Uno de los mayores mitos de nuestros tiempos es la idea de que todos somos especiales y de que, si deseamos algo con la suficiente fuerza, podemos lograrlo, sin importar de lo que se trate. Este mito es una de las razones subyacentes de muchas de las inconformidades sociales y políticas, que se agravan conforme las generaciones que crecieron bajo este paradigma en su infancia, escuchando que eran maravillosos, que el cielo era el límite y recibiendo trofeos por participar, se enfrentan a una realidad que choca directamente con sus pretensiones.
Todos queremos ser ricos y famosos, todos queremos ser extraordinarios.
Resulta que lo que nos contaron es un mito. No importa que tanto se esfuerce, es prácticamente imposible que usted se convierta en alguien extraordinario; de hecho esa es justamente la definición de “extraordinario,” algo fuera del orden o regla natural o común, y lo común se conforma por el estándar en el que la mayoría nosotros viviremos nuestras vidas.
Tampoco basta con el deseo para ser buenos en algo. Lo más probable es que de entrada seamos bastante ineptos en cualquier cosa que intentemos, sin importar cuánto nos guste y nos apasione. Sólo en ocasiones y sólo con mucho trabajo lograremos ser, no grandes maestros, sino apenas medianamente adecuados para esa actividad.
Después de todo, hay cientos de miles de muchachos queriendo ser el siguiente Eminem, pero sólo uno de entre ellos logrará serlo; hay miles de adolescentes queriendo ser la siguiente Rihanna, pero sólo una de ellas podrá conseguirlo. Lo cual me lleva la siguiente reflexión: el hecho de que el éxito no depende del talento.
La verdad es que incluso siendo escaso, el talento no es lo suficientemente extraño como para que poseerlo sea una garantía de triunfo. Aunque el talento es necesario, no es suficiente para llegar a los niveles verdaderamente altos. Taylor Swift canta razonablemente bien, pero hay millones de mujeres de su edad que cantan igual o mejor, ¿Por qué no son ellas las que están en la portada de sus discos? Porque, además de talento, Taylor tuvo algo que todas las demás no tienen: suerte, circunstancias y contactos.
Talento, suerte, circunstancias y contactos, es la verdadera llave del “éxito.”
Esto es especialmente claro en el mundo el entretenimiento, pero si miramos un poco más a fondo veremos que el patrón se repite en otros sectores: las “nuevas caras” en realidad no son nuevas en lo absoluto, son simplemente los hijos, sobrinos, amigos de los que ya estaban. Pensemos por ejemplo en los “Vázquez Sounds” aquellos hermanos que tuvieron éxito en Internet porque originalmente todo mundo pensaba que se trataba de un grupo de hermanos normales que habían hecho el cover de una canción y tenían un talento extraordinario; luego resultó que efectivamente los chicos eran talentosos, pero que la diferencia es que su papá trabaja como productor musical, y cuenta tanto con relaciones en los medios de comunicación como con los conocimientos técnicos para realizar un trabajo profesional en el vídeo, publicitarlo en los medios tradicionales y fortalecer lo que supuestamente fue un fenómeno viral.
Algo semejante pasa con muchos YouTubers y conductores de noticias: una pequeña búsqueda en Google nos recordará que son hijos, sobrinos o protegidos de personas que estaban previamente en ese ambiente. Nadie niega, por ejemplo, que Carlos Loret es un conductor talentoso, pero no estaría ni de chiste en el lugar donde se encuentra si no fuera el hijo de Rafael Loret de mola y el nieto de un exgobernador de Yucatán.
Lo mismo aplica para el tema del liderazgo. Actualmente hay quizá miles de jóvenes estudiantes de licenciatura y de posgrado en administración pública, economía y ciencias políticas, que buscan ser el siguiente Obama, o el siguiente Macron, y que quizá tengan tanto talento o más que ellos, pero si no tienen contactos equivalentes en los medios políticos, lo más probable es que ese meteórico ascenso nunca llegue.
Entonces ¿Qué queda? ¿Entristecernos y no hacer nada?
Por supuesto que no. Es cierto que nunca llegaremos a ser grandes maestros internacionales o personajes históricos de aquello que nos apasiona, pero a través de la práctica y la perseverancia podemos ser cada vez menos malos, y eventualmente convertirnos en personas lo suficientemente capaces como para incluso tener un nivel de vida razonable partir de nuestro talento.
Seguramente nunca alcanzaremos posiciones de liderazgo nivel nacional o internacional, pero si nos dedicamos el tiempo suficiente a entender cómo funciona la vida pública y cuáles son los mecanismos económicos correctos, podremos al menos interpretar de mejor forma lo que sucede, tomar una ventaja de ello y e incluso construir una pequeña influencia a nuestro alrededor para que el mundo sea ligeramente mejor.
Nunca tendremos una vida extraordinaria de superestrella de Hollywood, de la música o de la política, pero sí podemos tener una vida ordinaria y satisfactoria en la medida de nuestro talento, de nuestra suerte y de nuestras circunstancias, y si algo nos enseña la vida adulta es que lograrlo es un desafío lo suficientemente intenso y lo suficientemente interesante como para mantenernos alegres y entretenidos durante muchos años.
No pasaremos a los libros de historia, pero sí podemos construir una buena historia con nuestros padres, hijos y amigos. Nuestras aventuras nunca se cantarán en epopeyas, pero si tenemos suerte se contarán en álbumes familiares, que serán absolutamente irrelevantes para casi todos en este planeta, pero que le importarán a ese pequeño y exclusivo círculo que es nuestra familia de sangre y de elección.
Sí, somos únicos, pero eso no significa que seamos maravillosos, perfectos o extraordinarios. Somos tan únicos como la siguiente persona a nuestro lado en el autobús y tan especiales como los otros 7,000 millones de seres humanos con los que compartimos el planeta. No somos en términos generales más talentosos que el promedio, pero eso no es malo.
Es simplemente la ordinaria maravilla de la naturaleza humana.
Personas libres y mercados libres.
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