Hace más de 800 años, la Orden de Predicadores, fundada por Santo Domingo de Guzmán, ha funcionado con un sistema de liderazgo muy peculiar. En todo ese tiempo, otras órdenes religiosas y la mayoría de los gobiernos civiles se han fraccionado, pasado por severas crisis de liderazgo o han desaparecido. Y no hablemos de partidos políticos o sistemas de gobierno. Ahí hay algo bueno. Lecciones que podrían aprenderse, al margen de aspectos religiosos.
Podríamos empezar por los títulos. No hay directores generales, superiores, excelencias o reverendísimos. El dirigente máximo es el Maestro de la Orden. Título modesto, si los hay. No tiene connotación de poder ni de riqueza. Ningún maestro en este mundo se vuelve millonario ejerciendo su profesión. Ni siquiera los corruptos, a menos que se vuelvan dirigentes sindicales. El puesto no es permanente y, al terminar, el Maestro de la Orden vuelve a ser un monje común, al que le podrían asignar la portería o el economato de un convento. A sus colaboradores inmediatos, se les llaman los Socios del Maestro de la Orden. A un querido amigo, mexicano, al que le dieron esa encomienda, le pregunté en broma si ser socio le daba derecho a reparto de utilidades. No supo si reírse o enojarse conmigo.
Hay entre ellos una notable delegación de autoridad. Al terminar el período del prior de un convento, los frailes del convento eligen un nuevo superior. Si el elegido, que puede ser de otro convento, no acepta, se hace otra propuesta. Y solo si después de varios intentos no se logra un nuevo prior, la autoridad de la provincia dominicana nombra un nuevo dirigente.
Las decisiones se toman por consenso y las de alcance nacional o mundial se consensan varias veces, incluyendo a frailes que aún no han sido ordenados sacerdotes y haciendo votaciones de grupos de priores y de delegados (que no pueden ser priores) elegidos por cada convento. En decisiones menores, se hacen reuniones de consulta en cada convento. Obviamente eso lleva a decisiones muy meditadas, muy consensadas y, posiblemente, no muy rápidas. Pero 800 años de experiencia avalan este método. Hay muchos otros detalles, pero creo que esto da la idea.
Hay lecciones que bien podrían aplicarse en la política o en las empresas. Por ejemplo, mantener estructuras de gobierno muy livianas, gracias a la delegación de la autoridad. Evitar el autoritarismo y el culto a la autoridad. Ver el liderazgo como un servicio y no como una canonjía. Un profundo respeto a los miembros de la organización, incluyendo en las decisiones a novatos y veteranos, con altos cargos o con responsabilidades sencillas. Incluyendo hasta sus miembros que aún están en proceso de formación. Reflexión profunda, escuchando muchas voces, no solo las de los dirigentes. Tomarse el tiempo que haga falta para asegurar en la medida de lo posible que se ha tomado la mejor decisión, dadas las circunstancias.
¿Que fallan y han fallado? Sin duda. Pero su método les ha ayudado a que las rupturas sean menores y las cicatrices sanen. No hay recetas infalibles para el liderazgo. Bien haríamos las organizaciones políticas, sociales, filantrópicas, laicales y hasta económicas analizando este modo de gobernar y tratar de aplicar algunas de sus enseñanzas. Porque, por otro lado, en todos los organismos mencionados no hay muchos ejemplos a seguir.
redaccion@yoinfluyo.com
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com