Recientemente varios intelectuales, y en particular Enrique Krause, han abordado el tema de los debates presidenciales que se llevarán a cabo en la campaña presidencial del 2018. Un tema muy importante, porque la ciudadanía tiene pocos elementos para hacer una elección influida por especialistas en la imagen pública, expertos en hacernos las propuestas que saben que queremos oír. Esos intelectuales han dicho, y es de creerse, que una serie de debates bien diseñados podrían ser mucho más efectivos para la ciudadanía que lo que se gasta en mercadotecnia política y de ahí obtener fondos para la reconstrucción después de las calamidades del 2017.
Desgraciadamente, los debates que hemos tenido en otras campañas han sido decepcionantes. Se han vuelto una serie de monólogos en serie, donde los pretendidos debatientes no escuchan a los demás y sueltan “su rollo” sin darse cuenta de que muchas veces no están respondiendo a los temas que deberían estar debatiendo. Ante lo aburrido del formato, no es de extrañarse que el modelo despierte cada vez menos interés y que sirvan poco al propósito que debería haber tenido: dar elementos que permitan al ciudadano ilustrarse sobre las posibles diferencias entre candidatos y poder tomar una decisión de acuerdo con su conciencia.
Ciertamente, en México no tenemos la tradición del debate. En muchos países democráticos el debate es un tema que importa, un medio que se enseña en las escuelas y del cual se hacen torneos públicos, con lo cual tanto los debatientes como la audiencia hacen ejercicios de pensamiento crítico.
Vale la pena, por otro lado, cuestionarnos si el único debate válido es el que ocurre entre candidatos. No solo deberíamos de estar debatiendo las personalidades. Deberíamos estar debatiendo sus ideas y la estructura que nos está proponiendo la clase política. En otras palabras, todo debería estar abierto a debate. Por ejemplo, la representatividad de los partidos, el modo como hemos construido nuestra democracia, embrionaria como es, las instituciones y en particular las que rigen el proceso electoral, y muchos otros temas más.
Afortunadamente, para hacer debate no necesitamos a los candidatos. La ciudadanía puede debatir, sin necesidad de ellos, esos temas que son importantes. Tenemos el herramental necesario, la posibilidad de hacer grupos de discusión, de transmitirlos con un costo mínimo, y establecer una agenda pública de temas que son importantes y que deberían de servir para cuestionar a los candidatos.
Estrictamente, el debate podría ser incluso por escrito. Uno de los mejores debatientes de la historia, Tomás de Aquino, escribió mucho de sus libros con un formato de debate. Iniciaba describiendo a detalle los argumentos de las ideas a las que se opondría. Con total sinceridad intelectual exponía todos sus puntos a favor y contra. Una vez completada la exposición, procedía a debatir esos puntos dando las razones por las cuales los mismos no eran válidos. Así hacía un debate muy riguroso, muy honesto y con total respeto a la verdad.
En mi opinión, es mucho esperar de la clase política que mejore sustancialmente la manera de debatir. Da pena decir que son totalmente ineptos para ello y que evitaran los cambios en los formatos de debate hasta el extremo. Eso nos deja a la ciudadanía la tarea de aprovechar los medios de comunicación social para discutir los temas políticos que más nos importan. Cada cual según sus intereses, cada cual según sus capacidades, y buscando seguir algunas reglas básicas de los debates.
Por ejemplo: evitar insultos y adjetivos personales, mantenerse en el tema que se está debatiendo y, si sale otro tema interesante, tomar nota para más adelante, reconocer los puntos buenos del contrincante o de las opiniones contrarias a las nuestras. Es fundamental respetar escrupulosamente en lo personal a nuestros contrincantes, partiendo de la presunción básica en que estamos debatiendo de buena fe y en búsqueda de la verdad, mientras no se demuestre lo contrario.
En estos últimos tiempos la sociedad civil ha demostrado una capacidad de iniciativa muy superior a la de la clase política. La campaña presidencial 2018 es un tema tan importante o más que los que se han estado atendiendo públicamente. Tan importante como las emergencias de ciclones y sismos. La patria necesita que la sociedad civil tome la iniciativa sobre el debate a fondo sobre nuestros gobernantes, sobre la estructura que nos gobierna, el sistema de representación que estamos padeciendo y que ya no corresponde a las necesidades diarias. Y muchos temas más.
Si no sabemos debatir, abunda el material en las redes para aprender y seguir experimentando en pequeña escala. Y acostumbrarnos a ir más allá de las explicaciones y argumentaciones que la clase política está comprando a los especialistas de la mercadotecnia política. Con nuestro dinero de los impuestos, por supuesto. Si logramos, como sociedad civil, acostumbramos a debatir y a valorar las argumentaciones que se nos presentan, seguramente tendremos gobernantes y representantes más presentables.
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