No, no se trata de que a nuestras instituciones las hayan mandado al diablo algún político famoso. El tema es que ya están allá, y desde hace mucho tiempo. Y a nadie le ha importado. Ni mucho, ni poco.
En nuestro país hemos tenido una especie de esquizofrenia respecto a las instituciones. Creamos instituciones a cada momento. Hasta puede verse como épocas. Hubo una época de las Comisiones. Otra de los Institutos. De los Fideicomisos. De las Fiscalías. De las instituciones ciudadanas. En cuanto algo no daba resultados o los “periodicazos” aumentaban, la solución era crear una nueva institución, en vez de hacer que las existentes funcionaran. A lo mejor, eso sí, con la mejor intención. Pero, de inmediato, nos dedicamos a buscar el modo de que no funcionen. A veces, desde el diseño que le dio el legislativo o desde la propuesta del ejecutivo. O sea, que las mandamos al diablo. O las creamos allá desde su origen.
Esto está en el ADN del viejo régimen. Desde su creación lleva el nombre de Institucional, sin que les importe que lo revolucionario y lo institucional tienen algo de contradictorio. Desde que “la Revolución se bajó del caballo”, nos hemos dedicado a ser un “país de instituciones”. Y lo han cumplido. Por instituciones no paramos. Inútiles, sin fuerza desde su creación, pero muchas, eso sí.
Muchas veces desde su origen se forman débiles, como dice el excelente politólogo Luis Rubio. Se les crea con un exceso de discrecionalidad, sujetas a la partidocracia, botín de los consentidos de las administraciones en turno, sin contrapesos del Estado ni de la ciudadanía. ¿Es de extrañar que la ciudadanía las ignore o las mande al diablo?
El propio concepto de institucionalidad ha sido pervertido. Cuando un político dice que es institucional, está diciendo que hará lo que le digan, sin importar lo que le diga su conciencia, su sentido común ni la protesta que hizo al asumir ese cargo. Y esto, desgraciadamente, se ha extendido a otros campos de la sociedad: empresas, ONG´s, IAP’s, Universidades y hasta Iglesias. Ser institucional se ha vuelto un sinónimo de aceptar el autoritarismo. Sin discusiones.
¿Podremos rescatar a las instituciones del lugar dónde están? Puede ser. Es más: más vale que lo hagamos. Habrá que empezar por una moratoria. No crear ninguna nueva institución en los próximos 6 años, por ejemplo. O crear una nueva institución a cambio de desaparecer dos o tres instituciones existentes. Hacer real uno de los mandatos de la Secretaría de la Función Pública de lograr eficiencia en las instituciones del Estado. Cosa que ha hecho, por cierto, a través de informatizar muchas funciones. Va por buen camino. Pero falta mucho más.
Urge fortalecer las instituciones. Y eso pasa, dice Luis Rubio, por poner contrapesos efectivos a todos los aspectos de su actividad. Por ejemplo, para evitar que se salgan de sus funciones. Quitarles la discrecionalidad. Despolitizar sus nombramientos y evitar que sean botín de los partidos o guardaespaldas de los poderosos. Despreciarlas o mandarlas al infierno no resuelve nada. Hace muchos años los Beatles en una de sus canciones famosas, Revolución, decían: “Nos dicen que es la institución, cuando lo que queremos es que cambie nuestro modo de pensar”, en mi traducción libre. Y ese es el punto. No basta con apoyar, mejorar, engrandecer o mandar al diablo a las instituciones. Lo que necesitamos es otro modo de pensar. Recuperar el poder del ciudadano y darles a nuestros mandatarios instrucciones precisas sobre los resultados que queremos. Necesitamos mucho debate ciudadano. Sobre muchos temas, porque esto no se acaba mejorando las instituciones, por importantes que sean. Tenemos que mejorar nosotros, los ciudadanos. Y a partir de ello mejorar a quienes nos gobiernan.
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