Bueno, la verdad sí, pero no es el único.
Desde la semana pasada Venezuela ya es, para todo efecto práctico, una dictadura, y una vez aprobada la nueva constitución, que diseñarán al gusto de Maduro los funcionarios electos por el oficialismo en la asamblea constituyente del domingo 30 de julio, la oposición habrá sido expulsada completamente del ejercicio de gobierno.
La tragedia venezolana acumula día con día multitud de tragedias particulares y generalizadas: incluyendo la represión sistemática de las manifestaciones y la destrucción de lo poco que queda del sector privado, tras la “nacionalización” de miles de empresas y el cierre de muchas más a causa de la escasez de materias primas, del control de precios y una inflación anual del 720% (120 veces más que la inflación en México). Para ponerlo en perspectiva, tan solo entre 2014 y 2015 quebraron más de 110 mil empresas, un 25% de todas las que existían.
A esto se suma el desmoronamiento de la infraestructura física y quiebre de las estructuras sociales, marcada por el aumento en la delincuencia. Quizá el más dramático testimonio de esta degeneración es la cifra de homicidios, que ha convertido a ese país en el tercero más peligroso del mundo. En Venezuela hay más de 60 asesinatos por cada 100 mil habitantes (cuatro veces más que en México).
Mientras tanto, las puertas de la cárcel chavista siguen cerrándose. Durante los últimos meses la mayoría de las principales aerolíneas han cancelado o limitado masivamente sus vuelos hacia y desde Venezuela, incluyendo American Airlines, Avianca, Gol, Aeroméxico, Delta y Aerolíneas Argentinas. Para ponerlo en perspectiva, el pasado 8 de agosto salieron 33 vuelos desde el aeropuerto internacional Simón Bolívar (el más importante de Venezuela), mientras que del Aeropuerto El Dorado (su equivalente en Colombia) salieron más de 530 vuelos.
Sí, lo de Venezuela es trágico, pero Maduro no es el culpable, al menos no el único.
Viendo el sufrimiento de los venezolanos es muy tentador recurrir a una visión de blanco y negro, entre los malvados socialistas del gobierno y los bondadosos liberales de la oposición encabezada por la Mesa de Unidad Democrática.
No tan rápido, para repartir adecuadamente las culpas hay varias cosas a considerar:
En primer lugar el criminal ataque a las libertades políticas y económicas de los venezolanos no empezó con el chavismo. No nos equivoquemos, pensando que antes de la elección de Hugo Chávez Caracas era un paraíso de libre comercio. De hecho, la degradación económica de Venezuela es tan vieja como su supuesta “democracia”. Rómulo Betancourt, el primer presidente de la era moderna era un militante comunista, que triplicó los impuestos a los ingresos, devaluó la moneda y estableció una dependencia de planeación central, entre otras perlas dignas del “Comandante Chávez”.
Durante los siguientes 50 años los socialdemócratas de la Acción Democrática y la COPEI se intercambiaron el gobierno, ampliando cada vez más el poder del estado y financiándolo con los ingresos petroleros, elevando la inflación y la deuda a niveles preocupantes, que eventualmente obligaron al izquierdista Carlos Andrés Pérez a impulsar una serie de medidas de privatización y liberación económica. Sin embargo, el remedio no funcionó porque, como buen socialista de corazón ¿Verdad, Carlos Salinas? el presidente Pérez las hizo mal, a medias y con tranzas, provocando una crisis de credibilidad política que provocó años después el triunfo de Hugo Chávez.
En pocas palabras, la receta de demagogia, gigantismo gubernamental, deuda y petrodólares no la inventó Chávez y menos aún Nicolás Maduro. Lo único que hicieron los chavistas fue darle una remozada a los viejos vicios de la clase política venezolana y aderezarlos de una nueva retórica.
Por eso también, en segundo lugar, los opositores de la Mesa de Unidad Democrática no son santos ni inocentes; lo que son es otra parvada de socialistas, que quieren quitar a Maduro para ponerse ellos a hacer lo mismo, o al menos para compartir el poder negociando con el régimen.
Es más, para acabar pronto, si Leopoldo López y Capriles llegaran a México, estarían con López Obrador. Son demagogos, son simplemente una versión menos grotesca del mismo veneno del chavismo; son Maduro con barniz de civilidad.
Esa es la verdadera tragedia de Venezuela: No sólo se trata de un régimen tiránico que oprime a la sociedad, sino de una sociedad corrupta por la socialdemocracia, hasta el punto en que todo su diálogo público se ha reducido a elegir entre socialistas, porque los votantes, empezando por la propia clase empresarial e intelectual se han vuelto tan adictos a los monopolios y las ayudas del gobierno, que son incapaces de imaginar siquiera una alternativa diferente.
Sin embargo, no todo está perdido.
Incluso en este panorama hay algo de esperanza. Algunos esfuerzos, como el del Movimiento Libertad o Econintech, que están trabajando para construir esa alternativa, aunque desgraciadamente las principales voces de la oposición siguen siendo las de Maduros light.
También hay una advertencia. Lo que le pasó a Venezuela nos puede pasar a nosotros, y no sólo con López Obrador, sino también con sus imitaciones socialdemócratas, del color que sea.
¿Queremos estar a salvo?
Entonces necesitamos tener claro un par de cosas:
• La pobreza no se elimina por decreto, se elimina cuando retiramos las barreras que le impiden a millones de personas aprovechar plenamente su talento y crear todo el valor que podrían lograr en una economía libre. De hecho, el enemigo real es la marginación.
• Los precios no se definen desde el gobierno, e intentar controles de precios SIEMPRE resulta en escasez, lo mismo en la Roma imperial que en la Caracas chavista.
• La expansión de la influencia gubernamental no es la solución, al contrario. Cuando las burocracias estatales se involucran en áreas que no les corresponden, corrompen las relaciones sociales y eventualmente las degradan al grado de destruirlas. Los efectos podrían ser más o menos notorios, dependiendo de las circunstancias, pero siempre estarán ahí.
• Maduro no es el culpable, al menos no el único. Los gobiernos son al mismo tiempo motivo y consecuencia de las sociedades que los elijen, especial pero no únicamente en los regímenes democráticos.
En pocas palabras:
No basta con derrotar al tirano de palacio, porque seguramente ese tirano no es sino el reflejo de la tiranía que ya existe en muchas personas más.
redaccion@yoinfluyo.com
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com