Medellín, Colombia, junio de 1995. Explota una bomba en el parque San Antonio que estaba lleno un domingo en la tarde. 20 muertos, 99 heridos. A la fecha no se sabe si el culpable fue la guerrilla, los narcos o alguien más. Al siguiente domingo la población de Medellín se vuelca en ese parque, y lo llena junto con las calles circundantes. “Vamos a demostrar que el terrorismo no nos va a paralizar”, dijeron los valientes Antioqueños. Los sin poder demuestran que les pueden quitar muchas cosas, la vida misma, pero no la esperanza.
Venezuela, julio de 2017. Después de más de 100 días de manifestaciones y 100 muertos, la sociedad civil logra organizar una consulta electoral masiva contra una asamblea constituyente diseñada para proteger el poder de Nicolás Maduro y quitárselo a la Asamblea Nacional. Más de 7 millones 200 mil van a las urnas, a pesar de la falta de recursos para promover y organizar la votación, a pesar de las atrocidades de días anteriores y en el propio día de la votación y obtienen más votos que los que tuvo Maduro cuando fue electo en 2013. Los sin poder, los ciudadanos de a pie, vuelven a demostrar que no pierden la esperanza.
México, 2018. Una clase política que no entiende a la sociedad. Ni le importa. Ensoberbecidos por el poder, solo piensan en sus privilegios y el modo de protegerlos. Latrocinios, corrupción, incumplimiento de sus obligaciones, siguen ocurriendo y quedan impunes. Las investigaciones se hacen deficientemente (a propósito, opinan algunos suspicaces) de modo que los jueces no pueden hacer que se paguen las penas correspondientes. Ante esto nosotros, los sin poder, tenemos la posibilidad de hacernos oír en las elecciones más importantes del sexenio.
¿Qué podemos hacer? Muchas cosas. Organizarnos. Hablar. Opinar en público y en privado. Analizar a fondo propuestas y candidatos. Crear opinión y entender que somos una sociedad diversa. Que en muchos temas no estamos de acuerdo. Pero en lo que la mayoría estamos de acuerdo, sin embargo, es en que no podemos seguir así. Lo que no podemos hacer, de ninguna manera, es perder la esperanza. La esperanza en nosotros mismos, ya que muchas veces las instituciones no nos inspiran confianza. Y la clase política tampoco. Nos han engañado en tantas ocasiones, nos han traicionado tantas veces que no podemos poner en ellos nuestra esperanza. Ni siquiera en quienes nos dicen que son un “rayito de esperanza”.
¿Qué no es fácil? Por supuesto que no. La esperanza puede sorprender al mismo Dios, en frase de Charles Péguy, poeta católico francés citado ahora por Aliosha Miranda. Pero lo peor que nos puede pasar es que perdamos la esperanza y que pensemos que no hay nada que hacer. Pensar que a los sin poder solo nos queda la rabia y la impotencia. Caer en la inactividad o en la tentación de buscar el favor de los poderosos del día, con la idea de que se apiaden de nosotros. Es muy duro decir a una madre que ha perdido a su esposo y a su hijo que no pierda la esperanza ante la indiferencia de la autoridad. Es muy duro pedirle esperanza a la chica violada que ve a su violador salir libre por la ineptitud de quienes formularon la acusación penal. Es mucho pedir. Mucho.
La esperanza no es un sentimiento. La esperanza es una decisión. Por eso mismo es una virtud, porque está en nosotros fortalecerla y hacerla crecer. Y para ello el modo es decidir esperar, esperar contra toda esperanza decían los antiguos. Esa es nuestra fortaleza, la fuerza de los sin poder. Cultivemos esa esperanza. Ayudemos a otros a cultivarla. Al final, como dice un hermoso himno, “Nosotros venceremos, sobre el odio con amor.”
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