Las expresiones de solidaridad manifiestas por la población durante los sismos e inundaciones que recientemente se presentaron en México me cuestionan por la manera en que irrumpieron en nuestra forma de convivir, mi trabajo como académico me permite estar en contacto con estudiantes universitarios de licenciatura y posgrado, algunos de ellos participaron directamente en las acciones de respuesta frente a la tragedia, ya sea en las colectas de apoyo, o como brigadistas especializados en las zonas de desastre.
En abril de este año, la Congregación para la educación católica del vaticano, publicó: Educar al humanismo solidario para construir una “civilización del amor” 50 años después de la Populorum progressio, es un documento que reflexiona sobre las formas y contenidos necesarios para dar respuesta a los retos globales actuales desde la educación.
En una síntesis apretada se enumeran los escenarios actuales con sus luces y sombras, a partir de las cuales se desarrollan reflexiones y propuestas educativas. Las diversas crisis que enfrenta el mundo: “económicas, financieras, laborales; crisis políticas, democráticas, de participación; crisis ambientales y naturales; crisis demográficas y migratorias, etc.” llevan a: “Guerras, conflictos y terrorismo [que] son a veces la causa, a veces el efecto, de las inequidades económicas y de la injusta distribución de los bienes de la creación.” y “estas inequidades generan pobreza, desempleo y explotación.”
En concreto, sobre las oportunidades que se presentan en la actualidad el documento señala una realidad que los mexicanos apenas constatamos en nuestra patria: “La globalización de las relaciones es también la globalización de la solidaridad. Hemos tenido muchos ejemplos en ocasión de las grandes tragedias humanitarias causadas por la guerra o por desastres naturales: cadenas de solidaridad, iniciativas asistenciales y caritativas donde han participado ciudadanos de todas partes del mundo.”
Me sorprendió la consciencia del fenómeno de solidaridad en el mundo y me pareció que el documento puede aportar elementos valiosos en la comprensión de lo que está sucediendo en el país, entre otras cosas, señala que lo que aún falta es “un desarrollo conjunto de las oportunidades civiles con un plan educativo que pueda transmitir las razones de la cooperación en un mundo solidario.” La educación debe “estar al servicio de un nuevo humanismo, donde la persona social se encuentra dispuesta a dialogar y a trabajar para la realización del bien común.”
Vale la pena estudiar el texto con calma, en esta ocasión solo mencionaré uno de los elementos que contempla con el ánimo de volver a ellos en posteriores entregas: Humanizar la educación “significa poner a la persona al centro de la educación, en un marco de relaciones que constituyen una comunidad viva, interdependiente, unida a un destino común.” Requiere también actualizar el pacto educativo entre generaciones lo que implica “respetar la familia como primera sociedad natural, y a ponerse a su lado, con una concepción correcta de subsidiariedad.”
Una educación humanizada “no se limita a ofrecer un servicio formativo, sino que se ocupa de los resultados del mismo.” Es una educación que va más allá de los roles tradicionales de maestros y alumnos de enseñar y aprender, además “impulsa a todos a vivir, estudiar y actuar en relación a las razones del humanismo solidario” por lo tanto rebasa “el perímetro de la propia aula en cada sector de la experiencia social, donde la educación puede generar solidaridad, comunión y conduce a compartir.”
Debemos intentar comprender y compartir la fuente profunda de los esfuerzos de cooperación, solidaridad, e indignación por la corrupción, que hoy se manifiestan de manera especial entre los jóvenes, para que la luz de esta llama esperanzadora no se apague, sino que crezca e ilumine el presente y futuro de nuestras comunidades desde el humanismo solidario.
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