El pasado 25 de julio de 2017, en la madrugada, alguien puso una bomba en las oficinas de la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM). Afortunadamente solo hubo daños materiales, y ninguna desgracia que lamentar. El tema paso totalmente desapercibido en los noticieros matutinos y, por supuesto, el atentado ocurrió en horarios en que los periódicos ya habían sido impresos y muchas veces repartidos. No fue hasta que la oficina de prensa de la CEM anunció que habría una conferencia de prensa y que el tema fue recogido por medios católicos, que se empezó a hablar del asunto.
El hecho viene a continuación de una larga temporada de violencia contra sacerdotes, que nos ha llevado a los primeros lugares de asesinatos contra el clero a nivel mundial. Esto sin considerar ataques que no resultaron mortales, profanaciones de templos, pintas, y otras muchas actividades. Ninguna, según nuestras beneméritas autoridades, puede considerarse como crímenes de odio y siempre se ha podido encontrar alguna “explicación”, varias de ellas claramente fabricadas para echar la culpa a la víctima.
Ahora, la Procuraduría de Justicia de la Ciudad de México hace una sorprendente declaración. El atentado, dijeron, no fue contra el clero. Y, de todas maneras, el tema será atendido por la Procuraduría General de la República, no por la de la Ciudad de México. ¡Hágame el favor!
Del atentado se sabe poco: algunas imágenes captadas por cámaras de vigilancia en el momento de colocar el artefacto, pero no hay manera de saber todavía quien lo llevó a cabo. Por esta razón resulta sumamente extraña la declaración de la procuraduría capitalina. ¿Cómo saben que el atentado no fue contra clero? Claro, siempre habrá la posibilidad de considerar a un loco que anda colocando por ahí bombas sin ninguna intención clara. O un despistado, cosa que no sería difícil en una ciudad tan complicada como la ciudad de México, que haya querido poner la bomba en otra institución, por ejemplo, en la Federación Mexicana de Futbol, y que se equivocó en la dirección. En cuyo caso el atentado sería para protestar por el deficiente desempeño de la selección mexicana de futbol.
Perdone usted el sarcasmo, pero resulta de risa el que sin tener ninguna prueba ya puedan decir desde ahora que el atentado no iba contra el clero. Fuera de los templos, hay pocos locales que el clero use para sus funciones. Y, probablemente, el más representativo de ellos es precisamente el edificio donde se colocó la bomba.
Muy independientemente de nuestros sentimientos como católicos, a la ciudadanía nos preocupa la ligereza con la cual se opina sobre un crimen y sus motivos. ¿Cómo se demuestra el dicho? ¿Dónde están las pruebas de que el criminal no pretendía hacer un atentado contra el clero? ¿Por qué, si mayor fundamento, se cierra la línea de investigación más probable? Si esta es la ligereza con la cual se investigan los crímenes, no resulta difícil de entender por qué los jueces no aceptan las supuestas pruebas que se presentan para procesar a un presunto culpable. Y, por supuesto, muy buen número de culpables salen a la calle sin pagar por sus delitos. Por otro lado, también una buena cantidad inocentes injustamente acusados con criterios tan livianos y pruebas tan endebles como las que se están presentando, salen libres. Afortunadamente.
Ojalá se esclarezca este caso. Ojalá también se ponga fin a la violencia contra el clero en nuestro país. Pero, sobre todo, ojalá se le dé fin la improvisación y a la ligereza con que se inician las investigaciones sin aportar pruebas suficientes e iniciándolas con criterios sesgados y sin ninguna base. Lo cual en algo ayudará a reducir la violencia contra el clero, pero sobre todo la violencia contra una ciudadanía que se siente desamparada frente a autoridades tan prejuiciadas.
redaccion@yoinfluyo.com
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com