Mañana, viernes 20 de enero de 2017, Donald J. Trump se convertirá en el presidente número 45 de Estados Unidos, y la administración de Barack Obama, esa que inició hace ocho años con ínfulas de revolución y ansias de historia, quedará en el pasado y lo hará con más sombras que luces; conforme el viento de los años erosione la retórica, nos quedaremos sólo con el deficiente legado de Obama, un presidente que nunca pudo estar a la altura de sus discursos.
Barack llegó a la presidencia de Estados Unidos en las elecciones del 2008, impulsado por un mar de cambio y una admiración casi absoluta de parte de los medios de comunicación y de la intelligentsia internacional, que lo presentaban como el experto en derecho constitucional (estudió en Harvard y en Columbia), comprometido con la paz, con la tolerancia, la apertura y la eficiencia administrativa. En todos esos ámbitos resultó un fracaso.
Y, para que no se crea que es mala fe, aquí van los datos:
1) En cuanto a su supuesto conocimiento del derecho constitucional estadounidense, que habría obtenido en las supuestas mejores universidades del país, la realidad lo contradice. Obama cierra su administración como el presidente con mayor cantidad de derrotas unánimes ante la Suprema Corte en la historia moderna de Estados Unidos. Para ponerlo en perspectiva, en 44 ocasiones todos los ministros de la Suprema Corte, incluyendo los que comparten su ideología, le dijeron a Obama que sus propuestas eran tonterías. En comparación, George W. Bush, a quien nadie ha acusado de inteligente, sólo se llevó 30 derrotas por unanimidad y Bill Clinton acumuló 31.
2) En cuanto a su compromiso con la paz, el legado de Obama no es sólo de mera incompetencia, sino de franca hipocresía. Durante la campaña presidencial del 2008, Barack y el Partido Demócrata se montaron en las protestas contra las guerras que encabezaba en ese momento George W Bush y prometieron guiar a Estados Unidos hacia la paz. De hecho, su boruca fue tan convincente que hasta le regalaron el Nobel de la Paz, en reconocimiento a un gobierno que apenas empezaba. A ocho años de distancia, la de Obama tiene el deshonroso récord de ser la única administración en la historia que estuvo en guerra todos y cada uno de sus días. No sólo no acabó con la guerra de Irak, sino que se involucró en el bombardeo que al menos siete países y su ineptitud o complicidad promovió el ascenso del grupo conocido como Estado Islámico, que tantas muertes y tragedias ha ocasionado en Siria, en Irak y en Europa.
3) En cuanto a la tolerancia, la orfebrería de las frases bonitas fue sistemáticamente opacada por la agresividad en los hechos. En 2013 se dio a conocer que el Internal Revenue Service (algo así como el SAT) había estado acosando a los grupos políticos de tendencia conservadora, por ejemplo, aquellos que en su nombre llevaran la frase “Tea Party”, buscando cualquier pretexto para retirarles su estatus libre de impuestos, en un intento burdo e infructuoso de ponerle cortapisas al trabajo político de los opositores.
4) En cuanto a las promesas de Obama en materia de apertura y de transparencia, las esperanzas del 2008 se convirtieron en decepción durante los siguientes años, mientras su administración perseguía a un denunciante tras otro. De hecho, Barack Obama ha recurrido a la ley de espionaje de 1917 en más del doble de ocasiones que todos sus antecesores juntos, empleándola como arma para atacar, por ejemplo, a Edward Snowden, cuyas revelaciones nos permitieron conocer los esfuerzos de espionaje generalizado en Internet que la Agencia de Seguridad Nacional orquestó bajo los gobiernos de Bush y el propio Obama, a través del programa PRISM.
Hablando de espionaje, en 2013 se dio a conocer que el gobierno de Obama recurrió a amenazas legales en contra de las compañías telefónicas para obtener los registros de llamadas de reporteros de la Associated Press, lo que se suma, por supuesto, a los millones de metadatos (léase hora y lugar de llamada, número de teléfono y duración) que obtienen las autoridades estadounidenses de forma casi permanente.
5) Finalmente, en cuanto a la expectativa de que el gobierno de Barack Obama demostraría eficiencia administrativa, quedan dos grandes muestras de su fracaso. La primera de ellas es el monstruoso incremento de la deuda de Estados Unidos. Durante más de 200 años, desde Washington hasta Bush Junior, la república norteamericana acumuló $10.6 billones de dólares en deuda; en menos de ocho años, Obama la duplicó y la llevó a cerca de los $20 billones (trillions, en inglés).
6) La segunda gran muestra de legado fallido de Obama en cuanto a la eficiencia de las políticas públicas es su reforma al sistema de servicios de salud, conocido popularmente como Obamacare, que prometió reducir el costo de las primas de seguros médicos al rango de $2,500 para una familia de cuatro, pero que en lugar de ello las elevó a casi el doble ($4,800), y seguirán aumentando, a un promedio de 25%, para el 2017 ¿y si usted no puede pagar su seguro? Entonces tendrá que pagar una multa, así de delirante.
En vista de todos estos hechos, y de los que nos faltaron, no es tan sorprendente el que mañana Barack tenga que entregarle el poder a un opositor, Donald Trump, que contra casi todo pronóstico ganó la presidencia justamente proponiendo echar por tierra el “legado” de Obama, ese que brilló en las palabras, pero fracasó en los hechos.
Por cierto…
Barack Obama ha ordenado la liberación de Chelsea Manning (la fuente detrás de las principales filtraciones de Wikileaks). Este es un acto de justicia y una gran noticia, pero una gaviota no hace verano.
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