra civil más prolongada del mundo, así como el de muchos otros en África. La humanidad necesita aprender a lograr una paz verdadera, no una paz impuesta, una que no emane ni de la derrota ni del sometimiento, sino una verdadera paz con misericordia y justicia. Qué es lo que todos nos deseamos los unos a los otros.
@mazapereda
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