El candidato a la Presidencia por la coalición “Juntos Haremos Historia”, Andrés Manuel López Obrador, ha cruzado una línea muy preocupante dentro de ese deporte nacional de proponer estupideces, que tanto le gusta practicar a los candidatos al calor de las campañas…digo, de las intercampañas, en las que se supone que no hacen campaña, pero sí hacen, sólo que procuran que no se note, más o menos.
¿Qué hizo ahora Obrador?
El martes, al registrarse como candidato del PES, partido ligado tanto a grupos evangélicos como a Osorio Chong, Andrés Manuel prometió que, al triunfar en las elecciones presidenciales, procederá a convocar la formación de una asamblea constituyente, la cual se encargará de elaborar una “Constitución moral”. Esta constitución tiene el objetivo de convertirse en un “código del bien”, con el objetivo de “establecer las bases para una convivencia futura sustentada en el amor y en el hacer el bien para alcanzar la verdadera felicidad.”
¿Por qué es tan preocupante?
Como explica Jordan B. Peterson (en su libro Maps of Meaning), cualquiera que pretenda transformar el mundo haciendo cambiar a los demás debe ser visto con sospecha, y eso es justamente lo que implican iniciativas como las de la Constitución moral, que además hace eco de una añeja tendencia que ha demostrado múltiples
López Obrador: el hacer que las personas se porten bien por decreto, como lo ha mencionado una y otra vez al señalar que con él en la presidencia los corruptos y los narcotraficantes dejarán de hacer maldades.
¿AMLO es como Chávez?
Cualquier parecido con el Viceministerio para la Suprema Felicidad del Pueblo del régimen venezolano no es mera coincidencia. De hecho, conforme el chavismo se consolidó en el poder, recurrió cada vez más a argumentos “morales”, llegando hace un par de años al grado de proclamar oficialmente y en eventos multitudinarios el Chávez nuestro que estás en los cielos:
“Chávez nuestro que estás en el cielo, en la tierra, en el mar y en nosotros, los y las delegadas, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu legado para llevarlo a los pueblos de aquí y de allá, danos hoy tu luz para que nos guíe cada día, no nos dejes caer en la tentación del capitalismo, mas líbranos de la maldad de la oligarquía, del delito del contrabando porque de nosotros y nosotras es la patria, la paz y la vida. Por los siglos de los siglos, amén. Viva Chávez”.
Y no es sólo una similitud con el chavismo por ser ambos de izquierda, esa tentación también está presente en políticos de centro y de derecha. En realidad, la verdadera división no se encuentra entre izquierda y derecha, sino entre autoritarismo y libertad, y como explicaba hace año y medio en otro artículo, la gran peligrosidad de López Obrador y de los políticos de calaña semejante estriba en:
“…la actitud de considerar a las relaciones entre la humanidad y el legislador como si fueran semejantes a las que existen entre el barro y el artesano, como también lo denuncia Bastiat. Es la llamada “ingeniería social”, que asume a las personas como entes cuya voluntad y felicidad están sujetas al genio del gobernante, un “papá gobierno” con la atribución de decidir por los ciudadanos lo que éstos pueden o no desear, comer, fumar y, en términos generales, hacer con sus vidas.”
Se trata de ese delirio de grandeza que tienta particularmente a quienes se sienten elevados por encima de los simples mortales y se asumen con el derecho de resolver injusticias reales, imaginarias, pasadas y futuras. Cuando nadie los sigue, acaban considerados como locos, pero cuando sí tienen seguidores enloquecen a naciones enteras.
Por eso:
No le busquen, no le justifiquen, no le den vueltas, AMLO es uno de esos peligrosos iluminados. Es uno más de aquellos que a lo largo de la historia han pretendido imponer por medio del Estado una moral y felicidad construida a su gusto, convirtiendo a los opositores no sólo en adversarios, sino en herejes y a la lucha política en masacre en nombre del “bien.”
En pocas palabras, si Obrador convierte al Estado en guardián de la moral, cualquier oposición al gobierno deja de ser una discrepancia política y se transforma en una blasfemia.
Como explicó hace décadas C.S. Lewis, aquellos que nos atormentan “por nuestro propio bien,” nos atormentarán sin fin, pues lo hacen con la aprobación de su propia conciencia, y hacia eso apunta Andrés Manuel con su Constitución Moral, a convertirse en un tiranzuelo de buena conciencia, y esos son los peores.
Si en Venezuela rezan el “Chávez nuestro que estás en los cielos”, en México tendremos el evangelio según Pejehová. Los que no se sometan a la “buena nueva” serán torturados en la hoguera de la represión y todos los demás compartirán con ellos el bautizo del hambre, pues no vivirán de pan, sino de la demagogia que salga de la boca de AMLO, y tendrán hasta quedar hartos.
Y no hablo en primera persona, porque yo no me quedo a aguantar ese desgarriate.
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