Poco antes de la visita a Chile del Papa Francisco, hubo un par de Iglesias incendiadas y varias amenazas de muerte para el Sumo Pontífice. Todo ello debido, según algunos, a un caso muy notorio de pederastia. Por otro lado, una encuesta de Latinobarómetro señala que en Chile ya solo el 44% de la población se declara católica, mientras que más de la cuarta parte se declara sin religión. Datos, por cierto, muy cuestionados por otras fuentes que ponen el número de católicos en 57% o en el 64% según el Pew Research Center. Es en ese ambiente donde el Papa tiene un encuentro con los consagrados: Presbíteros, religiosos y religiosas, diáconos permanentes, seminaristas y novicios.
El Papa habla de este momento de desolación. “Conozco el dolor que han significado los casos de abusos ocurridos a menores de edad y sigo con atención cuanto hacen para superar ese grave y doloroso mal”, dijo el Papa. Sin tapujos, sin justificaciones. El mal ocurrió y hay que atenderlo, sin excusas. También se refirió a las nuevas circunstancias a las que no sabemos cómo insertarnos.
Situación que, dice el Papa, es paralela a la de los primeros momentos de Pedro y la Iglesia, donde ambos, el pontífice y la comunidad están abatidos. Donde lanzan las redes y estas salen vacías. Después viene la situación de Pedro y la comunidad misericordiada. Pedro y la comunidad reconocen sus fallas y Jesús viene a sanarlos.
Y de ese discernimiento Pedro y la comunidad salen transfigurados, reconociendo sus fallas y sus límites y poniéndose al servicio de los abatidos. Más allá del asistencialismo o del paternalismo, como lo señala el Papa, sino con una conversión de corazón. Crear las condiciones para que cada persona abatida pueda encontrar a Jesús, dice el Papa.
De un modo estupendo el Papa no oculta el gravísimo mal que han cometido algunos y el profundo dolor y abatimiento de los hermanos de los que lo causaron. Y la solución la pone en el discernimiento y en dejar que Jesús nos transfigure. Un concepto enlazado al que trató con los obispos: el clericalismo que, en este caso extremo, dañó a los inocentes y que lleva a tratar de imponer nuestras maneras de enfrentar las realidades nuevas a las que nos enfrentamos y para las que ya no sirven las antiguas y probadas soluciones. Renovando el sí de la consagración, dice el Papa, apoyándolo en la mirada de Jesús.
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