“Uber es algo tan obviamente bueno, que puede medirse qué tan corruptas son las ciudades basándose en con cuánta fuerza tratan de suprimirlo”. Así lo escribió Paul Graham, y yo estoy completamente de acuerdo. Uber revolucionó el sector del transporte y nos brinda un servicio muy bueno a través de un mecanismo con gran potencial.
Y vaya que los ataques en contra de Uber han estado a la orden del día, desde aquellos taxistas tabasqueños, auténticos ignaros de concurso, que le exigían al Presidente Peña Nieto que “baje el switch satelital” (sic), hasta infinidad de burócratas y expertos, con títulos de prestigiosas universidades y una malsana afición por defender monopolios.
Entre esta segunda clase de críticos me llamó especialmente la atención un artículo publicado hace algunos días por el profesor de Harvard, Benjamin Edelman, titulado “Uber Can’t Be Fixed — It’s Time for Regulators to Shut It Down” (Uber no puede arreglarse, es momento de que los reguladores lo clausuren).
Los dos argumentos falsos contra Uber
Más allá de reflejar esa tendencia tiránica tan recurrente entre los miembros de la supuesta élite académica, el panfleto del señor Edelman plantea básicamente 2 argumentos: que el servicio de taxis era maravilloso antes de Uber, y que en cuanto las autoridades clausuren Uber, de inmediato el monopolio de los taxis saldrá con una nueva y maravillosa oferta, supuestamente porque cuando las autoridades cerraron Napster, la industria musical nos dio a cambio Spotify.
Ambos argumentos son falsos e ignorantes.
En primer lugar, salvo excepciones, el servicio de taxis, no sólo en México o en Estados Unidos, sino en todo el mundo, dista mucho de ser maravilloso. En términos generales es un gremio cerrado y controlado por catervas de mafiosos. Todos podemos contar nuestras historias de terror en primera persona sobre taxis pestilentes, manejados por choferes agresivos, que manejan mal, cobran de más y llevan su …digámosle música, a todo volumen.
Uber no sólo ofreció una opción distinta, sino radicalmente mejor, en cuanto a precios, a la calidad del servicio y a la comodidad, añadiendo otro elemento muy importante: una equidad de información entre chofer y usuario, ya que ambos pueden conocer de antemano el nombre y los datos del otro, y calificar su comportamiento una vez terminado el viaje. De este modo la plataforma de Uber encontró una manera clara y equilibrada de eliminar tanto a los malos choferes como a los usuarios descorteses.
El ejemplo más claro de este contraste en mi experiencia personal fue hace poco más de un año, cuando regresé de una conferencia en la ciudad de Dallas. Mi avión llegó al aeropuerto del Distrito Federal poco antes de las 9 de la noche y tenía que trasladarme desde ahí hasta la central de autobuses del norte, para tomar el autobús de regreso a casa, que salía 1 hora después. Pregunté por los taxis oficiales del aeropuerto: me cobraban 270 pesos por el viaje, y tendría que esperar media hora a que hubiera uno disponible. Opté por pedir un Uber: llegó en 5 minutos y me cobró 70 pesos, es decir una cuarta parte de lo que me querían cobrar los taxistas.
Para acabar pronto: Entre Uber y los taxis normales no hay una pequeña diferencia, sino un mundo de distancia.
En cuanto al segundo argumento de Edelman, sobre que tras la clausura de Napster, la industria monopólica de la música generosamente nos ofreció Spotify, basta decir que se trata de un completo error. Lo que de hecho ocurrió después de que la industria arteramente cerró Napster fue que en su lugar surgieron muchas otras alternativas, incluso más “ilegales” (me acuerdo de Kaaza, Limewire, E-mule y la popularización de los torrents), además de descargas directas vía páginas como Rapidshare y Megaupload, a las que se añadió la reproducción masiva de videos en YouTube, obligando eventualmente a que la industria discográfica reconociera táctiamente que nos habían estado estafando con precios que no tenían ninguna justificación en un entorno normal y que podían ser viables ganando mucho menos; et voila, surgió Spotify y sus similares.
El argumento verdadero contra Uber
Sin embargo, dicho lo anterior también es cierto que hay mucho que criticarle válidamente a Uber, tanto en las prácticas administrativas que llevaron hace unos días a la salida de su CEO, Travis Kalanick, como en el funcionamiento cotidiano de la empresa. El hecho es que, conforme ha multiplicado su alcance en términos de ciudades, Uber ha perdido calidad y control sobre los choferes que participan en la plataforma, al grado de ni siquiera tener correcta la información sobre sus números telefónicos, que teóricamente deberían permitir que los pasajeros nos comuniquemos con ellos en caso de que tarden en llegar.
Ya varias veces la aplicación me ha dicho que el Uber llegará en 6 minutos, pero resulta que el vehículo no se mueve de su lugar, o simplemente da vueltas en el mapa de la app, mientras pasan 10, 20 o 30 minutos sin que llegue. Lo mismo les ha sucedido a muchos otros clientes, y estas fallas en el servicio representan un riesgo real para el futuro de la empresa.
Al final del día, estoy convencido de que el modelo de negocio de Uber es extraordinario; su servicio, un gran avance respecto a los taxis normales; la libertad que implica, algo digno de admirar; pero como toda empresa que abre camino, el riesgo de equivocarse es muy alto y su futuro depende tanto de minimizar los errores como de corregirlos a tiempo.
En algo sí se parece Uber a Napster: ambas cambiaron el juego en una industria entera, y el éxito de ambas demostró sus limitaciones. Sin embargo, no son los reguladores gubernamentales quienes deben decidir su destino, sino todos nosotros: los usuarios.
Si decidimos los clientes el resultado será de libertad, si deciden los burócratas sería de tiranía.
Personas libres y mercados libres
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