Envalentonado por su aparente y fraudulento triunfo en la consulta del pasado domingo 30 de julio, presentada por su gobierno como una victoria, según ellos, inobjetable, Nicolás Maduro vuelve a encarcelar a los opositores que había mantenido en prisión domiciliaria, Leopoldo López y Antonio Ledezma. Y ahora ¿qué sigue?
De acuerdo con el propio Sr. Maduro, lo que sigue es la redacción de una nueva constitución en la cual los enemigos del régimen “bolivariano” no tendrán participación. En pocas palabras, sólo escucharán las voces de un bando, y no buscarán la unión nacional sino la consolidación de una facción, indudablemente poderosa pero no mayoritaria.
No queda claro cómo esta constitución va a hacer el milagro de remediar la gravísima situación económica que tiene el país ni cómo logrará una paz verdadera entre los venezolanos. Si el modelo a seguir es el modelo de Cuba, y todo parece indicar que así será, el camino es lograr la expatriación de una parte importante de la clase media del país. Una vez logrado esto, los bienes de los expatriados serían nacionalizados por el estado y se cancelaría la iniciativa privada. A la población se le impondría un durísimo racionamiento de alimentos y productos de consumo generalizado, en nombre de una equidad en la pobreza.
Empresas estatales tomarían el lugar de la iniciativa privada. Lo cual, por supuesto, abrirá la puerta a una gran corrupción de la “Nueva Clase” como nombró Milovan Djilas al sistema soviético. Una nueva clase, formada por el núcleo duro de los adeptos a los directivos del gobierno y con amplias conexiones con el crimen organizado, como se demostró en Rusia una vez que desapareció el régimen comunista. Y estas conexiones han demostrado ser más resistentes y duraderas que el propio partido comunista de la Unión Soviética.
¿Qué puede hacer la comunidad internacional para ayudar a Venezuela en este terrible predicamento? Desde luego, se le puede hacer el vacío en foros y organismos internacionales. Ahora hace falta que eso les importe a los nuevos dictadores. No le importó a la “familia reinante” de Corea del norte, ni a Pol Pot, ni a Anuar Kadafi ni a la misma familia Castro. Sanciones económicas, por ejemplo, dejar de comprarle petróleo a Venezuela, solamente fortalecerán al régimen espurio dándole un pretexto para su pésima situación económica que ellos mismos han creado. Congelarles sus bienes en el extranjero es más fácil decirlo que hacerlo: cada país del mundo tendría que hacerlo y siempre habrá algún pequeño paraíso fiscal que les permita conservar a buen seguro su dinero. Y no vayamos muy lejos: seguramente Cuba estaría feliz de darles este servicio. O algunas de las islas del Caribe que votaron a su favor en la última reunión de la OEA.
Las soluciones, hasta donde se puede ver, sólo pueden venir de los propios venezolanos. Han demostrado un coraje y de una resistencia verdaderamente admirables y aunque parecería que ya no se les puede pedir más sacrificios, la realidad es que otras soluciones no son suficientes. Del ejército no hay que esperar demasiado, como no esperaríamos mucho del ejército cubano. Pero esto no significa que debamos dejarlos solos. Hay el riesgo de que, en dos o tres semanas, por aburrimiento o por otras prioridades de los medios, el tema vuelva a salir del radar de la conciencia de la población del mundo. Es un tema que no hay que dejar. Un tema que cada uno de nosotros puede difundir a pequeña o gran escala. No hay que quitar el dedo del renglón.
Si, pueden quedar otras opciones. Ya se intentó la mediación del Vaticano, con poco éxito hasta ahora. La jerarquía eclesiástica venezolana ha tenido una posición muy clara a favor de la paz, y no es de esperarse que esto cambie. Pero, como ocurrió en Cuba y también en otros países de la órbita soviética, estas dictaduras izquierdistas suelen reducir a la jerarquía al silencio; de ahí el nombre de “la iglesia del silencio” que se le daba en los países de Europa del Este. El ataque a obispos, el encarcelamiento o la expatriación de ellos, son los métodos que han usado los dictadores para acallar las voces disidentes. Como ocurrió en México en los veinte y los treinta del siglo XX, como ocurrió con el cardenal Wyszyński en Polonia, al cardenal Van Thuan en Vietnam o al cardenal József Mindszenty en Hungría después de la segunda guerra mundial.
Y, por supuesto, siempre queda el gran remedio. Un remedio modesto, menospreciado a veces hasta por los propios católicos: silencioso, poco visible, poco noticioso. La oración. El gran poder de muchos millones de personas pidiendo por la paz en esta querida Venezuela. Eso no se los podemos negar.
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