Lo de Venezuela está dejando de ser tragicómico para quedarse en trágico a secas, literalmente, porque la cerveza se ha vuelto tan escasa que la gente desesperada saquea camiones de la marca “Polar” en plena carretera, mientras la cruda social y política provocada por la borrachera populista del chavismo, sigue destrozando a la república que alguna vez fue el ejemplo democrático de América del Sur.
La crisis ya no es, como antes, por la carestía de los alimentos, sino porque ya no hay comida, a ningún precio, y el colapso se acerca. Ahora el presidente Nicolás Maduro se ha inventado el concepto de una “guerra del pan” para culpar a los empresarios por la escasez y someterlos a una campaña de violencia y hostigamiento que ni siquiera sería imaginable en ningún otro país hispanoamericano.
El gobierno manda a sus secuaces de la Superintendencia Nacional para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos y los Comités Locales de Abastecimiento y Producción, mejor conocidos como “Claps”, para apropiarse (supuestamente en forma temporal) de locales como el de Mansion’s Bakery, provocando las protestas de los vecinos. No es el único caso, en los últimos 10 días las autoridades han arrestado a cuando menos cuatro panaderos y han asaltado 21 panaderías para entregárselas a los simpatizantes del chavismo.
El resultado de este coctel de agresión a los empresarios, expropiaciones generalizadas, control de importaciones, control de precios y autoritarismo policial, no era difícil de predecir, y quizá nadie lo explica mejor que Milagros Cabrera, una jubilada venezolana: “Ahora no tenemos pan”.
Ante el inminente colapso, los chavistas ni siquiera tienen derecho a alegar sorpresa, porque exactamente lo mismo sucedió en el siglo III, especialmente en la época el emperador romano Diocleciano, quien, al igual que Maduro, trató de controlar los precios del pan y otros productos, imponiendo edictos en materia de precios máximos. La consecuencia, como explica Ludwig Von Mises en su libro Acción Humana, fue que estas acciones paralizaron completamente tanto la producción como la venta de alimentos vitales y desintegraron la organización económica de la sociedad… el grano escaseaba en las aglomeraciones urbanas y los agricultores se quejaban de la poca remuneración del cultivo de granos.
Lo que pasó en Roma se repite ahora en Venezuela. Los supuestos avances iniciales del socialismo chavista se han revertido por completo, y las cosas están peor que nunca. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida 2016, el 93% de los venezolanos no gana lo suficiente como para comprar la comida que necesitan, y se ha reducido drásticamente el porcentaje de familias que compran harina, carne de res, pollo azúcar, leche y café, entre muchos otros productos.
Estos datos no sorprenden, considerando que el desabasto de comida y medicinas ronda el 80%, por lo que el gobierno ha establecido un racionamiento al estilo del comunismo cubano, al distribuir alimentos subsidiados por medio de los Claps, lo que alienta aún más la corrupción.
No es sólo la medicina, el pan o la comida en general, incluso la gasolina está desaparecida, a pesar de que el país figurativamente nada en petróleo. Esta semana, la gasolina de 95 octanos se agotó en la capital, mientras que en provincia resulta difícil encontrar incluso la de 91 octanos. Y viene lo peor, porque de las 14 refinerías venezolanas, aparentemente sólo una (la de Amuay) está produciendo gasolina, y para acabarla de amolar, tuvo una explosión el miércoles 22 de marzo.
Para completar el escenario, la inflación ha escalado al 740% anual, y va para llegar a más del 1,600% a fines de 2017. Los precios escalan incluso más en el mercado negro, donde las personas deben comprar lo que necesitan, al no encontrarlo en los establecimientos regulados por el gobierno. Ante toda esta tragedia, lo único que logra replicar el gobierno chavista es que en el país hay una guerra asímetrica, y tienen razón. Lo que vive Venezuela es una guerra muy asimétrica entre el gobierno, que despedaza a la economía con decretos autoritarios y amenazas de violencia; y la sociedad, que está indefensa ante los delirios y las francas estupideces de sus gobernantes.
Nuevamente, la mejor definición de esta tragedia bufa la encontramos en boca de un jubilado, Antonio Medina: “Ver esto me da ganas de llorar…quiero comerme un pan dulce y ahora no hay… Tendré que conformarme con un café”.
Así, en agua, se diluyen los sueños de igualdad y progreso, que el socialismo, una y otra vez, desde el Imperio Romano hasta el pauperio venezolano, convierte en miseria y tiranía, pero no aprendemos…
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